Todos los hermosos caballos
Premio Joan Miró 2017, Kader Attia evoca el “ruido silencioso” de la historia de la colonización en una exposición en Barcelona
Hay artistas que lo son con una facilidad pasmosa. Sin esfuerzo, serenos, su trabajo posee una densidad plástica y un sentido de la escala acordes con su talento. Kader Attia es il bambino d’oro de cualquier comisario de una bienal de arte. Una instalación suya, una pieza, por mínima que esta sea, tiene un espectro electromagnético que contagiará el resto de obras de la sala.
Premio Joan Miró 2017, el artista francés de origen argelino (1970) presenta en Barcelona una veintena de obras que evocan las más complejas conjunciones de lo que significa la identidad en nuestra época de fuerte criollidad, un término que Attia toma del ensayista y poeta francés Édouard Glissant (1928-2011). El título de la exposición tiene la lucidez de un teorema y está sacado de un fragmento de la novela de Cormac McCarthy All the Pretty Horses: Las cicatrices nos recuerdan que nuestro pasado es real, una enmienda al crack-up fitzgeraldiano (“toda vida es un proceso de demolición”), pues el regionalismo norteamericano de los años treinta, en pintura, fotografía y literatura, no fue más que el pretexto para ensalzar la pureza de lo popular contra las corrupciones de la vieja Europa. Ahora, la depresión es otra. No es sólo económica, es fundamentalmente social y tiene que ver con la ideología racista ligada a una compleja historia de colonialismo, antes que con un legado traumático del esclavismo.
Las guerras, el saqueo de África, los efectos de la globalización y la diáspora implican muchos otros temas, culturas y tradiciones que a partir de los noventa provocaron en las prácticas artísticas un extraordinario florecimiento de autores como Steve McQueen, Sonia Boyce, Isaac Julian, Kara Walker, Glenn Ligon, Ellen Callagher o William Kentridge. Y como el sudafricano —cuyo enfoque del dibujo es una forma de borrado en el cual las huellas de lo suprimido permanecen en la página creando una superposición de capas—, Kader Attia se apropia de las formas más primitivas del arte: trabaja sobre máscaras y tallas africanas, páginas de libros, fotografías y arquitecturas vernáculas, reanimándolas, cosiendo sus cicatrices.
El artista trabaja sobre máscaras y tallas africanas, páginas de libros, fotografías y arquitecturas vernáculas
En la Fundación Miró, un palimpsesto de rostros convierte el tiempo en abstracto. No hay demolición ni descomposición, sino un reconocimiento del pasado y una meditación sobre nuestro destino, como humanos, como artistas. Es la misma técnica de las cuevas paleolíticas: animales superpuestos, cinemáticos, un mamut que tapa a un grupo de bisontes, un caballo que adelanta a otro. El tratado visual del “todo-mundo” que nos dejó Glissant.
Caminamos entre máscaras y bustos tachonados con trozos de espejos, objetos tradicionales africanos reparados con elementos occidentales, fotografías de soldados desfigurados de la Segunda Guerra Mundial —Open Your Eyes, la magnífica instalación que presentó en la Documenta 13— o una esfera planetaria hecha añicos y recompuesta con grapas metálicas. Toda laceración, todo trauma (histórico) exigen una cura, y la obra de arte es un láser sellador. Cada escarificación, cada grieta, es un noli me tangere con la empatía introducida por la instalación artística. No importa cuán larga e intensa es la hendidura ya que esta servirá de conducto para adobar el muro que delimita la codicia humana. Hoy las vemos elevadas, inefablemente luminosas en un espejo o sobre la piel de un lienzo, obligándonos a hacer frente a nuestra imagen, solos o colectivamente.
El trabajo de Kader Attia no se puede explicar. Transmite el “ruido silencioso” de la historia de la colonización en el planeta, de sus episodios traumáticos y sus víctimas, los explotados, los desarraigados. Al mismo tiempo, describe el aire de los hermosos caballos en su trote hacia la frontera, una cicatriz en perpetua erupción.
Las cicatrices nos recuerdan que nuestro pasado es real. Kader Attia. Fundación Miró. Barcelona. Hasta el 30 de septiembre.
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