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Muere Larry Harvey, fundador del festival más libre del planeta

Activista contracultural, el promotor creó Burning Man, un evento inclasificable para la libertad creativa

Jan Martínez Ahrens
Larry Harvey, fundador del festival Burning Man, en una imagen de archivo de 2011.
Larry Harvey, fundador del festival Burning Man, en una imagen de archivo de 2011.John Curley (AP)

Ha muerto Larry Harvey, que es lo mismo que decir que ha muerto un sueño. Fulminado por un infarto a los 70 años, este activista contracultural, hijo de la era hippy, alternativo y rupturista, fue el fundador de uno de los festivales más inclasificables del planeta: Burning Man (Hombre Ardiendo). Un espectáculo donde el propio público forma parte del espectáculo. Espacio privilegiado para la libertad creativa, la música, la moda y la desnudez, el evento ha reflejado siempre el caleidoscópico espíritu de la Costa Oeste. El San Francisco libérrimo que habitaba en Harvey.

Hombre poco conocido fuera del universo de los festivales alternativos, Harvey fue dado en adopción al poco de nacer y se crio en una granja de Portland (Oregón). Nunca se sintió atraído por la vida rural y en cuanto pudo se escapó. Tras un breve paso por la Armada y la universidad, recaló en el efervescente San Francisco de los años setenta.

Allí fue taxista, cocinero y jardinero, aunque su esencia la encontró en el mundo artístico y contracultural. Poco a poco, construyó y deconstruyó fugaces obras de arte hasta dar con la criatura que le siguió hasta el final de sus días.

Ocurrió en 1986 al celebrar el solsticio de verano quemando en Baker Beach la efigie de un hombre, hecha de madera usada. Aquella primera vez no eran más de una docena los asistentes, pero la hoguera prendió. Cuatro años después sumaban 800, y en su última edición, ya en el desierto de Nevada, el festival tenía 70.000 participantes, un presupuesto de 30 millones de dólares y se había vuelto un acontecimiento presente en las agendas de todos los que quieren zambullirse en la contracultura.

La definición del Burning Man es imposible. Su fórmula pasa por la ruptura permanente. Bajo la idea de que todos son superestrellas, al público se le pide participar y gozar de la comunión artística que se vive durante una semana en torno a la falla. El dinero, aunque ciertas fiestas son de pago, está mal visto y prima la filosofía del regalo, de entregar antes que pagar. También se dice inclusivo (pese a que el 80% de sus participantes son blancos) y fomenta un espacio libre de publicidad, autosuficiente y limpio. “La única gente que no queremos aquí son los intolerantes”, decía Harvey.

Varado en un tiempo impreciso, mezcla del hipismo, valores ecológicos y la cibercultura, el Burning Man forma un poliedro que exuda libertada cada lado. Una falta de ataduras que le permite catalizar energías desconocidas. Es esa expresión múltiple y desmercantilizada la que buscó desde sus inicios su fundador y gurú. “El deseo de poseer hace fracasar la conexión moral con nuestros semejantes”, dijo en 2014 en una entrevista a The Atlantic. Que lo alcanzase o no es objeto de discusión. Pero su sueño está ahí, ardiendo cada verano en el desierto.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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