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Columna
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Deploración

'Siete cuentos morales' es el título del último libro de J. M. Coetzee, donde encara de nuevo las limitaciones de nuestro mundo

Siete cuentos morales (Random House) es el título del último libro de J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), donde, a través de la figura de Elizabeth Costello, el heterónimo personaje que le sirvió hace tres lustros para hacer un balance de las miserias del ser humano actual, encara de nuevo las limitaciones de nuestro mundo, aunque ahora en la clave melancólica de quien se enfrenta ya a la muerte sin remisión. Cada uno de los cuentos está fechado entre 2003 y 2017, fechas que se corresponden con los 63 y 77 años del autor, o, si se quiere, en un plano biológico, los que anuncian el paso de la madurez del mismo a la ancianidad. Y en este ceremonial del adiós todo gira en el arte de morir bien, como dice la protagonista del relato a sus atribulados vástagos, que inútilmente tratan de protegerla de sí misma. En efecto, cuando la inevitable declinación física nos vuelve menesterosos y nuestros hijos se transforman en nuestros solícitos padres, hay una tentación de huir, no tanto del filial cuidado, sino del hecho de que, como dijera el poeta, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Aceptarlo, quizás sea humillante, pero de lo único que cabe despojarse en la despedida es de los restos del orgullo.

La anciana Costello lo sabe y su reacción es deplorar que ocurra el fin del mundo personal. El verbo deplorar, etimológicamente derivado del homónimo latino, significa “llorar”, pero el lamento de la anciana escritora no se ciñe solo a ella y al mundo por ella vivido, sino al que le ha de sobrevivir que aún le gusta menos. En su extravagante huida de lo que se le viene encima, hace Costello un balance de lo que piensa como esencial, que no es ya genéricamente la vida, sino la de aquellos seres en los que nadie repara porque no acreditan ser lo suficientemente humanos; es decir: prácticamente todo lo que existe a nuestro alrededor y es desconocido por nosotros. Gravísima exclusión, porque ni siquiera sabemos casi nada sobre nosotros mismos.

En el último cuento, titulado El matadero de cristal, Coetzee / Costello se asoma al balcón de lo zoológico como una metáfora de nuestra arrogante ignorancia, que nos permite abusar despiadadamente de nuestros seres biológicos más próximos. Es conocida para sus lectores la aversión que de siempre ha sentido Coetzee / Costello por el llamado maltrato animal, cuyo límite es sobremanera impreciso. De hecho, hace ya muchos años que el dramaturgo americano Edward Albee (Washington, 1928) escribió The Zoo Story (1958), donde describía la pugna entre dos humanos que disputan la propiedad de un banco público. Late al final en Coetzee / Costello esa imprescindible forma de piedad por todo lo que hay de insignificante a nuestro alrededor mediante la redención de su memoria. Porque, a la postre, nada, ni nadie, a la luz de la buena muerte, debe resultarnos ajeno.

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