Dolores Aguirre, altísima tensión
Durísima corrida, mansa, agresiva y muy peligrosa del hierro sevillano
Solo el nombre de la ganadera fallecida Dolores Aguirre impone respeto; cuando sus toros aparecen en el ruedo se hace presente el miedo; cuando les da por embestir, se aceleran los pulsos, el ánimo se alerta, los tendidos tiemblan, aparecen los fantasmas y surgen las plegarias al Altísimo para que, madre mía, me quede como estoy.
La corrida toda ella fue un desfile de agresividad, de encastada mansedumbre, aspereza, bronquedad… Toros no ya deslucidos ni dificultosos, sino muy peligrosos; toros de otro momento, toros para otro escalafón de toreros.
Por un par de horas, Las Ventas entró en el túnel del tiempo y todos nos trasladamos a otra época, en la que no existía el toro bonito, bien hecho, noble y artista, ni el torero aflamencado y creativo. Por un par de horas, se impuso la fiereza, la fortaleza, el cuajo, la seriedad y la casta agresiva en un festejo en el que no tenían sentido los redondos y naturales, sino la heroicidad, la vergüenza, la solvencia, la seguridad, el amor propio, la técnica, el oficio y la capacidad de aguantar el corazón a mil revoluciones.
Con poca alegría asomó el primero los pitones, no remató en burladero alguno, y embistió con el rabo por las nubes mientras analizaba fríamente a sus nuevos conocidos. Empujó con fuerza al picador, encastado acudió en banderillas y llegó a la muleta andarín, corto de viaje y repartiendo tornillazos a su lidiador. Rubén Pinar, reconvertido en jabato, afrontó la dura prueba con admirable gallardía. Consiguió embeberlo en la muleta y le robó materialmente un par de tandas de redondos muy meritorios; insistió, después, con la zurda y llegó a trazar varios naturales de gran calado.
AGUIRRE / PINAR, VENEGAS, DEL PILAR
Toros de Dolores Aguirre, bien presentados, con cuajo y seriedad; fieros en el caballo primero y segundo y mansos los demás; agresivos, ásperos, broncos y muy peligrosos.
Rubén Pinar: dos pinchazos y estocada (ovación); pinchazo y casi entera baja (silencio).
Venegas: estocada baja (palmas); estocada (ovación).
Gómez del Pilar: estocada baja (ovación); pinchazo y un descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas. Vigésimo festejo de la Feria de San Isidro. 27 de mayo. Más de media entrada (15.013 espectadores, según la empresa). Se guardó un minuto de silencio en memoria del torero fallecido Marcos de Celis.
Pero ahí se acabó el toreo moderno. Lo que había en los corrales no permitió ni una floritura más.
Corretón y huidizo salió el segundo al que paró el subalterno David Adalid con dos capotazos. Lo masacraron en la primera vara y salió suelto en la segunda. Provocó una desbandada de toreros en el segundo tercio, en el que el toro impuso su mando sin contemplación alguna.
Y en la muleta, cada arreón era un examen fin de carrera; embestía con todo el cuerpo, la cara alta y las intenciones aviesas. No tardó en hacerse dueño de la situación ante Venegas, un torero muy poco placeado, que no le perdió la cara y que bastante mérito hizo con estar allí.
Un frío medular recorrió los tendidos cuando Gómez del Pilar cogió el capote y se dirigió a toriles para esperar de rodillas al tercero de la tarde. Se quedó en los medios y el toro le hizo un favor: lo miró desde la puerta de chiqueros, y prefirió girar a la izquierda y barbear las tablas hasta el otro extremo de la plaza. Era un manso de libro que entró hasta cuatro veces al caballo y otras tantas huyó despavorido. Brindó el torero al público, aguantó por bajo las primeras embestidas violentas y los tornillazos posteriores que buscaban el cuerpo del hombre con intención de hacerlo papilla. Un calvario pasó Gómez del Pilar hasta que una estocada baja le permitió respirar camino del burladero.
Otro manso y peligroso el cuarto, dificilísimo en banderillas; rajado, acobardado e imposible en el tercio final. Rubén Pinar lo persiguió sin fortuna.
Hasta seis veces entró a los caballos —a los dos que había en el ruedo— el quinto, y, por fin, consiguieron picarlo a pesar de la firme decisión del animal de huir de toda puya doliente.
Segundos después, se produjo el acontecimiento torero de la tarde: David Adalid, reconocidísimo banderillero hace solo unos años y desaparecido en los últimos tiempos, clavó dos extraordinarios pares —especialmente, el segundo— que pusieron la plaza en pie. Grandes los dos por su perfecta ejecución, y, sobre todo, por la grata sorpresa en una tarde de huidas cantadas. Nada pudo hacer Venegas ante la dureza de su oponente. Tampoco tuvo un pase el sexto —al que Gómez del Pilar volvió a recibir de rodillas, esta vez con una larga cambiada— y que se echó tres veces en la arena antes de morir.
Una tarde, pues, para poner a prueba los corazones; para aficionados muy exigentes con el toro; una tarde de toreros heroicos que merecen todo el respeto; una muy dura corrida de otra época…
Babelia
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