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Rock | Queen + Adam Lambert
Crónica
Texto informativo con interpretación

El reino descabezado

Brian May y Roger Taylor aún son capaces de ofrecer un espectáculo de relumbrón, pero parecen una banda tributo de sí mismos

Adam Lambert, a la izquierda, y el guitarrista del grupo Queen, Brian May, durante el concierto en el Winzink Center de Madrid.
Adam Lambert, a la izquierda, y el guitarrista del grupo Queen, Brian May, durante el concierto en el Winzink Center de Madrid.VICTOR LERENA (EFE)

¿Cómo atribuir con propiedad el nombre de Queen a una banda que perdió para siempre a su vocalista aquel fatídico 24 de noviembre de 1991? La duda existencial que reconcome a millones de seguidores desde hace más de un cuarto de siglo volvió a hacerse carne anoche en el WiZink Center madrileño ante la aparición de lo más cercano que podremos volver a estar de Queen. Es decir, de una solvente banda liderada por Brian May y cuyo repertorio, aun en ausencia de Freddie Mercury, es íntegramente aquel que entre 1973 y 1991 convirtió a sus cuatro artífices en una de las tres o cuatro alianzas más populares y estrepitosamente vendedoras de este planeta.

La reedición de aquello tiene mucho de espejismo, de sucedáneo, de frustrante premio de consolación. Pero el reinado de aquel cuarteto fue tan estruendoso que ayer más de 15.000 almas no dudaron en agotar el papel –que no era nada barato- aunque solo fuera por reverdecer un ápice de aquellas pretéritas tardes de gloria frente al radiocasete. De cuando el bigote era solo un ejército de hormigas en la cara y las mallas ajustadas, un interrogante en la hombría y un motivo de preocupación más para mamá.

A May le quedará siempre aquella coartada fantástica que su añorado compañero le dejó escrita y hasta de viva voz: el espectáculo debe continuar. Y aunque las sospechas de que estira su legado para exprimirnos las carteras le perseguirán también de por vida, lo cierto es que nadie en la sociedad capitalista occidental deja pasar ocasiones clamorosas, y legítimas, de rentabilizar sus activos (pregúntenles a Andersson y Ulvaeus, los compositores de ABBA). La gira es solvente; las pantallas gigantes con el robot que lucía en portada de News of the World, espectaculares; y el estado de forma de May, a sus casi 71 primaveras, asombroso. El guitarrista y astrofísico no conserva un solo rizo resistente a las canas, pero su mano izquierda mantiene el pulso fulgurante de los grandes años. Y demuestra su discreta jefatura escogiendo tres de las piezas más escoradas al hard-rock, la plúmbea Tear It Up y las añejas Seven Seas of RhyeTie Your Mother Down, para abrir la velada

El ambiente era de excitación nerviosa, de impaciencia alborotada durante los minutos en que, ya con las luces apagadas, el telón seguía sin izarse. El problema obvio es que una formación con Brian May y el batería Roger Taylor en sus filas no equivale exactamente a Queen, sino casi a una banda de tributo. La mejor de las posibles, de acuerdo. Y, en consecuencia, con un repertorio que han amamantado tres generaciones de melómanos, a un grupo capaz de hacernos pasar dos horas la mar de entretenidas. Pero no caigan en la tentación de ponerse hoy el vídeo de Wembley 1986, por favor. Sería demasiado cruel.

Y a todo esto, ¿qué tal este Adam Lambert? Pues bien, o al menos bastante mejor de lo que cualquier escéptico podría temerse de un antiguo concursante de American Idol. May y Taylor ya probaron a reflotar el reinado con un gurú de su generación, Paul Rodgers (Free, Bad Company), pero ni los unos ni el otro tienen edad de contenerse los egos. El californiano Lambert aporta la ventaja de contar con mucho más oficio que pedigrí. Tiene 36 años, podría ser hijo de sus mentores, le encanta cambiarse de vestuario y alternar colores chillones y negro riguroso, taconazo y suela lisa, tatuajes a la vista o disimulados. Y, lo mejor de todo, no pretende imitar a Freddie Mercury. Dispone de un registro vocal amplísimo, porque de lo contrario no podría haber obtenido un trabajo así, pero renuncia de antemano a la emulación. Y eso le redime, porque intentar hacerle sombra a Mercury sería un disparo al pie.

Faltan, en consecuencia, el carisma, la excepcionalidad, la distinción. No comparecen los argumentos para el asombro. La diferencia es entre un cantante correcto y otro único. Abismal, inevitablemente. Pero el bueno de Lambert se presta a interpretar Killer Queen desde lo alto de un cabezón gigante, a pasear en triciclo por el escenario con Bicycle Race o a marcarse un muy arrebatado Don’t Stop Me Now, quizá su mejor momento de la noche. Iceta, no te lo pierdas.

El oficio, en cualquier caso, prevalece sobre la nostalgia o la suplantación. Brian May se coloca en el centro de la pista para asumir en completa soledad, voz y guitarra acústica, Love of my Life, que inaugura esbozando el adagio del Concierto de Aranjuez y termina con El Gran Ausente cantando la última estrofa desde la pantalla gigante. Roger Taylor, que ya no es rubio sino níveo y barbudo, también se lleva su batería hasta el centro del pabellón para Somebody to LoveCrazy Little Thing Called Love. Incluso Taylor se permite un duelo de baterías con su subalterno, Tyler Warren, lo bastante prudente como para que no haya una desbandada masiva hacia el abastecedor más cercano de cerveza. Una bola de cristal nos deslumbra en ‘I Want to Break Free. Y Under Pressure suena maravillosamente bien..., solo que en su caso las ausencias eternas son dos. Qué dolor.

Lo que hay, en definitiva, es irreprochable. Pero incompleto. Amputado. Es lo mejor que, en cumplimiento de las leyes de la biología, puede ofrecerse a la altura del año 2018 (o año 27 dFM). Incluso Bohemian Rhapsody, obra cumbre de los londinenses y siete minutos de vericuetos fascinantes, se salva con dignidad (y con injertos del original). Pero la monarquía es un régimen por definición piramidal, absolutista. Y todo lo que a día de hoy nos queda es, pese a la corona en la testa de Lambert para las finales We Will Rock YouWe Are The Champions, un reino descabezado.

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