“No queremos ser viejos, pero sí llegar a viejos”
Karmelo C. Iribarren es uno de los referentes de la nueva generación con su hiperrealismo minucioso, a medio camino entre el barranco y la salvación
Sentado en la terraza del Hotel Londres, en San Sebastián, frente a la playa de La Concha, Karmelo C. Iribarren, el poeta de la lluvia, la noche, la fantasmagoría de los bares y la redención desoladora, se mete en arena.
La C. de su firma, ¿a qué responde?
Es Caballero, el apellido de mi padre.
¿Será que lo oculta porque murió cuando tenía usted siete años y le queda poca huella de él?
En realidad, apenas lo conocí. Tengo recuerdos esporádicos. Murió con 38 años, pero ya andaba con un bastón. He escrito varios poemas sobre él, pero de ausencia. Tampoco hubo secretos en ese aspecto. Éramos una familia bastante normal.
Y de una familia normal, ¿cómo sale un poeta anormal?
Si no hubiesen caído en mis manos ciertos autores, no sería igual. Me gustaba un buen libro más que un tebeo. Una cosa lleva a la otra. Si a eso le unimos, una profesora de literatura interesante… Muy pronto comencé a comprar poesía, obras de Gil de Biedma y Ángel González, más de 30 años después los sigo leyendo.
Ambos combinan la audacia y la tristeza como muy pocos, ¿es lo que busca usted?
En ellos, anda la vida siempre por ahí. No sé por qué tiene tan mala prensa contar la vida en la poesía. Me contagiaron. Hay poetas que tienen música y otros que no. Yo me nutro de la poesía que se entiende.
Y cuando ahora se le cita como maestro de una nueva generación, ¿qué siente?
Yo no soy maestro de nadie. Lo que pasa con ellos, es eso, que me entienden.
También arguyen que le siguen porque lo ven decadente, ¿no es para darles en los morros?
Bueno, eso ya… Lo dicen con cariño. Yo no me veo decadente. Trato de reflejar cierta épica urbana.
De mirón.
Algo así, con auto ironía.
Y autoflagelo, sin dramatizar.
También… De hecho viví mi época etílica.
¿De cuándo fue usted camarero?
Yo empecé con 13 años, luego hice muchas cosas: fontanero, albañil, repartidor, vendedor de libros. Entré en la mili y me tocó el golpe de Estado… Volví a los bares a los 24 o así. Monté uno pequeño con cuatro amigos y tuvimos mucho éxito.
La poesía saca brillo al lenguaje, pero, ¿no debe también ensuciarlo de vez en cuando?
Creo que sí. Hay mucha verdad en ese claroscuro.
Y del desencanto, ¿qué me dice? ¿Cuándo se contentó usted con pasar de querer cambiar el mundo a contentarse con dejar de fumar, como ha escrito?
Al volver de la mili. Ya allí, en los barracones, ves al cobarde, al traidor y al delator. Te dices: ¿Adónde vamos con esto? Nosotros, como especie, digo.
Un bar, ¿no es una oficina para alguien como usted?
Pues había noches que estaba casi solo y leía mucho o escribía. Mientras ocurre no eres consciente de eso. Además, soy muy observador, con discreción. En un bar suceden cosas evidentes y otras no tanto.
¿Cuándo dejó de castigarse el hígado?
Relativamente pronto, desde el año 1992, no bebo nada. Fue después de una resaca tremenda. Lo dejé y volvió el blanco y negro. Se acabaron los colorines. Pagué ese pequeño precio sin la menor importancia. No influyó en mi poesía, está demasiado pegada a la realidad. También dejé de fumar, pero eso me gustaba la hostia.
Usted que ha escrito tantos versos con taxi, ¿piensa ahora cambiarlos por el Uber?
Me han salido muchos más esperando a un taxi que dentro. Por cabreo de no encontrar en invierno y con mal tiempo.
Algunos jóvenes, en vez de poetas se definen como escritores de poesía. ¿Por qué será?
Creo que por afán de modestia. Definirse poeta puede ser grandilocuente. El trato se establece entre el poema y el lector, hay que ponerse siempre a favor de ello. Nosotros somos una especie de fantasma que interviene, no más.
¿Cuándo se dio cuenta de que ser libre no era lo mismo que ser feliz, como en su poema La frontera?
La libertad puede dar miedo y hasta aburrir. Es requisito indispensable para todo, pero a veces dependemos tanto o más de las personas para ser feliz.
¿Cuántas fronteras ha cruzado usted después?
He dejado atrás definitivamente la juventud. No está mal ser consciente de que te han sacado de la pista. Si no puedes resultar patético. Por otra parte, no queremos ser viejos, pero sí llegar a viejos.
Gurú de los nuevos poetas
Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) ha sido una voz discreta pero constante en la poesía española desde hace más de 20 años. Hoy es uno de los referentes de la nueva generación con su hiperrealismo minucioso, a medio camino entre el barranco y la salvación. Completamente autodidacta, fue camarero, fontanero y vendedor de libros. Desde La condición urbana (Renacimiento) a Mientras me alejo (Visor), ha publicado varios poemarios y su prosa en Diario de K.
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