Cuando el asesinato es cosa de niños
Toni Hill viaja a 1978 en su última novela, 'Tigres de cristal', para contar un crimen adolescente y la realidad social de una época “olvidada”
En febrero de 1993, James Bulger fue secuestrado en un centro comercial de Liverpool. Sólo tenía dos años. Sus secuestradores, dos niños de 10 años, le torturaron durante horas antes de dejarle en mitad de una vía del tren cubierto con escombros. Para entonces, ya estaba muerto, pero ellos no lo sabían. Ellos querían que el tren le pasara por encima, como finalmente le pasó, partiéndolo en dos. “Un caso así te hace pensar que la maldad nace con nosotros”, dice Toni Hill (Barcelona, 1966). “Y a la vez, hace que te preguntes cómo van a vivir lo que les queda de vida esos críos, después de haber hecho algo así”, añade. Sin James Bulger no existirían el Cromañón, Juanpe y Víctor, tampoco Alena, Lara y Iago, los protagonistas, en el pasado y el presente, de su última novela, el thriller social, o thriller de barrio, Tigres de cristal (Grijalbo).
No, la víctima en Tigres de cristal no tiene dos años, sino 14, y antes de víctima, ha sido verdugo: Joaquín, alias el Cromañón, se mete con todo el mundo, habla con gruñidos, es un bruto, que acosa hasta hacer temblar de miedo a diario a Juanpe, un chaval, como él, de La Satélite, el barrio de San Ildefonso, en Cornellà, un montón de horribles bloques de pisos, en los que a veces vivía un pueblo entero, llegado de algún lugar del sur. “No era necesariamente gente que viniese porque no les quedaba otra, que también, sino en muchos casos, parejas de pueblos de otras partes de España que querían que sus hijos llegasen más lejos de lo que habían llegado ellos: de ahí que todos tuviésemos que estudiar sí o sí, y que hubiese sobre nosotros mucha presión, porque ellos habían cumplido con su parte del trato, y tú tenías que cumplir con la tuya”, cuenta el escritor.
Ahora el juego del acoso es mucho más sutil, y no acaba cuando sales del instituto, porque sigue, a través del móvil, por redes sociales, en todas partes
Hill fue a un instituto de La Satélite, así que sabe de lo que habla. En un instituto transcurre la historia. En un instituto, un colegio, y en las calles. En casa de los padres de Juanpe, el chaval al que el Cromañón hacía la vida imposible y del que un día quiso vengarse. Cuando tuvo un amigo, Víctor, hijo nada menos que del Sandokán de los bloques, Emilio Yagüe, un sindicalista capaz de luchar contra todo y contra todos – estamos hablando de la época en la que las fábricas se detenían durante semanas ante la amenaza de un único despido, porque eran 'todos o ninguno' –, Juanpe se vengó. Pero su venganza fue más lejos de lo que esperaban. El Cromañón no sobrevivió a la paliza. Y uno y otro tuvieron que cargar con la culpa. Aunque lo hicieron de formas muy distintas.
“Juanpe viene de una familia muy desestructurada, y le toca la peor parte. Víctor consigue olvidar, porque se libra de pagar por ello”, dice Toni. A su historia criminal se contrapone otra, en el presente – año 2015 – en la que la acosada es una chica de 15 años que acaba de llegar al instituto. “Ahora el juego del acoso es mucho más sutil, y no acaba cuando sales del instituto, porque sigue, a través del móvil, por redes sociales, en todas partes”, asegura el escritor. Mientras a Juanpe, en 1978, su acosador le humillaba con todo tipo de actos físicos, a Alena, en 2015, se la acosa convirtiéndola en objeto sexual a través de las redes. Porque basta una fotografía para convertir tu vida en un infierno. “Lo curioso es que, siendo dos casos muy distintos, y teniendo Alena más apoyo que Juanpe, ninguno de los dos sea capaz de denunciar, y acabar con el acoso. Y eso es porque la víctima asume su papel de víctima, y si alguien no te ayuda a salir, no sales nunca”, considera Toni.
Aunque muy distintas entre sí, sus novelas – la trilogía policial de Héctor Salgado, el detective argentino en Barcelona; la gótico mediterránea y muy 'brontiana' 'Los ángeles de hielo', y ésta – comparten su obsesión por el mal. “A veces intentamos justificarlo todo, pero no lo todo es justificable. No soy de los creen ni que el ser humano es bueno por naturaleza ni que es malo. Yo diría que si algo es por naturaleza el ser humano es egoísta, y violento. Somos animales, y es esa parte animal la que nos hace actuar de manera extrema, porque forma parte de nuestro instinto de supervivencia, y que se materializa en agresión o defensa. No todo es culpa de los demás siempre”, apunta Hill, refiriéndose a la posibilidad de que un entorno más o menos violento o desestructurado te convierta en un monstruo. Hay que asumir, dice, que el monstruo podemos llevarlo dentro.
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