Rejoneo desangelado con seis erales
Diego Ventura consiguió su decimoquinta puerta grande sin apoteosis
Eran toros hechos y derechos por edad —todos habían cumplidos los cuatro años— y peso —entre 569 y 689 kilos—, pero no por la cara. Por la cara, eran niños de teta. Quiere decirse que sus pitones eran más propios de erales —novilletes de dos años—, y no porque no les hubieran crecido convenientemente a lo largo de su vida, sino porque se los habían cortado más de la cuenta.
Es reglamentario que los toros para el rejoneo sean despuntados, pero no que los dejen inútiles, por favor.
SAN PELAYO/ DIEGO VENTURA y LEONARDO HERNÁNDEZ, MANO A MANO
Toros despuntados para rejoneo de San Pelayo, muy mal presentados, muy mansos y descastados.
Diego Ventura: rejón caído y contrario (oreja); cuatro pinchazos y rejón caído (silencio); rejón desprendido (oreja).
Leonardo Hernández: dos pinchazos y rejón caído (ovación); seis pinchazos, rejón trasero y caído y un descabello (silencio); pinchazo y rejón en lo alto (oreja).
Plaza de Las Ventas. Décimo tercero festejo de la Feria de San Isidro. 20 de mayo. Casi lleno (21.243 espectadores, según la empresa).
Dos figuras del rejoneo no pueden presentarse en Madrid con ese material de desecho. Pudiera parecer una broma de mal gusto si no fuera un engaño en toda regla.
El público del rejoneo es fácil, generoso y orejero, pero merece un respeto. A Madrid hay que venir con toros. Todo lo demás es un fraude.
Para colmo de males, la corrida de San Pelayo, propiedad de El Niño de la Capea, fue una mansada indecente de principio a fin. Todos huyeron de los caballos y buscaron el refugio de las tablas; el cuarto saltó limpiamente al callejón, y lo intentó varias veces más, aunque con las fuerzas abandonadas no alcanzó de nuevo su objetivo.
Por todo ello, a la corrida le faltó condimento, a pesar del interés mostrado por ambos caballeros y la categoría de sus respectivas cuadras de caballos. No hubo sensación de riesgo en el ruedo, y, en pura lógica, tampoco esa faena redonda y apoteósica que pudiera esperarse de alguno de estos dos maestros.
Diego Ventura salió a hombros por la puerta grande -la decimoquinta vez que lo consigue-, pero no fue el suyo un triunfo espectacular. Es un rejoneador de altura, el número uno actual, tiene caballos deslumbrantes -el mejor, Nazarí, torerísimo, con un sentido del temple admirable- y todo su quehacer está presidido por el dominio total, el buen gusto y el clasicismo innovador. Pero… hay que verlo con un toro, y con un eral manso y sin cara. Cortó dos orejas, se lució especialmente con Nazarí, y dejó la sensación de que puede dar más, mucho más.
Leonardo Hernández, otra figura, tuvo peor suerte con los rejones de muerte, y su buen hacer quedó muy desvaído. Trabajó intensamente para superar la mansedumbre de sus dos primeros toros, y se lució a lomos de Sol, un caballo torero que reta a los toros con la mirada. Consiguió embeber a su primero con Despacio, otro caballo extraordinario. Hizo lo que pudo ante el muy deslucido cuarto, al que colocó un buen par de banderillas a dos manos, y se vació ante el sexto, aunque, a causa de la precipitación, falló en dos pares de banderillas. Paseó finalmente una oreja, merecida por el empeño demostrado.
Babelia
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