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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

50 años de Jethro Tull, una voz que se agota (y es literal)

Ian Anderson celebra un aniversario admirable con grandes canciones, pero una garganta muy mermada

Ian Anderson, líder de Jethro Tull, junto a su formación, en una actuación en 2013 en Madrid.
Ian Anderson, líder de Jethro Tull, junto a su formación, en una actuación en 2013 en Madrid.CLAUDIO ÁLVAREZ

Es difícil no sentir nostalgia ante una banda como Jethro Tull, capaz de entregar del tirón 11 álbumes en su primera década de existencia (de 1968 a 1978) que solo podemos considerar, con la perspectiva del tiempo, entre notables y excepcionales. Puede que el primer nostálgico sea el propio Ian Anderson, al que a partir de Stormwatch (1979) se le agotó fulminantemente, sospechamos que para siempre, la gasolina creativa. Y que en los últimos años ha ido perdiendo voz y tesitura de manera a ratos angustiosa, sobre todo cuando se enfrenta a las frases agudas de su magna obra Thick as a brick (1972) y lo que acierta a emitir su garganta es un balbuceo entrecortado, agónico y difícil de reconocer. 

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Celebraba Anderson este sábado en Madrid el quincuagésimo aniversario de su fabulosa criatura, que es cifra mareante, y en el Palacio Municipal de Congresos se había agotado hasta la última entrada muchas semanas atrás, porque las vacas sagradas bien merecen veneración y nunca está claro si habrá muchas más ocasiones de honrarlas. El cantante y flautista escocés saca pecho con un espectáculo rico en dedicatorias y material de archivo, pero sobre todo fascinante en un repertorio no siempre sujeto a la tiranía de los grandes éxitos. Sobre todo por su arranque, que aporta hasta cinco piezas de aquel disco de debut, This Was (1968), entonces mucho más cerca del blues que de los posteriores y emblemáticos delirios progresivos. Junto a la fabulosa psicodelia de A Song For Jeffrey, Ian recupera incluso una absoluta rareza, Love Song, descarte por el que cualquiera habría vendido su alma a Lucifer.

Estos 50 años le han dado a Anderson para mucho; sobre todo, para que un jefe de filas de personalidad seguramente tan extenuante como la suya haya contabilizado hasta ¡36! compañeros de banda. Ninguno de sus cuatro compinches actuales aporta pedigrí, pero sí solvencia; la misma que él evidencia con su sempiterna flauta travesera, además de con la armónica y la guitarra acústica, que desenfunda para la en su día controvertida My God (de su otro disco ineludible, Aqualung, 1971). “La censuraron en su día en Estados Unidos, pero fue porque no leyeron la letra adecuadamente”, adujo con sorna. Desaprovechó la ocasión de anotar que Aqualung, en su integridad, estuvo proscrito en España hasta 1976, una vez había fallecido ya el todavía morador de nuestro Valle más funesto.

La excelencia del repertorio colisiona con sus limitaciones, paliadas tras el descanso mediante toda clase de triquiñuelas

El protagonista absoluto de este medio siglo de historia hoy suma 71 años y conserva el curiosísimo sonido con percusión bucal de su flauta o esa estampa icónica de la pierna izquierda flexionada en el aire mientras toca el instrumento. Pero la excelencia del repertorio colisiona con sus limitaciones, paliadas tras el descanso mediante toda clase de triquiñuelas: un instrumental irrelevante (Pastime With Good Company), una pieza que asumen entre teclista y bajista (David Goodier) sin que Ian meta baza (Ring Out, Solstice Bells) y un mano a mano para Farm On The Freeway con el propio Goodier, hombre de voz aflautada, y mira que no buscábamos el chiste, que malamente encaja con el espíritu de los Tull. Para colmo, hay incluso sendos dúos virtuales con la pantalla gigante, en Heavy Horses y Aqualung, tal que si asistiéramos a un musical.

Quedan los chispazos, sin duda. Y más aún con ese nuevo guitarrista, el alemán Florian Opahle, que hunde pie y medio en el rock duro. Por eso resultó tan emotivo el final, con Aqualung y el único bis, Locomotive Breath, acompañado por una proyección de vías férreas a toda pastilla que recuerda muchísimo a la que utilizaban Supertramp para Rudy. Pero eran más las caras de complicidad o de resignación a la salida que las de euforia por lo vivido. Podemos sentir nostalgia de un repertorio épico, mordaz, laberíntico y riquísimo. Ian Anderson, que fue quien lo concibió hasta la última nota, debe sentir una nostalgia mucho mayor: la de los tiempos en que era capaz de ejecutarlo.

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