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EPISTOLARIO

Las cartas del encuentro

Max Aub y Dionisio Ridruejo lucharon en bandos distintos en la Guerra Civil. Sus cartas de la posguerra retratan admirablemente la evolución de ambos y la del país entero

José-Carlos Mainer

Max Aub perdió una guerra civil y nunca lo aceptó. Dionisio Ridruejo ganó la misma guerra, casi a la vez que la decepción y la responsabilidad de haberlo hecho. Aub nos dejó en su obra el más vivaz testimonio de la congoja del exilio; Ridruejo, en la suya, el difícil proceso de una conversión. Murieron a las puertas de lo que habían esperado tanto: Aub, en el verano de 1972 —el mismo día que falleció Américo Castro—, en plena quiebra moral del régimen y entre sus últimos estertores de bestia moribunda; Ridruejo, en junio de 1975, en el centro mismo de un rigodón de conspiraciones de viejos opositores y nuevos ventajistas.

Las cartas que ahora se editan se escribieron en un momento expectante y decisivo: la definitiva ruptura de Ridruejo con el Régimen (ya iniciada en 1942 y consumada con su detención y encarcelamiento en los sucesos de febrero de 1956) y la madurez de la obra literaria de Aub que acababa de disfrutar el prometedor éxito internacional de su invención novelesca Jusep Torres Campalans. No son dos cartas corrientes: los autores no se conocían personalmente ni después mantuvieron correspondencia habitual. El destinatario de cada uno era importante por su significado, pero las cartas servían, sobre todo, a una suerte de autorratificación por persona interpuesta, sabiamente elegida (Ridruejo lo dice con claridad —y cálculo— en la suya: su corresponsal puede reenviarla a otros). Aub, que es el primero en escribir su alegato (abril de 1958), recibe respuesta casi un año después; en ese momento ya pergeñó una suerte de borrador de contestación a Ridruejo, pero en 1962 todavía lamentaba no haber contestado a “aquella suya, extraordinaria” misiva que había leído tres años antes. La primera carta de Aub es noblemente retórica, conceptuosa a veces, vehemente otras, escrita en nombre de todo el exilio (“vencidos, vencemos”) a un personaje cuyo perfil no acababa de ver claro; la larga respuesta de Ridruejo —que parece anunciar las páginas del futuro ensayo lustral Escrito en España, de 1961— es dialéctica y persuasiva, precisa en el matiz y noble en la defensa de amigos (Leopoldo Panero o José María de Cossío) que juzga injustamente atacados. Aub había escrito al antiguo falangista que “nos llenaron de lodo, será más difícil limpiaros del vuestro”; Ridruejo convino en que “vistos desde lejos estos forcejeos debían de ser incomprensibles”, refiriéndose a las modestas señales de antifranquismo emitidas desde finales de los cuarenta. Su interlocutor ya no albergó más dudas sobre su integridad…

Domingo Ródenas de Moya ha cuidado de la edición y ha escrito un ensayo preliminar que sitúa y explica estos documentos excepcionales. No era nada fácil estar a la altura de unos textos que concentran tanta historia colectiva y destilan tanta dignidad humana. Pero Ródenas ha sabido fijar el contexto preciso —años de Guerra Fría, reflujos ideológicos en el exilio, desilusiones…— y conjeturar con acierto cuál pudo ser el proceso interior y cómo fue el encuentro final de dos hombres admirables. El libro ha aparecido en la nueva colección Los Galeotes, del Instituto Cervantes, que tiene el propósito muy cervantino de rescatar textos perdidos y que ya había publicado el ensayo Lorca, el poeta y su pueblo, de Arturo Barea, prologado por Juan Marqués. Este de ahora y aquel otro son títulos que ponen el listón muy alto.

Vuelta sin regreso. Cartas. Max Aub y Dionisio Ridruejo. Instituto Cervantes, 2018. 128 páginas. 15 euros.

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