Lamento insistir
Tenemos voz para usarla, para decir, por ejemplo: no fue abuso, fue violación
Lamento herir la sensibilidad de lectores que piensan que de un tiempo a esta parte las mujeres no escribimos más que de cositas de mujeres. Lamento que piensen que las cosas de mujeres son de segunda categoría o que no las consideren de interés general. Lo lamento. Lamento romperles su paz interior, esa paz que consiste en leer solo análisis políticos sobre Cataluña, la corrupción madrileña o las encuestas de intención de voto. Son temas que, por alguna misteriosa razón, los lectores pueden leer a diario sin agotarse, sin necesidad de pensar, vaya, en los últimos tiempos estos columnistas plastas siempre escriben sobre lo mismo. Lamento que alguien juzgue que las columnistas estamos muy repetidas. Pero, ¿qué nos pasa?, piensan: ¿es que no tienen otros asuntos sobre los que escribir? Yo qué sé: Cataluña, la corrupción madrileña, el vídeo de Cifuentes. Temas hay. ¿Por qué entonces andan dando últimamente la matraca con asuntos de chicas o de señoras? ¡Que las pongan a todas en una sección y que cuando el lector compre el periódico esté sobre aviso y pueda echar el cuadernillo (rosa) a la papelera! Venga, ahí van todas. Que se queden solo una o dos, las que escriban sobre Cataluña, la corrupción madrileña, el vídeo de Cifuentes o el ascenso de Ciudadanos.
Ay, lo lamento. Lamento que estemos copando secciones de los periódicos que no nos corresponden. No cabe duda de que vamos a acabar infectando el panorama periodístico y social con nuestra insistencia. Prueba de que así es está en el hecho de que en las manifestaciones que se sucedieron a la lectura de la sentencia del juicio de La Manada pudimos observar cómo ya hay hombres que se suman (voluntariamente y sin sentirse disminuidos) a la legión de mujeres que quiso informar a la justicia de que no somos idiotas, entendemos sin dificultad alguna cuál es la diferencia entre abuso y violación y entendemos que han sido los jueces los que han sometido su juicio a una interpretación trasnochada que se acerca más a la de sociedades en las que la mujer debe resistirse hasta morir para defender su pureza que al país democrático en el que creemos habitar.
Hay jueces y jueces, magistrados y magistrados. Los hay que piensan que la ley es sagrada y que por tanto es su deber apostólico interpretarla en su versión más estrecha; este tipo de profesionales empeñaron esta semana todos sus esfuerzos en explicarnos algo que entendíamos a la perfección pero con lo que estábamos radicalmente en desacuerdo. Hay otros en cambio que son capaces de colgar su toga por un momento para mezclarse con los anhelos de la calle y tener una mirada crítica hacia el ejercicio de una profesión que a los ciudadanos nos afecta de manera tan sensible.
A veces es la justicia la que se queda vieja, se pasa de fecha, como así puede ocurrirle a la medicina, a la docencia o a la literatura. Todos los oficios han de adecuar sus leyes a los que tiempos en los que se ejercen. Y quien viva esos cambios de manera traumática está prisionero del corporativismo y de la arrogancia profesional. Es posible que lo que le ocurrió a esta chiquilla haya sucedido en muchas ocasiones; así lo habían denunciado colectivos feministas sin encontrar interlocutores políticos o sociales, porque la sagrada fiesta no debía desacreditarse; es bien probable que las chicas que lo padecieran optaran por el silencio para no sentirse culpables ante una sociedad que les iba a reprochar lo que habían bebido y las horas de la noche en que andaban por la calle.
Lamento, sí, ocupar este espacio con una historia que para algunos no será más que la repetición de la eterna cantinela. No pretendo ofrecer un punto de vista original, ya he leído muy atinadas columnas estos días sobre esta desgraciada sentencia que pudiendo haber sentado un buen precedente ha supuesto una inmerecida involución. La violación, nos dicen, se produce si nos agarran del cuello o nos ponen un cuchillo en el pecho, si hay desgarros, si hay sangre o si hay muerte. Eso es la violencia, así la entiende la ley y algunos jueces. Lamento no compartir su concepto. Y simplemente deseo unir mi voz a la de muchas otras y a la de ese tipo de hombres que ha desterrado sus viejos prejuicios y entiende también qué es agredir, vejar y aterrorizar a una mujer. Esta semana considero una obligación moral la insistencia. Se trata con plena conciencia de hacer ruido.
Lo tenemos todo, ¿no? Eso es lo que piensan e insinúan quienes no llegaron a comprender la importancia del último 8 de marzo, los que fueron incapaces de empatizar con la emoción de tantas mujeres que salieron a la calle. Se trataba, y no lo entendieron, de explicarles a las empresas, a la sociedad, a los educadores, a la prensa, a la justicia que algo debe cambiar para que las mujeres no tengan miedo y sean protegidas y recompensadas si unos malos hombres les salen al paso. Lamento decir que tenemos voz para usarla, para decir, por ejemplo: no fue abuso, fue violación.
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