Aaron y Barbara Levine: “Los récords en las subastas acabarán matando a los artistas”
Dos de los principales coleccionistas del mundo hablan de sus compras, de la locura de las subastas y de la importancia de lo conceptual
Los anteojos de plena moda que Barbara y Aaron Levine usan, y que sirven para dar la pincelada final a su perenne retrato, no alcanzan para imprimir en el observador una imagen superficial de estos dos protagonistas del arte contemporáneo. Es la primera rareza de una pareja a la que el paso del tiempo no ha hecho disminuir su pasión primigenia. Y cuando la pasión manda, los viajes a Europa, las búsquedas sigilosas y las compras inesperadas tocan a la puerta, sin que nada pueda alterarlas.
Con semejante curiosidad por un tipo de arte que ha de ser contemporáneo cronológica y conceptualmente y, por ello, muchas veces difícil de digerir a primera vista, los Levine han sido reconocidos por su seriedad y por su coherencia por diarios como The Washington Post, y ahora están prontos para hablar con EL PAÍS con amabilidad.
No porque renieguen, qué va, de lo que los ha hecho únicos. “Nuestro criterio tiende a favorecer lo conceptual, la idea sobre lo que es objetivo y lo que consideramos pensado, siguiendo el principio de Marcel Duchamp según el cual el artista va hasta mitad de camino y el observador debe hacer el resto para completar cada pieza. El desafío intelectual que hay detrás de la obra: eso es lo que nos entusiasma verdaderamente”, dice Aaron, la voz avejentada, el tono asertivo pero afable. Y añade: “No es un cuenco de rosas ni una imagen preciosa, pero hacia allí tendemos a ir”.
Lo que sucede hoy en el mundo con este asunto de los récords en las subastas y los éxitos resonantes terminará por matar a los artista
Con una fragilidad que es solo aparente y unos matices de voz que se mueven en un rango más amplio, Barbara lo contradice, cómplice: “No todo lo que ves aquí es conceptual, como puedes apreciar en el trabajo de artistas como William Kentridge. En lo que realmente nos apoyamos es en lo que nos entusiasma. Por eso, a veces compramos inconscientemente: más allá de que el autor sea conocido o desconocido, simplemente nos encanta. Y, ¿sabes? Es curioso, pues, cuando llegas a casa, cuelgas una nueva pieza en la pared y comienza a dialogar con la obra que está al lado, la cual, al mismo tiempo, te empieza a decir cosas que no te había dicho antes. Sin embargo, hay algo en lo que Aaron y yo estamos de acuerdo, y es que muchos coleccionistas compran solo lo teóricamente mejor, sin cometer errores y de una manera fría, mientras que a nosotros el valor del mercado nos influencia menos que la auténtica pasión por el arte”.
No en vano David Hume sostenía que “la razón es, y solo debe ser, esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas”, un apotegma que estos coleccionistas de élite –siempre presentes en los ránkings de rigor– tienen bien presente.
“Más vale ser excesivamente apasionado que frío y, si cometes un error, ¿entonces qué?”, comenta Barbara, al tiempo que explica la curiosa metamorfosis que Aaron y ella hicieron desde el expresionismo alemán y el minimalismo sin banderas hacia el arte conceptual. Un estilo, agregará, al que el añadido de una vieja joya de Raphael Soyer no solo no herirá, sino que enriquecerá. El arte de jerarquía, se sabe, no pasa de moda.
¿Ha muerto la pintura?
Pero, ¿cómo estos Cristiano Ronaldo del coleccionismo se han enamorado de Duchamp? “Muy simple: después de haber adquirido nuestra primera pieza, hace unos quince años, me obsesioné y no paré de comprar”, confiesa él entre risas. Y explicita: “El arte, como la música, y a diferencia del lenguaje, puede emocionarte profundamente y obrar sobre ti en todo sentido. Y la idea de que Duchamp verdaderamente aprehendiera el universo artístico, fuera tan revolucionario desde el Renacimiento y hasta mostrara la intrascendencia de la pintura, me hechizó”.
¡Caramba! ¿Acaso diría Duchamp hoy que la pintura ha muerto? “Yo creo que ese hombre capaz de tomar objetos de la vida cotidiana, como un orinal, y de proclamarlos obras de arte, contestaría que sí, que ha muerto sin dudas. La idea de belleza, tal cual existía en el siglo XIX, se ha evaporado. A fin de cuentas, lo que importa, más que el arte, es el artista”.
Pasará un largo rato antes de que, entre rigores, bromas y polémicas, la conversación termine. Y, en el ínterin, Aaron, quien admira y colecciona a Warhol y a On Kawara pero adora a Duchamp al punto de considerarlo parte de su familia, concederá: “Ok, no os diré que Matisse no es arte, pero sí que luce avejentado”.
Como se puede comprobar, en los Levine conviven el humor y la amabilidad con la más llana incorrección política. Solo resta saber cómo les ha ido a estos trotamundos en el último viaje por el globo que han hecho para expandir la particular y riquísima visión que tanto ha enriquecido al universo del coleccionismo. Sinceros al fin, dirán: “Hemos comprado un cuadro gigante de un artista chino que nos tiene fascinados, pero aunque haya gente de afuera que nos diga que no es así, nosotros no encontramos un patrón en nuestro modo de coleccionar”.
Admiradores inesperados del monje, poeta y teólogo Dom Sylvester Houédard y del curador y actual director del SFMOMA Neal Benezra, los Levine son lectores empedernidos que adoban su coleccionismo y sus acciones filantrópicas –como la reciente donación de gran parte de su biblioteca al Chicago Art Institute y la futura donación de todos sus Duchamp al Hirshhorn Musem de Washington– con palabras magnéticas.
Para muestra, el botón final, cortesía de Barbara: “Lo que sucede hoy en el mundo con este asunto de los récords en las subastas y los éxitos resonantes terminará por matar a los artistas, especialmente si son jóvenes. Ese ritmo y esa presión no son normales. Porque no lo olvidemos: hay mucha gente que compra arte de moda como si se tratara de bonos, y luego huye. Y esa burbuja, además de ser nociva, no es sostenible en el largo plazo”.
A nosotros el valor del mercado nos influencia menos que la auténtica pasión por el arte
¿He escrito “botón final”? Debí escribir “casi”. Porque el final es para Aaron, quien demuestra que para ser audaz no siempre hay que utilizar palabras complicadas: “Para nosotros, primero que nada, coleccionar es una pasión”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.