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EL CORREO DEL ZAR
Columna
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El autor de 'Sapiens' se va de operaciones especiales a la Edad Media

Yuval Noah Harari publica un sorprendente libro sobre las audaces acciones encubiertas en la época de la caballería

Jacinto Antón
Un fotograma de la serie medieval 'Knightfall',
Un fotograma de la serie medieval 'Knightfall',

No le pillé el punto en su momento a Sapiens, de animales a dioses (Debate) ni al propio autor, Yuval Noah Harari (Haifa, 1976), al conocerlo junto a su esposo y compañero IItzik cuando presentó su libro en Barcelona allá por 2014 (uno de los dos, Harari o yo, no debía tener el día). Pero en cambio ahora he disfrutado muchísimo su Operaciones especiales en la Edad de la caballería, que acaba de publicar Edaf. Me atrajo el título, claro, y también el casco de la portada, del tipo denominado gran yelmo, heaume y yelmo barril, usado especialmente por los cruzados e igualito a uno que tengo en casa (en plástico) y que adquirí en la tienda de recuerdos de CaixaForum durante la exposición Los pilares de Europa, fruto de los acuerdos con el British Museum. A menudo me lo pongo por las noches (aunque con él es difícil cenar) y me siento, en esas horas solitarias. El mismísimo Príncipe Negro o aquel sensacional Enguerrand de Coucy, espejo de caballeros, que tomó Barbara W. Tuchman de hilo conductor de su inolvidable Un espejo lejano y que murió cautivo del sultán Bayaceto al caer prisionero tras la magnífica e impetuosa (y fracasada) carga de la caballería pesada francesa en la batalla de Nicópolis, un desastre.

Harari, que es un gran estudioso de la historia militar y publica habitualmente en The Journal of Military History –lo que me hace lamentar aún más nuestro desencuentro inicial–, nos sorprende con su libro postulando la existencia de operaciones especiales en el medioevo, afirmando que no son un fenómeno moderno y asegurando que ese tipo de misiones fueron parte central de la guerra medieval y, pese a que podrían verse paradójicamente como poco caballerescas, disfrutaron de una popularidad similar a la que gozan en nuestro tiempo (y eso que entonces no había películas ni juegos de ordenador, aunque sí novelas de caballería). Desconcierta la terminología (normalmente los estudios sobre las fuerzas y las operaciones especiales solo se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando aparecieron los boinas verdes y los SAS, entre otros), pero en realidad es lógico, por poco que lo pensemos, que en cualquier guerra y conflicto de la historia (de Troya a Entebbe, por parafrasear el título de un libro de referencia) se utilizasen métodos y personal que no formaban parte de los usos de combate habituales.

El libro está lleno de ejemplos, desarrolla con gran erudición y amenidad el tema y da mucho que pensar. ¿No eran las órdenes militares como los templarios, los hospitalarios y los caballeros teutónicos, con su gran cohesión y esprit de corps una suerte de fuerzas especiales, guerreros de élite, que se utilizaban en situaciones particularmente difíciles y con la idea de desequilibrar la batalla? Podemos imaginar a los templarios en Acre peleando decisivamente en un punto crucial de la muralla como los Navy Seals en la Segunda Batalla de Fallujah o los Rangers y la Delta Force en Mogadiscio. En realidad, no solo los de las órdenes militares sino cada caballero medieval , que representaban solo un pequeño tanto por ciento de los ejércitos de la época, era una fuerza especial por sí mismo: dedicaba toda su vida a entrenarse, contaba con el mejor armamento (incluidos lanza, espada, y armadura), poseía una gran movilidad (caballo) y estaba altamente motivado. También tenían problemas de relaciones, especialmente los templarios que no podían besar ni a su madre. Podríamos ver a Ivanhoe como un prototipo de combatiente de operaciones especiales. Y a Bois Guilbert como un atormentado Rambo del Temple. Es tentador en esta línea, comparar a Robin Hood con el as francotirador Chris Kyle (el sheriff de Nothingam daría fe de su letal puntería).

Podríamos ver a Ivanhoe como un prototipo de combatiente de operaciones especiales. Y a Bois Guilbert como un atormentado Rambo del Temple. Es tentador en esta línea, comparar a Robin Hood con el as francotirador Chris Kyle.

Todo esto son elucubraciones mías, claro, porque lo que hace Harari es mucho más serio (aunque tiene un estudio sobre el arco largo en la Guerra de los Cien Años, lo que me hace pensar que Robin le va). El historiador analiza las operaciones especiales terrestres medievales (las marítimas las deja para otra ocasión –habría mucho que decir sobre esa fuerza anfibia que fueron los Cavalieri di Santo Stefano- y las aéreas obviamente no las tiene en cuenta) y señala cómo se ajustan a la definición de acciones militares limitadas a un área pequeña, ejecutadas en un tiempo breve y llevadas a cabo por una fuerza reducida pero capaz de obtener resultados estratégicos o políticos desproporcionados respecto a los recursos invertidos. Recalca que ese tipo de operaciones casi siempre implica utilizar métodos de lucha no convencionales o encubiertos. El autor describe numerosos audaces golpes de mano ejecutados por fuerzas medievales y apunta que se dirigían sobre todo a apresar enemigos, liberar amigos (incluidas princesas), capturar fortalezas –había expertos en escalar muros, los eschelleurs- o puntos estratégicos (la toma de Meulan o la de Chartres), destruir instalaciones vitales del adversario (la del molino de Auriol, que dejó sin harina a las tropas imperiales recuerda al ataque de comandos contra las instalaciones de agua pesada en Noruega que alejó a los nazis de la carrera atómica). En cambio parece que no hubo operaciones especiales para conseguir o rescatar reliquias (el Grial o la Vera Cruz), aparte de las literarias de Lancelot o Galahad.

Harari se detiene en los casos de los nizaríes, la famosa secta chií de asesinos y la forma en que cazaron a Conrado de Montferrat, con grandes ecos de la operación Gerónimo para matar a Bin Laden, pero al revés, o del cruzado Bohemundo de Hauteville (un clásico carácter de las fuerzas especiales, definido como trapisondista supremo, que haría hoy un buen capitán de las COES, aunque se arrugó un poco en la escalera de la toma de Antioquía).

El grupo que liberó al rey Balduino estaba vinculado por un juramento de lealtad y el compromiso de no dejar a nadie atrás y consiguió su objetivo, matando de paso a un centenar de soldados musulmanes del castillo, aunque luego no pudo ser extraído.

Pese a su carácter científico, hay grandes aventuras en el libro como la del Roberto Guiscard, que salvó la vida solo porque metió la cabeza debajo de una mesa para escupir en el preciso momento en que un comando enviado a matarlo le arrojaba una lanza envenenada. O, sobre todo, la de la operación encubierta para salvar al rey Balduino cautivo en la fortaleza de Khartpert (Quart Pierre) que llevaron a cabo un puñado de armenios políglotas, infiltrados tras las filas enemigas, disfrazados y con las armas escondidas. El grupo estaba vinculado por un juramento de lealtad y el compromiso de no dejar a nadie atrás y consiguió su objetivo, matando de paso a un centenar de soldados musulmanes del castillo, aunque luego no pudo ser extraído (por la irritante carencia de helicópteros en el siglo XII), en la más pura tradición de la operación Red Wings en Afganistán.

No me consta que Yuval Noaha Harari sea pariente del legendario Mike Harari (se lo he preguntado por mail pero no me ha contestado), el alto mando del Mossad que mandó la unidad de revancha contra Septiembre Negro (operación Ira de Dios) y que falleció en 2014. Visto Operaciones especiales en la Edad de la Caballería no me extrañaría nada que lo fuera...

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Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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