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CAFÉ PEREC
Columna
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Por qué Walser no es popular

Él puso un máximo empeño en autodisminuirse

Enrique Vila-Matas

Son inconfundibles y, al final de algún acto público, suelen aparecer para revelar, con marcado aire de confesión, que descubrir a Robert Walser mejoró su vida. Entonces yo, consciente del horror habitual en el que andamos sumidos, acabo agradeciendo que al menos todavía perduren en ciertas personas la sencillez y la bondad.

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La inquebrantable ingenuidad

También Walser era sencillo. Y transparente. Y es probable que su prosa, por plana que ésta fuera —pensada en realidad para salir del mundo sin ser notado—, jamás haya sido un obstáculo para que le hayamos situado a la altura de los grandes del siglo veinte. Y todo eso a pesar de que la noción de “gran escritor”, por su propia monumentalidad, no pueda ser más antiwalseriana: a fin de cuentas él puso un máximo empeño —el punto más alto de su ironía— en autodisminuirse.

Todo eso parece tan probable como que Walser es de lectura fácil. Pero no perdamos de vista que aquí puede empezar la diversión. Porque en el fondo nada hay en Walser tan discutible como esa teórica ausencia de dificultad. De hecho, de la propia duda de si es tan de lectura fácil como parece, nace un tipo de ambigüedad en Walser que nos va poniendo en la pista de por qué este grande de la literatura y autor, además, capaz de conmover a tantas almas sencillas, no ha acabado de llegar a ser nunca —aún reuniendo todos los requisitos— popular. Todo indica que no ha llegado a serlo porque, tarde o temprano, acabamos sospechando que lo que nos condiciona, al leerlo, no es tanto lo que dice, sino lo que vamos intuyendo que calla.

¿Y qué calla? Su angustia. Que es Infinita. Aunque tiene el detalle de ahorrárnosla para así poder dedicarse a perder su vida y su prosa por delicadeza. Porque, a diferencia de quienes confiesan con tanta emoción admirarle, Walser no quiere ni oír hablar de qué es una confesión de verdad, por mucho que en apariencia hable de sus cosas y de lo bien que siempre se siente. De ahí que tal vez su única confesión auténtica la encontremos en su relato El niño: “Nadie puede permitirse tratarme como si me conociera”.

Así que la visión de un Walser de lectura fácil viaja en el Tiempo con un previsible efecto cómico final, pensado para cuando caigamos en la cuenta de que su mirada a las cosas que pasan y se borran por sí solas reflejaba sólo la angustia secreta de la que habló Elías Canetti: "Es el más oculto de todos los escritores"

Después de todo, lo que Walser buscaba era alejarse con su escritura de cualquier sentido recóndito o evidente, hasta el punto de que sólo se tranquilizaba en cuanto se aproximaba a la quietud de lo insignificante. Es precisamente esa turbadora quietud la que colabora a la hora de liberar a Walser, maestro en eclipses, de verse leído por todo el mundo. Es una "quietud de lo insignificante" relacionada con su certeza de que la escritura nació del garabato y a él debe volver. Según Calasso, lo que recorremos con Walser siempre es ese recorrido en círculo. Un recorrido que imagino como un fulminante viaje al Cero. Y la clase de viaje que nunca, que yo sepa, resulta del todo popular.

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