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El Oeste está en el Sur

Ron Rash traslada un wéstern íntimo a los Apalaches en ‘Un pie en el paraíso’, una historia laberíntica urdida con un lenguaje desnudo pero de gran intensidad semántica

Una pareja, en un descanso de un paseo a caballo en el parque Babcock (Virgina Occidental), en los Apalaches
Una pareja, en un descanso de un paseo a caballo en el parque Babcock (Virgina Occidental), en los ApalachesGETTY

Ron Rash (Carolina del Sur, 1953) saltó a la fama con Serena (2008), la novela que ganó el prestigioso Pen/Faulkner y se llevó a la pantalla seis años después. Algunos lectores tal vez recuerden a Jennifer Lawrence y Bradley Cooper embarcados el año del crash de Nueva York en un drama conyugal de ambición sin límites y una esterilidad que pretendía justificar el asesinato. Pero Eros y Tánatos ya se enredaban también en los Apalaches en su asfixiante primera novela, Un pie en el paraíso (2002), prodigiosa muestra de cómo es posible crear una atmósfera tensa, simbólica y lírica a la vez con una prosa seca como los campos de tabaco que se queman al sol de un tórrido verano del sur a comienzos de la década de los cincuenta. Rash encerró en la botella de un relato policial un wéstern en el que la intimidad reemplaza a la épica que define el género, aquí avanzando a cámara lenta por la fragmentación del discurso y apaciguado por un estilo cargado de electricidad poética, pendiente de sí mismo y deudor del de otros. Faulkner le procura la atmósfera funesta y la estructura polifónica de Mientras agonizo. Las voces del sheriff, su ayudante, un marido, su esposa y su hijo, imputados en el proceso moral que tejen sus confidencias, son piezas del rompecabezas en que se convierte una trama claustrofóbica en la que muere un hombre cuya desaparición da lugar a una intriga de la que lo único que importa es su transcurso, la encrucijada emocional que procuran los distintos monólogos.

Al sheriff Will Alexander, un veterano de guerra superviviente de Guadalcanal y privilegiado universitario en un mundo de esforzados granjeros, le corresponde averiguar por qué ha desaparecido el conflictivo Holland Winchester, asesinado al parecer por Billy Holcombe. Alejado de su familia desde que se instaló en el pueblo y se casó con Janice Griffen, la delicada hija de un médico venido a menos pero dotado del bendito vicio de leer, Will siente el paisaje y piensa el pasado. Bobby, su ayudante, sufre por la violencia suspendida en el aire. Amy tendrá un hijo que no será de su marido impotente. La sospecha anida en Billy. Un ensordecedor canto de cigarras. Un pueblo condenado a desaparecer bajo las aguas de un embalse. Un mundo de penurias dominado por la naturaleza, obsesión de unos hombres agraciados con un destino maldito. De nuevo el motivo de la fertilidad aciaga. Jocassee, “un lugar para los perdidos”.

Rash urde una historia laberíntica y magnética con mimbres clásicos, y la escribe desde el virtuosismo de la dosificación de la información, un inicio agorero y meticulosos vaivenes de la memoria. La novela abduce pese a que se diría que avanza con desidia, como queriendo revelar la aparente intrascendencia del drama que despliega. Si es de la trama de lo que se trata, Rash es anodino y refleja un mundo que el cine ha convertido en cliché; si se trata de las palabras, y de eso se trata en literatura, Rash es magistral. Las piensa y las ordena como si le fuera la vida en ello. Impresionan sus constantes imágenes y comparaciones. Y entre descripciones de campos de maíz y valles sedientos, una frase de Hamlet: “¿De modo que hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que imaginamos?”.

Esta ópera prima de Rash deslumbra por su desnudez lingüística y su intensidad semántica. No extraña que Alice Munro o Edna O’Brien celebren la epifanía constante de su prosa sombría. No hay aquí luz de agosto, sino agosto sumido en la oscuridad moral.

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Autor: Ron Rash (traducción de Pablo González-Nuevo).


Editorial: Siruela (2018).


Formato: tapa blanda y versión Kindle (232 páginas).


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