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Muere la artista portuguesa Helena Almeida, que hizo lienzo de su cuerpo

Ella, con su universo multidisciplinar, se convirtió en parte de su obra

Helena Almeida.
Helena Almeida.

No vio venir a la muerte, porque le pilló de noche y durmiendo. De día hubiera sido más difícil, dada la permanente inquietud física y mental de Helena Almeida. Con ella muere una/uno de los grandes artistas plásticos del siglo XX y XXI y representante fiel del arte del propio cuerpo. El lienzo era ella.

Nacida en Lisboa en 1934, Almeida tardó en encontrar su camino. Pasó por la Escuela de Bellas Artes de Lisboa, se casó con Artur Rosa, tuvo descendencia y la dejó en Lisboa para escaparse a París en busca del arte. Bebió de todos los movimientos que circulaban por la capital francesa , pero no se quedó con ninguno. Sus cuadros se salían de los cuadros, cuando no los colgaba del revés.

Intento incorporar mi cuerpo a la obra

Su obsesión fue siempre romper los límites del arte y del artista. En 1967 realizó su primera exposición, de pintura, pero ya se veía que pretendía escapar del cuadro, escapar a los límites del espacio y de esa disciplina artística.

En una entrevista del matrimonio a EL PAÍS Semanal hace tres años, su marido -"el hombre que hace clic, como se autodefine- recordaba cómo comenzó todo: “Un día me dijo que no le interesaba pintar. Quería una continuidad en el arte, más allá del cuadro; quería experimentar con el objeto fotografiado. Me hizo comprar una cámara. Yo no tenía, ni sabía fotografiar, claro, y comencé a dispararle”.

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“Se sentó en el suelo con las fotos, a pensar. Tenía cerca pintura azul y dio unas pinceladas sobre las fotos. Así comenzó todo. Luego la fotografié envuelta en tules y como si estuviera pintando, y, efectivamente, de su pincel salía una mancha azul, que tenía el efecto de que la obra y el artista fueran lo mismo”.

A partir de los años 60 ese fue su universo creativo único y universal. Obsesionada con escaparse de los márgenes del cuadro, se convirtió en parte de la obra, con sus retratos mezclados con pinceladas de colores drásticos e intensos. En medio siglo nunca varió su línea artística, siempre siendo ella misma objeto del arte, y su marido, el también artista Artur Rosa, quien disparaba una y otra vez la cámara fotográfica, siempre en el mismo lugar, en el estudio heredado por su padre, el escultor Leopoldo Almeida. “Nada es casual, nada es improvisado”, decía.

"Cada día es el mismo día"

Almeida era obsesiva con el trabajo. Su marido llegaba a disparar miles de fotos (que había que revelar en papel) para al final, si había suerte, escoger una, punto de partida para trabajar ella sobre la imagen. La rutina siempre era igual, ella, su marido, su estudio y hasta el mismo rodapié de la pared. “ No creo en la evolución”, decía a EL PAÍS hace tres años. “El trabajo nunca está completo. Lo que me interesa es siempre lo mismo. Cada día es el mismo día”.

A partir de 1975, Almeida explora otras disciplinas donde se funden mejor la relación de la obra y el autor, el espacio de la obra y el cuerpo del artista, su obsesión; para ello combina pintura, fotografía, diseño y performance. La obra es ella y el objeto es el sujeto, y viceversa.

Durante décadas, el cuerpo de Almeida era objeto artístico, pero nunca su rostro (a excepción de las primeras obras). No era por timidez o para esconder el paso del tiempo, del que se reía. “Cuando corté por primera vez mi cabeza vi que los trabajos quedaban más expresivos”, contaba en una entrevista.

Nunca fue de interpretaciones ni de grandes análisis de su obra. Buscaba en todos los lados, pero siempre volvía a su cuerpo, a sus pies, a sus piernas, últimamente su obsesión eran las manos.

Sus fotografías circulan por las grandes galerías y residen en museos y fundaciones de todo el mundo. Hace unas semanas, se clausuró en Lisboa la exposición de la Fundación Arpad Scenes, El otro matrimonio. Helena Almedida y Artur Rosa, centrada en las obras en que aparece con el marido, fundamentalmente fotografías con sus piernas anudadas, intentando andar a la vez. Al mismo tiempo, inauguraba en la galería madrileña Helga de Alvear y tenía otra exposición en la Tate Modern de Londres. Siempre inquieta. “Estoy todo el día pensando en mis trabajos”, decía. La muerte le pilló a traición, de noche, en casa, mientras dormía. De otra forma, hubiera sido difícil atraparla.

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