Gala, artista con y sin Dalí
Una muestra en el Museo Nacional de Arte de Cataluña reivindica el papel creador y activo de la considerada solo musa del pintor
Antipática, fría, manipuladora, enigmática, tacaña y egoísta. Con todos esos adjetivos se calificó a Elena Dmitrievna Diàkonova, Gala, nacida en Kazán (Rusia) en 1894 y que fue, más de medio siglo, compañera y modelo de Salvador Dalí, después de que se conocieran un verano de 1929 en Cadaqués (Girona). Siempre estuvieron juntos, hasta 1982, cuando ella falleció en Portlligat. Él la pintó como diosa, como virgen, como madre o como voluptuosa mujer idealizada. La polémica personal, familiar, política e incluso artística que rodeó a Dalí se repitieron también con Gala.
Han pasado los años, Dalí sigue más vivo que nunca, con continuas exposiciones, documentales, películas y libros. Pero de Gala no se ha ocupado casi nadie, más allá de un par de biografías. Tampoco había sido objeto de una muestra monográfica. Hasta hoy, que el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) inaugura la exposición Gala-Salvador Dalí. Una habitación propia en Púbol. La muestra, organizada con la fundación de Figueres que lleva el legado de la pareja, quiere hasta el 14 de octubre cambiar la imagen de musa por la de artista.
Las 315 obras reunidas por la catedrática de arte contemporáneo, comisaria de la muestra y colaboradora de EL PAÍS Estrella de Diego proponen a una mujer que no solo inspiró la obra del genio catalán, que no solo fue el puntal en el que Dalí se apoyó para acabar siendo un pintor internacional. Ahora se le otorga un papel activo y de coautoría en muchas de estas creaciones que han pasado a la historia del arte. Con las pinturas se exponen también dibujos y fotografías, a las que Gala, como todos los surrealistas, era tan aficionada que llegó a reunir más de 13.000. Se exponen además las hojas manuscritas de los proyectos autobiográficos de Gala, así como cartas, juegos de tarot, libros, iconos rusos, vestidos, objetos de tocador y algunos de los peluches kitsch que la rodeaban. Todo muestra a esta enérgica mujer como una de las claves de las vanguardias del siglo XX.
Las pinturas de Max Ernst en las que aparece Gala así como en las fotografías de Man Ray y Cecil Beaton, además de las obras de Dalí, son mucho más que retratos de una musa: “Conforman un recorrido autobiográfico a través del cual Gala imaginó y creó su imagen en una especial performance”, dice Estrella de Diego. La tesis que defiende la comisaria aparece refrendada por los escritos, los objetos surrealistas que diseñó y lució (como el impresionante sombrero zapato de Elsa Schiaparelli), y la forma en la que ella quiso presentarse y representarse ante los demás.
No hay que olvidar que Dalí, un personaje tan gigante como su ego, firmó muchas de sus obras con la rúbrica doble de “Gala Salvador Dalí”. “Estaba ahí delante. Ellos lo estaban contando, solo había que leerlo”, remarca la comisaria. “Si Gala era tan mala, tan controladora, si le interesaba tanto el dinero, por qué abandonó a Paul Éluard, poeta de éxito en París, ciudad donde todo el mundo del arte aspiraba a vivir, y se quedó con quien entonces no era nadie para vivir en una casa de 20 metros cuadrados, en un sitio perdido sin agua ni luz. Seguro que pensó que allí podía desarrollar su actividad artística”.
Desde otro ángulo
Para de Diego, “reivindicar a Gala es también reivindicar a Dalí. Ver a Gala desde otro ángulo es ver a Dalí a través de otros ojos, por lo tanto, se enriquecen los dos. Dalí ha sido vilipendiado por sus detractores y es el más contemporáneo con sus gamberradas. Él se inventó el artista como estrella”, prosigue la experta, autora de Querida Gala (2003), una biografía fundamental para conocer a esta mujer.
La exposición, que recibe al visitante con unos teatrales cortinajes blancos, comienza con el castillo de Púbol, donde Gala está enterrada. “En Púbol, Gala encuentra su lugar para desarrollarse, su espacio, su habitación propia, que antes ya había buscado en la habitación oval de Portlligat”. Se muestran también las cartas en las que “quedan claras las veleidades literarias de Gala, lo mismo que su diario, publicado hace unos años, y unas cuantas hojas de una novela que no se tiene completa y que cualquier día puede aparecer”.
La muestra recorre el periodo con su primer marido, el poeta Paul Éluard, con el que tuvo una hija a quien también abandonó para siempre, lo que abunda en una personalidad compleja. “Cuando se conocieron, él no era poeta, y ella le ayudó a acabar siendo quien fue”.
Están también los libros que le dedicaron muchos artistas amigos suyos y la reproducción de los dos objetos surrealistas que ella creó (desaparecidos en la actualidad) o las imágenes en las que está trabajando y creando junto a Dalí el pabellón del Sueño de Venus para la exposición de Nueva York de 1939.
El visitante encontrará, asimismo, pequeñas joyas como la Madonna de Portlligat, la primera versión de 1949, que no se veía desde los años cincuenta en Barcelona (la versión grande está en Japón). Y hay también media docena de vestidos de alta costura de la creadora y algunos de sus sempiternos lazos. “Era una dandi. Era ella la que miraba y a la que le gustaba que la miraran”, asegura De Diego.
La exposición, con el patrocinio de Abertis, cuenta con un presupuesto de 950.000 euros, lo que supone el 60% del total anual del MNAC, explicó el director del museo, Pepe Serra. Concluye con una treintena de pinturas con Gala “en diferentes performances reflejada por los pinceles de Salvador Dalí”.
Babelia
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