Talavante, una caricatura de figura
Fracaso sin paliativos de los toros de Adolfo Martín y la terna de toreros
Alejandro Talavante pisó la arena con ínfulas de figurón del toreo. Cuando se perdían las notas de clarines y timbales, salió del callejón, tomó la montera con la mano derecha y el capote con la zurda, y a paso lento cruzó el diámetro de la plaza entre la ovación del respetable. Se detuvo en los medios, frente a toriles, cubrióse la cabeza, desplegó el engaño y se dejó caer de rodillas. De tan toreras maneras esperó al primero de la tarde entre la expectación general. Salió el animal con prisas y huyó pronto de su sombra; la larga cambiada salió desordenada y ahí se deshizo el encanto.
MARTÍN/TALAVANTE, LORENZO, LUIS DAVID
Toros de Adolfo Martín -el quinto, devuelto-, bien presentados, cumplidores en los caballos, sosos, descastados, deslucidos y nobles. Sobrero de Conde de Mayalde, grandón, blando y soso.
Alejandro Talavante: pinchazo hondo y media tendida (silencio); tres pinchazos y tres descabellos (pitos).
Álvaro Lorenzo: estocada atravesada _aviso_ y diez descabellos (silencio); dos pinchazos _aviso_ y ocho descabellos _segundo aviso_ (silencio).
Luis David: bajonazo y estocada (silencio); tres pinchazos, dos descabellos _aviso_ y seis descabellos (silencio).
Plaza de Las Ventas. 5 de octubre. Cuarta corrida de la Feria de Otoño. Lleno (23.18 espectadores según la empresa).
Fin de la película. Se acabó el figurón del toreo. Todo lo que sucedió después fue un mal sueño, inesperado y real. Permitió Talavante que al toro lo castigaran con fuerza en varas; después, el subalterno Juan José Trujillo resbaló y sufrió un volteretón de miedo que lo tuvo renqueante todo el festejo. Y cuando el jefe de filas tomó la muleta, pocos esperaban un milagro.
El toro era un pájaro —bronco y dificultoso—, pero era un toro, y como tal exigía su lidia; pero no. Talavante olvidó sus ínfulas de figurón, y a punto estuvo de dar la espantá. Preso de una cruel desconfianza y precauciones excesivas, prefirió alargar el brazo para enseñar el engaño a distancia, despegarse de su oponente y ofrecer una pésima imagen de su condición torera. Las moscas le quitó al cuarto, otra prenda, sosísimo y parado, con el que, otra vez, fue incapaz de superar las inclemencias del toro.
En fin, que Alejandro Talavante apostó y perdió; quiso auparse al cetro del figurón de época y se ha debido conformar con seguir siendo figura de la modernidad. Y el sistema, el mando en la sombra del toreo, se lo habrá agradecido. En ese corral donde gobiernan cuatro no son bienvenidos los gallos de pelea. Por eso, el fracaso del torero es su éxito.
La corrida pudo ser un escándalo si se celebra cuando la fiesta de los toros se vivía con pasión. Mal el cabeza de cartel, pésimos los toros de Adolfo Martín, guapitos de cara, pero acongojados, indolentes, flojos, sosos, lacios, marchitos, blanditos, sin nervio, adormilados… Y suspensos los dos jóvenes toreros.
No es de recibo que Lorenzo necesitara diez descabellos para matar a su primer toro y ocho en el segundo. Eso es de clase de primaria. Intolerable en un matador de toros. Toreó siempre al hilo del pitón a su noble primero, y poco pudo hacer ante el mastodonte sobrero.
Tres pinchazos y ocho descabellos necesitó Luis David ante el sexto; otro torero que faltó mucho a clase. Puso empeño en su lote, pero su toreo no emocionó.
Cuando los toreros se encaminaban hacia la puerta de cuadrillas, el público les mostró su respetuoso enfado. Si la corrida se celebra hace unos años, faltan escudos para aguantar las almohadillas…
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