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Feria de San Isidro
Crónica
Texto informativo con interpretación

Toro manso y exigente

Adame cortó una protestada oreja en una corrida mansa, encastada y complicada de Alcurrucén

Joselito Adame durante el duodécimo festejo de la Feria de San Isidro.
Joselito Adame durante el duodécimo festejo de la Feria de San Isidro.FERNANDO ALVARADO (EFE)
Antonio Lorca

Alcurrucén/Díaz, Adame, Del Álamo

Cinco toros de Alcurrucén y uno -el sexto- de Lozano Hermanos, cinqueños, bien presentados, mansos y encastados. Destacaron primero y segundo; deslucidos tercero y cuarto.

Curro Díaz: estocada baja (ovación); pinchazo hondo y un descabello (silencio).

Joselito Adame: estocada caída (ovación y algunos pitos); estocada caída (oreja protestada).

Juan del Álamo: estocada caída (silencio); estocada, dos descabellos _aviso_ y dos descabellos (silencio).

Plaza de Las Ventas. Duodécimo festejo de la Feria de San Isidro. 19 de mayo. Casi lleno (22.179 espectadores, según la empresa).

El toro serio y exigente mantiene fascinada a la afición, advertidos a los taurinos e inquietos a los toreros.

La corrida de Alcurrucén fue mansa, muy mansa, cambiante, vibrante, áspera, encastada y, en consecuencia, complicada, que se diría hoy. Vamos, que no fue tonta, que pedía el carné de héroes a los lidiadores y salió dispuesta a dejar a más de uno con las vergüenzas al aire.

Ese es el toro y no el artista que se demanda hoy; no es bondadoso sino fiero, y exige mando y templanza, conocimiento, valor y torería.

No fue la de Alcurrucén una ejemplar corrida de toros, ni mucho menos, pero sí diferente, de esas que obligan a estar atento a todo bicho viviente, y a emplearse más de lo previsto. Complicada, sí, pero muy agradecida cuando el torero se coloca en su sitio, porque el toro humilla, obedece y transmite al público la emoción del toreo de verdad.

Pregúntenle, si no, a Joselito Adame que se las vio en quinto lugar con un manso de libro, el peor presentado del festejo, que se negó a embestir hasta que el mexicano comprendió que se estaba jugando el futuro y decidió presentar la muleta como mandan los cánones. Embistió, entonces, el toro y la faena alcanzó una intensidad inesperada; tan inesperada que le cortó una oreja, protestada con razón por parte del público.

Ese mismo torero conoció la hiel ante el segundo, el más encastado y fiero, con el que se lucieron, y bien, Miguel Martín y Fernando Sánchez en banderillas. Adame lo intentó de veras; primero, con ceñidos estatuarios, un recorte y un largo pase de pecho torerísimos. Continuó después con buen tono con la mano derecha, pero al tiempo que el quehacer del torero intentaba sin éxito alcanzar la emoción aumentaba la fijeza, la codicia y la exigencia de su oponente. Total, que quedó la certera impresión de que el toro se fue sin torear y que Joselito no le había llegado ni a las pezuñas.

Curro Díaz sufrió una voltereta espantosa en su primero; andaba el hombre tratando de gustar y gustarse ante otro manso y encastado, con el que se dobló por bajo y muleteó por derechazos en dos tandas muy cortas pero henchidas de empaque y buen gusto. Se pasó la muleta a la zurda, tropezó con el toro al final del primer muletazo, cayó al suelo y, cuando quiso levantarse, lo enganchó por el vientre y lo lanzó con furia hacia las alturas. Milagrosamente, el recuerdo solo será un cuerpo dolorido, pero cambió el animal y aunque Curro recuperó el ánimo, ya era tarde. Muy poca clase mostró el cuarto.

Y Del Álamo se encontró con un muy deslucido tercero y no acabó de encontrarse con el más noble sexto.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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