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Crítica | Pop
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los Secretos y el eterno retorno de las grandes canciones

La banda se ha involucrado en la celebración (algo anticipada) de su cuadragésimo cumpleaños con el espectáculo 'Una vida a tu lado'

Los Secretos, en su celebración en Madrid de 40 años de carrera.
Los Secretos, en su celebración en Madrid de 40 años de carrera.Víctor Lerena (EFE)

Los aniversarios sirven para hacer memoria y gestionar el veneno de la nostalgia, pero también, y sobre todo, para conjugar la primera persona. Y Los Secretos llevan autoafirmándose desde aquel funesto otoño de 1999 en que perdieron al principal de sus pilares fundacionales. Ahora se han involucrado en la celebración (algo anticipada) de su cuadragésimo cumpleaños con el espectáculo Una vida a tu lado, que anoche dilucidaba en el WiZink Center madrileño su capítulo más decisivo. Y consiguieron reunir, justo en los días más frenéticos para la agenda musical en directo, a 10.500 cómplices dispuestos a refrendar la vigencia de un repertorio seguramente inmortal. El balance quedó claro: el quinteto madrileño tal vez lleve casi cuatro lustros dando vueltas en redondo, pero la huella de sus dos primeras décadas es lo bastante honda como para que la historia les tenga ya reservada una generosa página de posteridad.

Inmersos en el reto de ofrecer su imponente colección de grandes éxitos en diferentes combinaciones (ora en formato acústico, ora orquestal, últimamente junto a adaptaciones al castellano de éxitos ajenos), Los Secretos se convirtieron ayer en el primer gran grupo español que comparecía en formato de 360 grados. Cuentan que la idea surgió casi por accidente, como un “a que no os atrevéis” en el que todos acabaron propinando un orgulloso golpe en la mesa, pero no se les puede negar ni la determinación ni la valentía. Otra cosa es el interés real de estos escenarios circulares (el de ayer, un cuadrilátero) en el que los músicos se dan la espalda, no saben bien cómo colocarse ni hacia dónde mirar, y por el que terminan deambulando y haciendo mas kilómetros que en una sesión de zumba.

El propio Álvaro Urquijo empezó excusándose por las posibles imprecisiones que pudieran cometer entre tanto micrófono e inglete, pero a partir de hoy les quedará el orgullo de haber vivido una experiencia de la que en el pabellón madrileño solo podrían dar fe tres bandas de dimensiones estratosféricas: Muse, Metallica y Arcade Fire. Eso es lo que permanecerá en los anales, y no los desajustes sonoros derivados de que Urquijo dispusiera de cinco puntos distintos desde donde cantar, y hasta de un escenario supletorio para algunas de las piezas más intimistas; en particular, la estremecedora Aunque tú no lo sepas o la preciosa (y poco divulgada) Trenes perdidos.

En el apartado del legítimo orgullo, los madrileños se concedieron el hermoso detalle de anunciar cada tema con su título, año y álbum de origen desde las pantallas gigantes, y tiraron de agenda para hacer de la noche una experiencia verdaderamente singular. El más atípico de los invitados, el mago Jorge Blas, concibió con sus naipes un asombroso homenaje a Enrique Urquijo. Lou Marini (Blues Brothers) coloreó con su saxo la nostalgia de Buena chica. Y el índice Dow Jones de la excelencia se disparó con la irrupción de dos maestros consumadísimos de la estrofa y el estribillo, el canadiense Ron Sexsmith (“El nuevo Paul McCartney”, en merecida definición de Urquijo) y el californiano Jackson Browne.

El primero deparó la mayor sorpresa de la jornada al abordar, en castellano, una estupenda versión de Eres tú (Mocedades), demostración inmejorable de que las grandes canciones no saben de etiquetas ni de caducidades. Y el autor de Late for the Sky, influencia manifiesta de los Urquijo desde adolescentes, repasó en versión bilingüe los dos temas que Los Secretos le han tomado prestados, Call It a LoanIn the Shape of a Heart. Faltaban aún una docena de clásicos y hasta la irrupción de un cubo volador hasta llegar al eufórico y colectivo Stay con el que terminaba una larga velada. Algo deshilvanada, por las dificultades logísticas y sonoras, pero demostrativa de que las grandes canciones tienen su eterno retorno garantizado.

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