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No, tu historia no da para un libro

Con demasiada frecuencia la gente piensa que cualquier ocurrencia o aventura merece ser narrada y publicada. Pero no todo sirve para una obra, ni todos somos buenos escritores

'Anónimos' de Alicia Martín, obra presentada en el Museo Lázaro Galdiano.
'Anónimos' de Alicia Martín, obra presentada en el Museo Lázaro Galdiano. Andrea Comas

¿Alguna vez le han dicho que debería escribir un libro? Puede que le hayan sucedido cosas extraordinarias, y le hayan animado a que relate sus memorias. O quizá tiene usted una imaginación brillante, y le dicen que debería escribir una novela. O tal vez entretiene maravillosamente a sus hijos con las historias que les cuenta a la hora de dormir y hay quien le insiste en que debería escribir cuentos para niños. O, a lo mejor, usted sabe cómo debería marchar el mundo e imagina que una antología de sus ensayos lo enderezaría todo. Porque todo el mundo lleva un libro dentro, ¿no? Siento mucho darles esta noticia: no, no todo el mundo tiene un libro dentro.

Soy agente literaria. Mi trabajo a tiempo completo consiste en encontrar nuevos libros y ayudar a que se publiquen. Cuando la gente habla de que tiene un libro dentro, o cuando les dicen a otros que deberían escribir un libro (mi pesadilla), lo que en realidad quieren decir es: ‘Apuesto a que alguien —aunque probablemente no yo, que ya me la sé— estaría dispuesto a pagar por oír esta historia’. Cuando alguien dice “deberías escribir un libro”, no está pensando en un objeto físico, con una portada, algo que un ser humano ha editado, corregido, diseñado, comercializado, vendido, enviado y colocado en una estantería. Esos animadores, solícitos y bienintencionados, rara vez saben cuál es el proceso por el que una historia se convierte en palabras impresas.

Aquí describiré eso que desconocen tanto ellos, como tal vez la mayor parte de los escritores primerizos.

No toda historia es un libro. Una historia puede ser cosas que han pasado, adornadas para hacerlas más interesantes, pero eso no es un libro. Muchas historias no son buenas hasta el final. Algunas —incluso algunas historias reales— son difíciles de creer. Otras son simplemente demasiado cortas, no tienen suficiente tensión o, francamente, no son tan interesantes. Las historias que contamos para entretener a nuestros amigos y familiares pueden resultar extraordinariamente aburridas para quienes no nos conocen. Esas historias no son un libro.

Para escribir un libro por el que la gente esté dispuesta a pagar  es necesaria una perspicacia que pocos narradores poseen

Un libro también puede consistir en cosas que han pasado o que nos habría gustado que hubieran pasado, adornadas para hacerlas más interesantes, pero con eso no basta. Se necesita un relato contado ingeniosamente en unas páginas, diseñado para el lector. Un libro tiene un planteamiento, un nudo y un desenlace, y mantiene atrapado al lector durante las cinco, seis, o diez horas que se puede tardar en leerlo, porque, si a la mitad se vuelve aburrido, la mayoría de la gente lo deja.

Un libro, publicado por un editor clásico para ser vendido en una tienda, tiene un mercado definido, y un tipo de lector como objetivo, y ese lector es alguien que suele comprar libros, no una persona hipotética a la que el editor piensa cazar en la calle.

Puedes contarle una historia a cualquiera que quiera escucharla. Pero para escribir un libro por el que la gente esté dispuesta a pagar o a desplazarse a la biblioteca pública para leerlo, es necesaria una perspicacia que pocos narradores poseen. Esto no es un show con un solo protagonista. Se trata de entablar una relación con el lector, que muchas veces tiene un pie fuera de la historia.

Escribir es duro. ¿Se acuerdan de cuando teníamos que hacer redacciones en el colegio? ¿Recuerdan sudar para escribir esas 1.000 palabras, o tres páginas, o el límite aparentemente arbitrario que hubiera decidido el profesor? ¿Recuerdan cómo usaban un tamaño de letra más grande y hacían los márgenes más anchos? Con un libro no puedes hacer eso. A menudo me mandan historias que son demasiado largas o demasiado cortas para la industria editorial, y eso las convierte en malas candidatas para acabar siendo un libro. La media de una novela, tanto para adultos como para niños, es de un mínimo de 50.000 palabras, el equivalente a 50 redacciones de tres páginas. Un libro más corto no cuesta menos a los editores —y esto se debe a un montón de motivos demasiado aburridos para ser detallados aquí—, y no, tampoco es más barato editar libros electrónicos (en serio, no sale más barato).

Si usted es un escritor con querencia por la épica y piensa que la clave consiste en dividir su saga de fantasía de 500.000 palabras en cinco libros, se equivoca también. Un editor no quiere ni oír hablar del segundo libro hasta que no ve cómo se vende el primero. Y, si el desenlace de la historia se retrasa hasta el volumen cinco, solo logrará conseguir lectores decepcionados. Escribir —simplemente poner las palabras en la página— es difícil. Punto. Y todavía más difícil es escribir con suficiente maestría como para hacer disfrutar a otros.

Una historia puede ser cosas que han pasado, adornadas para hacerlas más interesantes, pero eso no es un libro

La edición es un negocio comercial, no una meritocracia. Escribir es un arte, los libros son arte. Pero existen dentro de un sistema que depende de que los lectores den dinero a cambio de un producto. Ese dinero paga el alquiler y la factura de la luz del editor, y los sueldos de los empleados —a menudo cientos e incluso miles— que están contratados para hacer los libros que los lectores compran. Y si un libro no da dinero, es muy difícil pagar esos sueldos. Los editores asumen un riesgo económico con cada libro, porque nadie sabe cómo se va a vender hasta que está en las estanterías, y autores de mucho éxito (los J. K. Rowling y James Patterson) ayudan a pagar las facturas de los libros que venden menos. Claro que los editores publican libros que saben que no van a dar mucho (o ningún) dinero, y lo hacen por amor al arte, por prestigio o por muchas otras razones. Pero no pueden hacerlo con frecuencia. Así que, puede que usted tenga una historia maravillosa que contar, pero si no existen indicios suficientes de que los lectores irán a buscarla, lo más probable es que no se la publiquen. Nadie merece publicar solo por haber escrito un libro. Esto no consiste en ‘escribe, que ya llegarán los lectores’.

Dominar el lenguaje no implica necesariamente que se pueda escribir. Si está usted leyendo esto, es muy probable que sepa escribir. Seguramente domina el idioma y es capaz de transmitir sus ideas mediante palabras. Pero eso no significa que pueda escribir un libro.

Pongamoslo así: yo corro desde que tenía un año. ¡Casi 40 años corriendo! Pero sería completamente incapaz de correr una maratón. No estoy capacitada físicamente para hacerlo aunque puedo correr varios kilómetros seguidos. Escribir un libro es una maratón. Hay que entrenarse, practicar, comprender cuáles son los propios puntos fuertes y débiles, y trabajar mucho para superarlos. Se necesita ayuda, comentarios y apoyo, y hacerlo muchas veces antes de que se llegue a correr la mejor carrera. Escribir un libro que alguien quiera leer es correr la mejor maratón posible. Nadie lo hace de buenas a primeras, y pocos escritores tienen el aguante necesario sin un entrenamiento riguroso.

Si usted quiere escribir un libro, escríbalo. Es maravilloso, horrible, gratificante y demoledor, todo al mismo tiempo. Pero hágalo porque quiere, no porque alguien se lo sugirió una vez. Tenga en cuenta lo que implica antes de empezar, para que sus expectativas y sus objetivos sean razonables. No tiene que escribir para que le publiquen su historia, ni tiene por qué publicar con un editor clásico. Hay muchas otras opciones, si lo único que quiere es tener en sus manos un ejemplar de su relato. Simplemente tenga cautela cuando la gente bienintencionada, pero completamente desinformada, le dice que debería escribir un libro.

Kate McKean es vicepresidenta de la agencia literaria Howard Morhaim. Este texto fue publicado originalmente en inglés en The Outline (theoutline.com).

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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