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EXTRAVÍOS
Columna
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Peregrinación a uno mismo

La poeta canadiense Anne Carson desgrana en 'Tipos de agua' las peculiaridades del Camino de Santiago

Entre dos aguas se puede decir que la poeta canadiense Anne Carson flanqueó la experiencia de su Camino de Santiago: un 20 de junio, en Saint Jean Pied de Port, donde asistió en el fondo de una cascada el cadáver de un perro muerto, y un 26 de julio del mismo año innominado, cuando se enfrentó con el ancho océano que se contempla desde los acantilados de Finisterre, invitando al observador a arrojarse en sus aguas y perecer ahogado. Nos lo cuenta en el libro titulado, en versión castellana, Tipos de agua. El Camino de Santiago (Vaso Roto), en el que su autora desgrana las peculiaridades de esta mítica ruta, aunque, sin detrimento de una aguda descripción de las muy variadas características físicas de este viaje, lo que aletea en el fondo de su relato es una peregrinación más honda hacia el fondo de sí misma.

El término "peregrino" es un derivado etimológico del latino "per-agro", que puede traducirse como "campo a través", una significación muy enjundiosa que pertenece en nuestra lengua en sentido literal y figurado, porque también lo usamos para quien, haga lo que haga, se sale de la dirección habitual. Y ya se sabe: se pasea para afuera o para adentro, esto último cuando el caminante se pierde por los intrincados vericuetos del ensimismamiento.

Y si no, ¿por qué los caminos, cuando más profundamente son surcados, no nos llevan a otra parte que a los adentros de nuestra entraña interior? ¿Acaso no se sacraliza —se transciende— nuestros pasos cuando se peregrina? ¿No se unen rememorativamente el agua generatriz del origen de nuestra vida con esa agua última donde las almas van a morir, como dijera Jorge Manrique? Anne Carson así parece entenderlo cuando hace su recorrido íntimo como una reflexión del amor, fuego y cenizas. “Los peregrinos eran persona en el exilio científico”, anota Carson, para más adelante afirmar: “El amor es el misterio dentro de este caminar. Corre delante de nosotros en el camino, como un perro fuera de la fotografía”.

Cada episodio narrado de cada jornada está coronado por una cita de un haiku de un poeta japonés, la mayoría de los cuales eran monjes budistas en ruta o apartados en una mísera cabaña, en medio la naturaleza agreste. Carson ha acertado al hacerlo, pues fueron ellos quienes más hondamente comprendieron que en la solitaria contemplación del paisaje estaba la clave del sentido de nuestro destino. Es allí, día y noche, en una escarpadura frente a un arroyo, donde se halla nuestro hogar y donde mejor entendemos el lastre mortal de nuestro agobiante ego.

Llegado al final del camino, que es el fin, Carson reproduce el haiku de Matsuo Bashô: “Un salmón seco/ un peregrino demacrado/ ambos en la temporada más fría”, y en esas, le replica: “¿Cuándo es el peregrino como el medio de la noche? Cuando arde”. ¡Hay que mantener vivo el fuego del amor precisamente hasta el fin!

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