La saga de videojuegos ‘Yakuza’: Tradición, crimen y luces de neón
Esta franquicia Sega ha firmado la aproximación más realista y documentada de estas organizaciones criminales niponas
Una carambola del destino quiso que la yakuza, la mafia japonesa, esté doblemente relacionada con el mundo del videojuego. Aunque no son pocas las producciones que se han inspirado en el submundo criminal de las abarrotadas calles de un onírico Japón, la saga creada por la mítica Sega y que ha llegado recientemente a su sexta entrega principal, ha firmado la aproximación más realista y documentada de las tradiciones y actividades de estas organizaciones criminales. Una saga que goza de una estupenda salud entre la comunidad de jugadores, dentro y fuera de las fronteras del país nipón.
Y es que Japón nos da una de cal y otra de arena; instaurado en el imaginario colectivo como el país de las excentricidades, de las luces de neón en las calles, de los colores y el entusiasmo, hay un submundo oscuro y criminal que ciertos poderes no parecen querer publicitar. Del mismo país que la saga de videojuegos Mario o Kirby, con sus inocentes y coloridas aventuras, nos ha llegado la historia del ascenso y caída de Kazuma Kiryu, un huérfano que escala en el mundo criminal hasta convertirse en la cabeza del clan. Una historia de violencia, sexo y asesinato en un país que, en los años ochenta en que comienza la historia, se encontraba inmerso en una época de bonanza gracias a la burbuja inmobiliaria que presagiaba una fuerte crisis económica y una lucha de valores entre la tradición y el capitalismo.
Decía al comienzo que la yakuza se encuentra doblemente ligada al videojuego, y no es una afirmación baladí. Si hacemos caso a las leyendas, y Japón está habitado por ellas, la palabra yakuza proviene del juego de cartas hanafuda, en que yakuza era la peor mano posible. Este juego de cartas también fue el comienzo de las andaduras de cierta empresa que hoy día copa muchas de las portadas de la industria del videojuego: Nintendo. Los humildes inicios de la gran N en los juegos de azar parecen ligados, a su vez, a las andaduras de los bakutos, jugadores y camorristas que vivían de las apuestas, las estafas y los delitos menores, lo que terminaría deviniendo en la actual yakuza. De este modo, una casualidad ha querido que desde el periodo Sengoku, siglo XVI, dos grandes influencias en el mundo del videojuego hayan compartido destino.
La industria le ha dado la espalda al realismo demasiadas veces. La tentativa de desarrollar mundos de fantasía, seres imposibles y tecnologías de ensueño es demasiado grande, claro está, y el videojuego se ha movido en un terreno onírico las más de las veces, pero cuando el realismo, y aún más la crónica, atacan a la industria esta se tambalea y rinde, por norma general, a sus pies. El caso de la saga Yakuza, cuyo primer título data de 2005, ha supuesto una revolución dentro del país del sol naciente, vendiendo casi diez millones de copias y siendo adaptada al cine por nada menos que Takashi Miike y varias remasterizaciones de sus primeras entregas y spin-offs para la actual Playstation 4.
Cifras aparte, el mérito de Yakuza radica en su crónica del Japón de finales del milenio. Gran parte de la saga se desarrolla en el ficticio barrio de Kamurocho, una suerte de inspiración del barrio rojo de Shinjuku, donde la excentricidad y vida nocturna de la capital japonesa se ve llevada al extremo. Pero el realismo, la crónica, que refleja la franquicia de Sega no solo podemos encontrarlo en la superficie: si bien en Yakuza nos hemos encontrado con los clásicos personajes japoneses; las tiendas, los valores y las inquietudes de sus habitantes, con una aproximación que se ha visto reforzada en el nuevo Yakuza 6: the song of life, lo que ha venido en ser la obra maestra de la saga; también la historia de Japón, más allá del hampa criminal, se ha visto reflejada de manera cruda y oscura.
La trama de Yakuza 0, la suerte de precuela que se lanzó en 2015 como preludio a las remasterizaciones que se están llevando a cabo de toda la saga, ponía el dedo en la llaga en la crisis inmobiliaria japonesa. Ambientado en 1988, no solo teníamos la oportunidad de ver crecer de la nada al protagonista, Kazuma Kiryu; la lucha de poder entorno a un terreno vacío en el barrio, capaz de cambiar el balance de poder y la presencia de las mafias en la zona, sirve como base para hablarnos de la lucha territorial del crimen organizado japonés, pero también de la extorsión inmobiliaria a la que sometieron a algunos de los barrios más vulnerables de la capital nipona.
En el mismo título, deberemos enfrentarnos al líder de una secta que retiene a una chica a la que deberemos salvar. Si bien no se dice explícitamente, no es complicado descubrir en qué se basa esta sección del guion: el ataque con gas sarín en el metro de Tokio en 1995, que produjo miles de heridos y trece muertos, se llevó a cabo por la secta Aum Shinrikyo, cuyo líder espiritual y fundador, Shoko Asahara, se ve representado en el líder de la secta en el videojuego, Munan Suzuki, desmantelando su grupo La disciplina del nuevo orden, e impidiendo, de forma ficticia, que lleven a cabo una matanza.
Yakuza se ha servido de la metáfora y las medias verdades para retratar una época especialmente cruda del mitificado país; alejada de la visión occidental y romántica de un país que tiene sus sombras, como todos, y que ha dejado de lado el estereotipo del mafioso de buen corazón (aunque de esto tiene mucho el protagonista de la saga) para buscar en las entrañas del misterio de la yakuza. En la última entrega, la que más nos habla desde la ficción y la que más mira al cine en su concepción, incluso hace su aparición como personaje el clásico actor Takeshi Kitano.
Y es que Japón, como nación, tiene muy presente la realidad de la yakuza. Y este es el aspecto que, posiblemente, mejor refleja la ya inmortal franquicia de videojuegos de Sega: lo profundas que son las raíces de la mafia en Japón. No se olvidan de la tradición, no dejan de lado el honor, y aunque el crimen sea su modo de vida, consideran respetuosa y honorable su labor.
Por eso, el mensaje que finalmente lanza el videojuego Yakuza 6: the song of life, no es tanto un mensaje de redención, como de búsqueda de la paz. De búsqueda del retiro: de vida y de exilio. Pues el yakuza, representado a lo largo de la saga en la figura de Kazuma Kiryu, personaje que se ha granjeado un hueco en el hall de la fama del videojuego, parece condenado al romanticismo y la exageración de su figura a través del honor y la tradición. Aunque tenga que cargar con los crímenes cometidos y los horrores que nadie debería ver. Una constante lucha entre la vida y la muerte; entre lo criminal y el honor.
Muchos de los clanes más importantes de la mafia japonesa, de hecho, tienen empleos legítimos o llevan empresas totalmente legales, tal y como señala Jake Adelstein en The Washington Post, periodista y experto en la investigación de estos grupos, pues algunas de estas familias o clanes se consideran a sí mismo defensores de la paz y el orden en el país. De alguna manera, herederos de la tradición militar y shogun de Japón. Sin embargo, no está de más recordar que incluso el país del sol naciente tiene sus demonios. Y sobre esto, la dicotomía entre lo bello y lo terrible, la saga Yakuza parece haber dicho la última palabra.
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