El tormento de Paul Schrader
'El reverendo' es un tratado sobre el remordimiento, expuesto a través de planos fijos con constantes reencuadres en los que predomina la frontalidad
“Yo no sabía que los personajes que habíamos creado eran héroes existenciales. Nunca estudié filosofía”, escribió Martin Scorsese, haciéndose aún más grande confesándose pequeño, en referencia a sus películas con Paul Schrader, que, dicho sea de paso, tampoco estudió filosofía.
EL REVERENDO
Dirección: Paul Schrader.
Intérpretes: Ethan Hawke, Amanda Seyfried, Cedric the Entertainer, Michael Gaston.
Género: drama. EE UU, 2017.
Duración: 108 minutos.
Y, sin embargo, el corpus narrativo de Schrader, en solitario o con el director de Taxi driver, La última tentación de Cristo y Al límite, está copado por la angustia existencial, por la culpa y por la necesidad de redención, seguramente como su propia vida. Y tras, entre otras, Hardcore: un mundo oculto, Mishima y Aflicción, llega El reverendo, en un regreso a sus orígenes tras una etapa entre desenfrenada y esquizofrénica pero siempre interesante, con el que el guionista y director entronca, tanto en el tratamiento temático como en la puesta en escena, con dos de sus autores favoritos: el Ingmar Bergman de Los comulgantes, y el Robert Bresson de Diario de un cura rural.
Película felizmente a contracorriente, El reverendo es un tratado sobre el remordimiento, expuesto a través de planos fijos, con constantes reencuadres gracias a puertas y sombras, en los que predomina la frontalidad. Una sistemática de una gran coherencia interna, pero que a algún despistado le puede parecer casi feísta por la utilización del gran angular y del antiguo formato en 1.37:1.
Protagonizada por dos figuras en contraste que están mucho más cerca de lo que creen, un activista social y un pastor calvinista (la fe en la que fue educado Schrader), más un tercer vértice del triángulo representado por una mujer embarazada que viene a configurarse como La Piedad cristiana que los abraza en su seno. La película es de una altura dramática desacostumbrada, acercándose a temas contemporáneos como el terrorismo y los intereses económicos de las religiones desde una óptica de continua encrucijada sobre la fe y la incertidumbre.
Y Schrader, que sabe tanto por viejo como por diablo, acaba llegando a una certidumbre que no es sino constatada incertidumbre: que la sabiduría proviene de la clara percepción de que la esperanza y la desesperación están ahí para golpearnos y acariciarnos, y que habitualmente llegan juntas, de la mano, como una tortura que solo puede ser calmada con la conciencia de nuestra propia fragilidad y de nuestro tormento.
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