Romería, pleito y boda
Los avatares esta mujer única en su tiempo la llevan por tierras leonesas, donde sufre la corrupción de la justicia y, de vuelta a Mansilla, se casa y se hace rica
Antes, no obstante, de dejar León (de donde se fue, por cierto, sin pagar la cuenta de la posada, saliendo de ésta de noche para no ser vista como se sigue haciendo hoy por algunos), la pícara Justina acudirá a lo que en la actualidad es un pueblo grande pero que entonces eran "unas caserías" construidas en torno a la ermita en la que se celebraba la romería que había venido a conocer desde Mansilla. Justina llega a la ermita en compañía de otras mozas que encontró en el camino desde León y la halló "bien edificada, adornada, curiosa, limpia, rica de aderezos, cera y lámparas, ornamentos, platas, telas y presentallas" y a rebosar de romeros y vendedores.
Había sido construida un siglo antes tras la aparición de la Virgen al pastor Alvar Simón Fernández, vecino de Velilla de la Reina, un pueblo próximo, y recibido el nombre de Nuestra Señora del Camino por estar a la vera del de Santiago de Compostela. La ermita sigue existiendo y convocando a los leoneses y gentes de alrededor a su romería, pero Justina no la reconocería, pues el santuario actual es un edificio moderno (de 1955) y el "anchuroso campo" que olía "a tomillo salsero" un conjunto de edificaciones surgidas en torno a la base aérea y al aeropuerto de León. Mal podría hacer como hizo al llegar a él descabezar un sueño sobre la albarda de su pollino (que terminaría perdiendo, aunque en seguida se hizo con otro por el mismo precio, es decir, ninguno) ni bailar y comprar un joyel de oro después de pedir limosna disfrazada. Todo con tal de volver a su pueblo con un recuerdo de la romería mayor de León.
Al regreso a su mesón mansillés, la pícara Justina no será bien recibida por sus hermanos, quienes, en el intento por apartarla de la herencia, le pusieron un pleito ante el juez de Mansilla, un tal Justez de Guevara ("Le faltaba el Ladrón en medio"), un corrupto que falló en contra de ella como era de esperar. "Dios nos libre de pleitear en pueblos chicos, donde hace la cabeza del proceso la envidia", exclamará Justina antes de decidirse a seguir pleiteando ante el Almirante de Rioseco para poder "hacer a derechas el negocio de mi partija". Medina de Rioseco, en la provincia de Valladolid, era la residencia del Almirante cuya jurisdicción se extendía hasta tierras de Mansilla, donde hay una aldea aún que sigue llamándose del Almirante — Rueda—, y hacia allí se encaminó Justina, convertida ahora en pícara pleitista. No le fue mal en Rioseco, pues, mientras permaneció allí, llegó incluso a heredar de la vieja morisca en cuya casa tomó hospedaje, que vivía sola, por lo que, cuando regresó a Mansilla, lo hizo "con burra propia, con sentencia favorable y con trescientos ducados, poco menos". Todo ello gracias a que, como nos cuenta, "nunca daba dinero por adelantado, que son peores que sastres algunos escribanos y letrados, y antes esto les descuida y aviva" y a que "aguardaba a la puerta de la audiencia con el dinero en la mano, y con esto era como llevar cascabeles para que a mi son danzasen". Y es que, dice Justina con picardía, "vieja cosa es entre oficiales de audiencia untar con manteca los pleitos para que den de sí", o, "como dice el refrán, trae la bolsa abierta y entrársete ha en ella la sentencia".
Era una mujer adelantada a su época por lo que hacía y decía
Vuelta a Mansilla, la pícara Justina, rica y con sentencia del Almirante a su favor, decide buscar marido, en parte por separarse de sus hermanos (ella escribe "verdugos insertos en hermanos"), en parte porque la defendiera de pretendientes molestos, que empezaron a rondarla al olor de su dinero, pues, como dice en su libro, "dos cosas hay en los pueblos pequeños que no se pueden esconder, almoneda y moza casadera". Y ella reunía las dos condiciones. La pícara pleitista muta así en pícara novia (antes ha sido burlona, bailadora, romera, entretenedora, conjuradora y cien cosas más) y lo hace con todas las de la ley. Primero elige bien el marido, tarea nada sencilla, pues, como ella misma señala, "los maridos son como los melones, que nunca se sabe si están maduros y verdes" y porque, entre los candidatos, quién más, quién menos mentía, como ha sucedido siempre ("Un Maximino de Umenos,/ por ir de menos a más,/quiso, ni poco ni menos,/ poseer en mi lo más./ Fingiome ser, cuando menos,/ Mendoza, Guzmán y aún más./ Mas todo fue por demás, porque era un pelón y aún menos./ Yo le dije no haya más,/ señor mínimo de menos,/ que ni tengo amor de más,/ ni tengo seso de menos..."), y luego la iglesia para la boda, que sería, cómo no, la de San Martín de su pueblo, la más antigua de las varias que tenía entonces (hoy sólo quedan dos) y la que daba nombre a la feria más concurrida y famosa por ser la de las mulas y los cerdos, en noviembre.
Al final de su historia promete una secuela que nunca llegó
El marido elegido, "lozano en los hechos y en el nombre", no le salió maduro ni verde por lo que dice: "quísome y quísele yo", pero no sería el definitivo. Dos más llegaría a tener, el último el mismísimo Guzmán de Alfarache, el pícaro más popular entre los españoles cuando se escribía el libro de la mansillesa, que agotaban cuantas ediciones se hacían del de Mateo Alemán. No ocurrió así con el de Justina, pese a lo cual pasaría a la historia por ser el primero cuya protagonista era una mujer y, además, adelantada a su tiempo por lo que hacía y decía en él. Quede como demostración esta frase que explica tanto su vida como su independencia de mujer adelantada a su tiempo: "Tanto crece el amor cuanto la fortuna crece,/ que hoy día todo a él se rinde y todo le obedece".
Al igual que el Lazarillo y el Buscón (y al revés que su marido Guzmán, que sí cumplió su promesa), la pícara Justina anuncia al final de su libro una continuación que nunca llegó a aparecer. "Amor pobre y pícaro/ da alas, pero son alas de Ícaro", se justificaría de poder hacerlo. Hoy como ayer, Dios los cría y ellos se juntan y reproducen.
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