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Crítica | 78/52. La escena que cambió el cine
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Modernidad formal, conservadurismo discursivo

La propuesta posee el mérito de rellenar 90 minutos con la disección de una única secuencia, pero el camino está tan sembrado de aciertos como de imprudencias

Imagen de '78/52. La escena que cambió el cine'.
Imagen de '78/52. La escena que cambió el cine'.

78/52. LA ESCENA QUE CAMBIÓ EL CINE

Dirección: Alexandre O. Philippe.

Género: documental. Estados Unidos, 2017.

Duración: 91 minutos.

En la célebre secuencia de la ducha de Psicosis (1960), Alfred Hitchcock ofreció una iluminadora lección práctica sobre la inconveniencia de dejarse llevar por la fidelidad a la hora de trasladar un texto a la gran pantalla. Seis escuetos párrafos escritos con el funcional estilo de Robert Bloch, que se remataban con dos secas frases –“Un cuchillo que cortó su grito. Y su cuello”-, se transformaron en un recital de pura forma, que, reducido a términos numéricos, se sintetiza en esas 78 posiciones de cámara y esos 52 cortes de montaje que definen la ecuación que da título a este documental de Alexandre O. Philippe, cineasta que, a lo largo de su carrera, se ha interesado, entre otras cosas, por el fenómeno trekkieEarthlings: Ugly Bags of Mostly Water (2004)-, la beligerante relación entre el fandom y George Lucas –The People vs. George Lucas (2010)- y la progresiva importancia del arquetipo del zombi en la cultura popular –Doc of the Dead (2014)-. 78/52. La escena que cambió el cine se suma, con su título un tanto rimbombante y maximalista, a una corriente de recientes documentales que tantean diversas estrategias para fagocitar las claves del análisis fílmico y la memoria sentimental cinéfila: ¡Lumière! Comienza la aventura (2016), de Thierry Frémaux, Las películas de mi vida (2016), de Bertrand Tavernier, y Hitchcock/Truffaut (2015), de Kent Jones, todas ellas películas cuyo sentido último es, como el propio ejercicio de la crítica, pensar otras películas.

La propuesta posee el mérito de rellenar hora y media de metraje a partir de la disección de una única secuencia, pero el camino para llegar hasta ahí está tan sembrado de aciertos como de alguna que otra imprudencia. Resultan bienvenidos, por ejemplo, tanto un testimonio inesperado como el de la doble de cuerpo de Janet Leigh como la demostración de que Hitchcock no siguió al pie de la letra el story board diseñado por Saul Bass, pero que algunos cineastas convocados no sepan ir más allá del sobreactuado entusiasmo de un hooligan cinéfilo y que el discurso acabe ninguneando las aportaciones colectivas a la secuencia para celebrar la autocracia del genio demiúrgico resulta algo desolador a estas alturas. Quizá la gran aportación del discurso de Philippe sea la de dejar en evidencia que la secuencia de la ducha sigue siendo más moderna que la concepción de la crítica de cine que delata su por otro lado adictivo documental.

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