La noche de los hechos
'Historia(s)del teatro: el ensayo', de Milo Rau, trata de recordar que este género nació para evocar las voces de los muertos
Historia(s)del teatro: el ensayo está siendo otro triunfo de Milo Rau y su gente. La función, de título y procedimiento godardianos, se vio este verano, en Aviñón, y en el Grec/Lliure, donde la aplaudí. Atención: del 22 de septiembre al 5 de octubre pueden verla en Nanterre/Amandiers, en el Festival d’Automne. La historia: una noche de abril de 2012, en Lieja (Bélgica), frente a un club gay, Ihsane Jarfi, 32 años, entra en un coche con tres pasajeros. No se conocen. Dos semanas más tarde, su cuerpo aparece en un bosque, apaleado hasta la muerte.
¿Fue un crimen homófobo? ¿O causado por el origen musulmán de la víctima? Posiblemente ambas cosas, pero “no fue un crimen premeditado. Quizás murió", dice Milo Rau, "porque estaba en el lugar y el momento equivocados”. ¿Por qué Dick y Perry mataron a toda la familia Clutter, se preguntó Capote en A sangre fría? Jamás llegaremos a saberlo. Y no es ese tipo de respuestas las que busca Rau, sino tal vez nuevas preguntas. Quizás una de ellas sea: ¿hasta dónde puede representarse la violencia en un escenario? ¿Cómo puede asumirla el intérprete y el espectador? Quizás Rau y su grupo tratan de recordar y recordarnos que el teatro nació para evocar las voces de los muertos.
Esta vez su compañía está formada por Sara De Bosschere, Sébastien Foucault, Johan Leysen (a los que vimos en The Civil Wars), Tom Adjibi (que interpreta a Ihsane Jarfi) y dos no profesionales (Fabian Leenders y Suzi Cocco). Parte del genio de Rau estriba en que no se distingue quién es veterano y quién actúa por primera vez. La función arranca con la reconstrucción de las entrevistas para el casting. Los actores, ya convertidos en personajes, hablan de sí mismos. Luego serán las personas más cercanas a la víctima: los padres, la expareja.
Me seduce todo el intenso proceso de búsqueda de datos pero, sobre todo, como se destila en escena. Hay una idea muy poderosa, uno de esos detalles que cualquier otro dejaría escapar. No hay “confesión de los asesinos”, pero Fabian Leenders cuenta que cuando habló con uno de ellos en la cárcel, lo que más le sorprendió fue descubrir lo parecidas que eran sus vidas: formidable intuición política, sin subrayados. Me deslumbra el contraste entre la reconstrucción hiperrealista del asesinato, esos veinte minutos que llegan a hacerse eternos y durísimos (el inquietante viaje en coche, el silencio creciente, la tortura entre la niebla) y la desgarradora metáfora del dolor: en el tercio final, Tom Adjibi, la víctima, canta Cold Song, de la ópera King Arthur, de Purcell, y una forma potencia la otra.
Luego leo el decálogo de Rau, el Manifiesto de Gante. Otro día lo comentamos. Creo que no hay mejor enseñanza que la que exhala el trabajo de un artista, pero no me gustan las normativas: prefiero las sugerencias, a ser posible con sentido del humor. Lo importante, para mí, es la belleza, la emoción. Cuando se encienden las luces veo a José María Pou, aplaudiendo y llorando a chorros. Como un espejo de todos.
Babelia
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