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Sónar 2018
Crónica
Texto informativo con interpretación

Dos caras del ritmo

LCD Soundsystem se encumbran y Thom Yorke no conectó con la pista en un Sónar con Sakamoto como broche final con un espectáculo inédito en España

LCD Soundsystem durante su actuación en el Sónar.
LCD Soundsystem durante su actuación en el Sónar.Consuelo Bautista

Con la presentación del espectáculo inédito Two en el Teatre Grec, uno de los pocos lugares de Europa donde será representado esta temporada, los viejos conocidos del Sónar, Ryuichi Sakamoto y Alva Noto, se encargaron en la noche de ayer de poner el broche de oro al festival. Su delicado espectáculo marcó el punto y final a tres días de música que en la noche del sábado mostró dos formas de entender el ritmo en el festival de ritmos por antonomasia: el Sónar. Por un lado James Murphy encarnó el ritmo sin fisuras, rectilíneo, macedónico en su unidad como falange que avanza al unísono aplastando toda resistencia. Por su parte, la propuesta de Thom Yorke desplegó un ritmo sinuoso, ora ausente y sugerido, ora presente y reiterado, casi aplastante en su intención avasalladora para compensar los instantes en que su presencia era eludida. Música muy cerebral para cuando el cuerpo pide músculo en un festival que celebró sus 25 años con aumento de público y una programación irregular salvada en buena medida por pequeños descubrimientos, lo que se llama la letra minúscula.

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Mayúsculas: nada tan imponente como James Murphy en pie, subido a un monitor, cantando enhiesto como quien da instrucciones, más hablando melódicamente que otra cosa. Su voz, desapasionada, como si llegase del hastío, remataba una maquinaria de ritmo casi cuadrado no por ello machorro. Sobre una base incólume, las adiciones consistían en pequeños elementos casi inadvertidos que se iban sumando para mantener y aumentar la tensión de las piezas y su implacable rigor bailable. Disco-punk, lo llaman, pero también podría decirse ritmo con estudios, porque nada es tan sencillo como parece en la música del grupo de Murphy. El repertorio equilibró piezas de American Dream, LCD Soundsystem This Is Happening y Sounds Of Silver, manteniendo la tensión a lo largo de casi dos horas de actuación, cerrada apoteósicamente con All my friends.

En el apartado visual, destacaron los efectos de transición de planos en las pantallas, que iban más allá del fundido, el encadenado o el corte en favor de cambios progresivos con alteraciones de colores y formas. Nada más fue necesario, los ojos siempre acababan centrándose en Murphy, mascarón de proa cogido a su micro como si fuese lo único capaz de anclar su figura al suelo.

Pero el espectáculo vivía también en la pista. El hangar del Club sumaba un número de personas poseídas por el baile que no cabrían en una escena épica del Señor de los Anillos. Casi todo el mundo en el complejo estaba allí, y por el aspecto de algunos parecía que lo estaban desde la víspera. Sus caras abobadas cuando actuaban las bolas de discoteca repartiendo reflejos blancos lo decían todo. Enternecedores también aquellos muchachos con gafas de sol en aquel agujero negro, una muestra, creen ellos, de dureza, fiesta, control, coquetería o disimulo pésimamente entendido. En una redada serían los primeros cacheados. Por cierto, la mayoría de los usuarios de ese complemento eran varones que se subían las gafas en un gesto de sexador de pollos incrédulo cuando pasaba cerca algo que ellos determinaban merecía una detallada observación.

Distante Thom Yorke

La segunda cara del ritmo la propuso Thom Yorke. Distante de su papel dolido en Radiohead, Thom se entregó corporalmente al concierto, dando saltos y vaciándose para integrar a la audiencia. Pero sus temas estaban tocados por la extrañeza, y salvo algunas excepciones, The Clock con sus graves telúricos, Traffic, I'm a Very Rude Personcon su guitarra casi africana, el repertorio no era precisamente la alegría de la huerta.

No era tampoco era el lamento del abollado sentimental o del incomprendido, pero las canciones, muy sinuosas, muy para pensarlas, no ayudaban cuando el reloj avanzaba hacia las tres de la madrugada, con el personal esperando zapatilla. Así, Thom, funcionó como insecticida en un panal, y el público fue desertando poco a poco de la pista en busca de emociones menos sesudas. Y eso que los gráficos estuvieron muy trabajados, alternando en las cinco pantallas del escenario y las dos laterales figuras geométricas, acuarelas desleídas y colores que en ocasiones parecían salidos de cuadros de Kandinsky como Murnau, casas en el Obermarkt.

Pero ni por esas, el personal no estaba para óleos y música especulativa, deseaba algo más tangible y de efectos más inmediatos. Hawtin y Garnier fueron los doctores que dispensaron el medicamento adecuado, y las gafas de sol y los brazos pidiendo más despidieron un Sónar en pos de la vida adulta.

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