Un respeto para Otis Redding
Una frustrante colección de las últimas grabaciones del incandescente Rey del Soul
Ya sé que remo contra corriente pero debo decirlo: no veo objeciones morales a los discos póstumos, salgan inmediatamente tras morir el artista o –como ocurre aquí- cincuenta años después. Eso sí: espero que se confeccionen con elegancia y criterios musicológicos.
Recibí ilusionado el anuncio de que Rhino publicaba Dock of the Bay sessions, conteniendo –según la nota de prensa- “las últimas grabaciones del rey del soul”. En el verano de 1967, Otis Redding había salido fuera de su zona de confort, apabullando al público hippy de California. La escucha de Sgt. Pepper le hizo repensar el valor de las letras y las técnicas de producción. En septiembre, grabó baladas en la sede de Stax Records. En octubre, superó una operación de pólipos. En noviembre, volvió al estudio de Stax en Memphis. El 10 de diciembre, ya saben, su avioneta se estrelló en Wisconsin.
¡Dudas!. ¿Maquinaba Otis un viraje estético? Lo que sería su mayor éxito, “(Sittin’ on) the dock of the bay” ¿reflejaba su nueva orientación o era sencillamente un raro momento introspectivo? Desdichadamente, con solo doce canciones, Dock of the Bay sessions se queda corto. Las poderosas grabaciones finales de Otis –incluyendo algunas tomas alternativas- están desperdigadas por álbumes postreros; nunca se han juntado en un solo lanzamiento, con información discográfica.
Esa es otra. Dock of the Bay sessions carece de créditos fiables: hay errores en fechas, el listado de personal está incompleto. No mencionan al ingeniero Ron Capone, un recién llegado que esquivó los vicios habituales en el estudio de Stax y proporcionó a Otis un gran sonido instrumental.
Estamos ante otra tontuna derivada de la moda del vinilo: en vez de aprovechar la capacidad del CD, se asumen las limitaciones del elepé (esto dura 32 minutos). De hecho, las notas, obra de Bob Stanley, están planteadas como si estuviéramos ante un disco de 1968 (y Otis no hubiera fallecido). Resultan convincentes, por ser tan torpes como aquellos textos de contraportada que Stax solía encargar a locutores amigos.
Este pequeño desastre viene a recordarnos la degradación de lo que fue una formidable compañía especializada en historia. Rhino Records nació como tienda en Los Ángeles; como editora, destacó por su imaginación y pulcritud sonora al rescatar grabaciones del pasado. Durante los años noventa, fue adquirida por Warner, que decidió convertirla en su departamento de “marketing estratégico”.
Con el respaldo de Warner, Rhino materializó fabulosas cajas que enriquecían nuestra comprensión de la evolución del rock, aparte de bandas sonoras y rarezas (la serie Handmade). Pero, en 2009, despidieron a la mayor parte de sus empleados y Rhino se convirtió en otro sello de catálogo más, pendiente del calendario para ordeñar las referencias de Doors, Ramones y demás vacas sagradas.
Me dirán que esto tiene poca relevancia para nosotros. Debo discrepar: Rhino marcaba un alto nivel para las sucursales de Warner en todo el mundo, que usaban la marca para proyectos prestigiosos (las monumentales Obras incompletas de Calamaro o Etiqueta negra, de Ariel Rot, salieron en España como Rhino). No es buena noticia esa pérdida de ambición que ejemplariza Dock of the Bay sessions.
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