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Rodrigo Cortés: “Yo no sé cómo es el público”

El director estrena 'Blackwood', con la que retuerce el género del terror, reflexiona sobre la creación artística y recupera a la mejor Uma Thurman

Gregorio Belinchón
El cineasta Rodrigo Cortés.
El cineasta Rodrigo Cortés.Nacho López (Entertainment One)
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Una entrevista con Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Ourense, 1973) siempre acaba con la certeza de que su transcripción solo será un difuso reflejo de lo respondido por el cineasta. Cortés habla de forma meticulosa, precisa, encadenando sus pensamientos con una habilidad lingüística —que también maneja por escrito, como demuestran sus columnas con juegos de palabra en el diario Abc— que en tiempos de Twitter y la muerte de las frases subordinadas le convierten en cambio en la vanguardia de la vanguardia. Así que lo sigue es el intento de resumir todo un torrente de ideas y reflexiones recogidas el miércoles en Madrid, a dos días del estreno de su cuarto largometraje, Blackwood, un filme de terror que retuerce el género a través de un grupo de alumnas que acuden a un colegio solo para adolescentes con poderes que dirige Madame Duret (Uma Thurman).

Pregunta. Para ser alguien con un control superlativo del español, ya lleva tres de cuatro películas en inglés. ¿Es por financiación?

Respuesta. [risas] En este caso, es en parte. Yo he dirigido historias que solo tienen sentido en determinados sitios. Como ejemplo, Luces rojas funcionaba en un contexto anglosajón. En otro sería complicado de creer. En cuanto a los presupuestos, el problema no viene tanto a la hora de conseguir una financiación, sino que sobrepasada una cantidad de dinero, el mercado español no puede hacer rentable la película. No es una huida de ningún tipo, sino que una película te conduce a la otra... Y desde fuera solo conocemos las películas que se han hecho y no las tres que se han quedado en el camino. Me encantará rodar español, y ese amor que detectas por el idioma solo podré reflejarlo rodando en mi propia lengua.

Y de prota, Uma Thurman

Uma Thurman (Boston, 1970), ¿con un director español? "Sí, pero una cosa es que yo pensara en ella, y otra que viniera a la película", explica Cortés entre risas. "Tú la quieres, pero ella escoge". El director cuenta que al principio tanto pensar en ella le parecía contraproducente: "Porque Madame Duret dialoga con el viejo mundo, no con el nuevo, es decir, lleva una mente europea. Sin embargo, Thurman es tan Kill Bill, como Henry & June, Las amistades peligrosas o incluso en Las aventuras del barón de Munchausen. Tiene una fuerza que mucha gente confunde con europea, y posee una belleza casi eslava, centroeuropea, atemporal. Desde el principio, desde las primeras reuniones vimos que iba a ir todo bien, porque es tan sofisticada como parece y a la vez fuma compulsivamente sin cuidado por las formas en cuanto coge confianza".

El rodaje de Blackwood ocurrió antes del estallido del escándalo Weinstein, así que no hubo conversaciones sobre él en la filmación. "No es fácil una charla natural sobre depredadores sexuales. Ella además en sus movimientos ha sido cauta y certera", apunta Cortés. "El modo en que calló al inicio para poder hablar desde un lugar que no fuera la ira revela una madurez solo posible en alguien que ha vivido muchas cosas, que empezó a los 16 años, y que por tanto ha cruzado muchas líneas".

P. Vistas sus cuatros películas, la extraña es Buried, que parece un divertimento en comparación con las otras tres, donde hay una reflexión moral muy fraguada.

R. Estoy fundamentalmente de acuerdo contigo, aunque a veces se perciba al revés. No me interesan las películas de tesis que aplastan al espectador y sí las películas cuyas grietas se empapan de subtexto resonante que imponen una reflexión sobre tu propia manera de reaccionar ante los elementos que componen la película, que muchas veces exceden lo literal. Y muchas veces esa reflexión moral se expresa no a través de lo literal, sino de lo sensorial. Si pensamos en Blackwood y en la relación del creador con el arte, es fundamental percibir cuál es ese precio físico a través de los sentidos. Cómo se golpea la tecla de un piano, cómo retumba el pedal, cómo el fieltro se interpone entre los macillos y la cuerda y cuál es el sacrificio que supone domar un instrumento. O la relación matérica con la pintura. Esas sensaciones llevan más lejos que los sentimientos que obtendrías con un monólogo.

P. Hay una ola de películas de terror que retuercen el género, que se proyectan más allá de él, y que obtienen una reflexión más adulta que las que nos proporcionan los dramas.

R. Es verdad que todo es pendular. Y tras una temporada de ver a asesinos con cuchillos que persiguen a jovencitas por pasillos de instituto, se vuelve a los años setenta, cuando el género se tomaba a sí mismo en serio. Y no hablo de gravedad, sino de la explotación de sus valores internos que son poderosísimos, y que van más allá del entretenimiento sin renunciar a él. Pensamos en La semilla del diablo, El exorcista, incluso en El ente, con grandísimas estrellas que se exponen actoralmente. Los conflictos internos de los personajes se convierten en amenazas externas apasionantes.

P. ¿Piensa mucho en Polanski?

R. Cada día [risas]. No, en serio, me interesa su capacidad de abordar historias a priori convencionales que en otras manos no irían más allá del puro artificio que con Polanski y sus decisiones arriesgadas e incluso inconvenientes logran profundidad y resonancia, arañando al espectador en zonas incómodas. Pensé mucho en Polanski a la hora de encarar Blackwood.

P. ¿Un cine en el cuádruple salto mortal? ¿Mensajes que ni siquiera el director sabe que ha escondido?

R. Creo mucho en esa manera de hacer cine, en creadores como Michael Curtiz que afrontaban hasta cuatro proyectos anuales y que elevaban sus historias a golpe de cine. Como Powell y Pressburger, con sus historias de calado popular, en las que vertían sus sensibilidad humanística y sus conocimientos sobre arquitectura, arte, pintura... El deber de todo director es elevar su guion por bueno que sea y convertirlo con sus herramientas en una experiencia cinematográfica genuina.

P. ¿En estos tiempos de público infantilizado?

R. Yo trato de ofrecer algo más, pero claro, eso depende también de la sensibilidad del espectador. Debes confiar y respetar. Yo no sé cómo es el público. Al público siempre lo zarandeamos como si fuese una entelequia que determinara nuestra consideración ideal. Al final la gente no existe, es un concepto teórico manoseado. Sí sé que debes usar el respeto. Y que cada uno se acerque a la obra y la disfrute a su manera.

P. Que el nombre de Stephenie Meyer [la autora de Crepúsculo] aparezca como productora de la película [el proyecto nace de ella y de su amor por la novela original, de Lois Duncan] para algunos será atractivo y para otros destructivo...

"La relación con un estudio de Hollywood es como una relación amorosa: todos tendemos a inventarnos al otro desde el principio. Y eso garantiza la frustración futura"

R. Es inevitable, pero seguro que eso pasa también con mi nombre. Para algunos será un aval para algunos y un perfecto disuasor para otros. Stephenie fue de extraordinaria ayuda, sobre todo en relación con el estudio. Cuando llega una oferta así, dedico mucho tiempo a que quede claro lo que quiero hacer. La relación con un estudio es como una relación amorosa: todos tendemos a inventarnos al otro desde el principio. Y eso garantiza la frustración futura. Yo reafirmé que mi trabajo no sería similar a las sagas juveniles actuales, sino al cine de hace cuatro décadas, más basado en atmósferas que en portazos. Stephenie defendió mi visión.

P. La adolescencia es una época fantástica para ser mostrada en el cine: ocurren muchos cambios en poco tiempo y cada acción tiene un eco emocional enorme.

R. Es una época decisiva de la que no somos conscientes hasta mucho después. De los 15 a los 18 años eres una esponja. Mis criterios se fraguaron ahí y los grandes maestros de los que aprendí se invocaron en esos años, que a la vez son muy dolorosos. Toda adolescencia aunque sea feliz pasa su lado oscuro. Hay muchas preguntas, pocas respuestas y una relación con el entorno agresiva.

P. Y en su caso, además, son chicas.

R. Efectivamente, sus cambios son más subrayados por la regla. Por eso tuve muy presente Picnic en Hanging Rock, de Peter Weir. Ellas ya no son niñas pero aún tampoco mujeres, y eso las coloca en una zona tensa. Eso se ha visto en muchas películas, como Carrie.

P. ¿Cómo fue su adolescencia?

R. Yo empecé a sentir que estaba bien cuando de adulto pude hacer lo que me daba la gana. Tuve una infancia normal, sin traumas más allá de los normales. Igual en la adolescencia. Pero siempre sentí que respondía a fuerzas superiores a uno mismo... cosa que le sucede a todo el que haya leído a Kafka.

P. En Blackwood se reflexiona mucho sobre el arte y hasta dónde hay que llegar por él. ¿Tanto como para que las chicas médiums sean usadas para que Mozart o Beethoven continúen creando? ¿Se plantea uno dirigiendo una trama así su propia obra?

"El arte es un terreno radicalmente amoral, lo que lo convierte en un territorio muy peligroso y resbaladizo"

R. Has lanzado muchas preguntas. Por partes, el arte es un terreno radicalmente amoral, lo que lo convierte en un territorio muy peligroso y resbaladizo, y en una fuerza transformadora para bien y para mal, y que en su mayor grado conlleva algo sacrifical. En Blackwood no hay una presentación lírica del arte, sí poética, pero en un sentido matérico y desgastador. Parte de la acción creativa surge del cerebro del artista, otra no, y eso no se puede explicar. Como si un artista tuviera antenas más sensibles que recoge información que no captan el resto de los mortales, y que le convierten en vehículo de algo que no le pertenece por completo. Tengo claro que no tiene sentido invocar a un artista ya muerto, que cada uno es producto de su tiempo y sus pareceres, que la obra nace de sus dificultades en su creación. ¿Querría que Mozart hubiera vivido 70 años? Sin duda alguna. ¿Desearía que lo hiciera ahora? No.

P. Usted habla de la amoralidad del arte, y eso se olvida en estos tiempos de corrección política y de censura de exposiciones.

R. Es que la reacción es la que es moral, marcada por nuestra ética personal, Sin embargo, tratar de gobernar el arte desde esos presupuestos contingentes, es inútil. Es como tratar de gobernar el mar. No es que todo sea permisible, pero sí que todo es posible. Y confrontarnos con obras que nos hagan sentir incómodos nos hace crecer.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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