Cristina Iglesias: “Mi obra construye lugares”
El Centro Botín de Santander presenta una nueva revisión del trabajo de Cristina Iglesias, una exposición que pone en diálogo sus últimas esculturas con su intervención en los Jardines de Pereda
Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956) habla dando saltos como quien sortea charcos de agua. Siempre le han gustado los desvíos y los cambios semánticos que se resisten al lenguaje. Es un juego de filtros, como sus obras, que ella asemeja a los viajes. Por eso cada exposición que hace, como la que inaugura en unos días el Centro Botín, ofrece nuevos itinerarios para su memoria. Por ahí bucea un rato: “Siempre dejo puertas abiertas, por eso trabajo con muchas capas de lectura, como las que hay en una habitación o en una pared con un motivo vegetal que primero intenta parecer una cosa, luego es otra y más tarde vas descubriendo la cantidad de recovecos de la imagen, hasta lo más escondido que puede estar en el detalle”. Me fijo en el que esconde el título de su exposición, Entrespacios, con la segunda e invertida. En matemáticas eso se lee como “existe algún” o “existe al menos uno”, un adverbio de lugar que en el museo se convierte en fricción, la que surge del diálogo entre la escultura y la arquitectura. Entre un arte que separa y otro que implica, que suscita empatía.
Eso es lo que a Cristina Iglesias le gusta hacer: mover los límites a los que nos somete habitualmente el arte y cuestionar cómo miramos las cosas. Lo vemos también cuando filma sus propias esculturas, sus Guided Tour, o cuando toma las fotos para hacer las serigrafías. “Construir lugares donde poder pensar, soñar o simplemente estar”, dice. Con ello juega el comisario Vicente Todolí en la selección de las 23 obras reunidas en Santander, en la mayor muestra de la artista desde su gran retrospectiva en el Museo Reina Sofía en 2013. Ya entonces Cristina Iglesias trabajaba en Desde lo subterráneo, la intervención permanente en los Jardines de Pereda que rodean el edificio de Renzo Piano. Es una de sus esculturas el agua en tres movimientos: un pozo alto que se desborda en tres grandes estructuras triangulares alimentando un estanque que parece desembocar en la bahía de Santander, la que, a su vez, llena el pozo. “Un lugar lleno de otros lugares donde no sabes adónde va o de dónde viene, si va a volver o no. Una metáfora del fluir de la vida”, añade.
La exposición empieza ahí, fuera del museo. De puertas adentro, todo se convierte en eco: el interior con el exterior y lo visible con lo invisible, sugiriendo una fluidez que proporciona una nueva comprensión tanto del espacio como de la obra. Viéndola en conjunto, es tan cálida y exigente como la propia artista. Hay algunas obras míticas como Sin título. Techo suspendido inclinado (1997), donde “lo importante es ‘estar ahí’ debajo y parece una cosa muy simple pero no lo es”, dice. En varias de sus Celosías (1996, 2006) se percibe la influencia de las formas talladas de la arquitectura árabe y la inclusión de fragmentos de textos, que sólo pueden ser leídos a medias. Evocan mundos lejanos como el Pabellón suspendido III (2011-2016), lleno de los sueños extraídos de Solaris. Hay más obras que desorientan nuestra percepción. Habitación vegetal (2003) funciona como un laberinto, y Pabellón de Cristal (2014), como un campo de visión fuera de foco. En las esculturas más recientes trabaja con vidrio y pantallas expandidas en forma de espiral. “En mi obra”, explica “además de un componente abstracto, muy mental, hay una parte muy física que construye un lugar. Funciona como cuando coges cosas distintas y en la fricción de unas con otras construyes algo nuevo, como cuando editas un texto o haces una película. Todo en mi obra tiene que ver con pensar espacios, que suelen ser ambiguos, y donde nada es lo que parece. Son lugares inventados que me sirven para reflexionar sobre la escultura y su relación con el espacio, sobre la ausencia y el deseo, la insatisfacción de no llegar a lo que quieres o la imposibilidad de verlo todo”.
“Todo en mi obra tiene que ver con pensar espacios, que suelen ser siempre ambiguos, y donde nada es lo que parece”
Cristina Iglesias trabaja con intensidades, cambios y secuencias. Con vanos, umbrales y páramos. También con previsiones, expectativas y recuerdos. Hace tiempo que reivindica el derecho a contradecirse como artista y a un espectador activo frente a sus instalaciones. A esa idea llevó su escultura desde su paso por la Bienal de Venecia en 1986, cuando tenía 36 años y una acuciante fascinación por la botánica, que nunca le abandonó. Tampoco la fotografía como dibujo y la idea de laboratorio para elucubrar ideas. Su paso como profesora por la Academia de Bellas Artes de Múnich lo está reviviendo estos días en el Taller de Artes Plásticas de Villa Iris, también de la Fundación Botín.
El tiempo es el gran tema que circula por su escultura en espacios públicos, donde juega con el ritmo ciudad y cómo la gente lo activa. Arroyos olvidados (2017), por ejemplo, su proyecto más ambicioso en la base del edificio Bloomberg, diseñado por Norman Foster en la City de Londres, trata del ritmo que uno puede cambiar y de la capacidad de espera. “Es importante que una pieza pueda en cierto momento pedirte que esperes a que pase algo, a veces, cuando está inmóvil. O que esperes a ver si algo volverá a ocurrir. Tiene que ver con el asombro, pero también con una idea seria del tiempo, de cómo lo usamos”, explica. Tal vez por eso trabaja con cronómetros y las puertas del Museo del Prado se mueven ocho veces al día. El de mañana ya lo tiene lleno con su próximo proyecto, uno de los más especiales, su instalación en el faro de la isla de Santa Clara, en su ciudad natal: un gran vaso de bronce en el interior vaciado del edificio del faro y una pasarela traslúcida que permitirá contemplar la pieza desde varias perspectivas. Un nuevo ejercicio de pensamiento suspendido.
Cristina Iglesias. ‘Entrespacios’. Centro Botín. Santander. Del 6 de octubre al 3 de marzo de 2019.
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