V de vida
Sustanciales Prokófiev y Shostakóvich con Batiashvili, Yúrovski y la GMJO, ayer en Ibermúsica
Serguéi Prokófiev disfrutó de Madrid durante su visita de finales de noviembre y principios de diciembre de 1935. “Me gusta la ciudad, hay arquitectura interesante y mucha gente por las calles sin ninguna prisa”, reconoció por carta a su primera esposa, la madrileña Lina Codina. El compositor ruso había recalado en la capital española como pianista durante una gira con el violinista francés Robert Soetens. Pero también para asistir al estreno de su Concierto para violín nº 2, el 1 de diciembre, con el referido Soetens junto a Enrique Fernández Arbós y la Sinfónica de Madrid. El evento tuvo lugar en el Teatro Monumental y hoy lo conmemora una placa. Con los años, los modelos interpretativos de esta obra se han perpetuado entre David Óistraj y Jascha Heifetz, los violinistas que la presentaron en Rusia y Estados Unidos, aunque una grabación radiofónica de Soetens en la BBC, realizada en 1936, nos permite conocer esa combinación original de belleza, fantasía, precisión y elegancia que la inspiró. Precisamente, el compositor ruso siempre reconoció que su música surgía de la libre combinación de estos cuatro elementos básicos: clásico, moderno, mecanicista y lírico.
El balance en este Concierto nº 2, claramente emparentado con el ballet Romeo y Julieta, suele decantarse por los elementos primero y último. Y con semejante lirismo clásico inició, ayer en el Auditorio Nacional, la violinista Lisa Batiashvili (Tiflis, 1979) el tema en solitario que abre el allegro moderato: un sonido bellísimo de su Guarneri de 1739, aderezado con el vibrato justo y un exquisito uso del portamento. Vladímir Yúrovski y la Gustav Mahler Jugendorchester (GMJO) añadieron, por su parte, los elementos preciso y modernista. Y los cuatro coexistieron idealmente en el andante assai que se abre con ese sencillo acompañamiento arpegiado de caja de música sobre el que dibuja el violín una de las melodías más inspiradas del compositor ruso. Pero esa “nueva simplicidad” convive con modernistas interludios donde el violín solista se comporta casi como una libélula sobrevolando un estanque. Faltaba el danzable allegro ben marcato final, con ese toque de sabor español que añadió Prokófiev al utilizar castañuelas, y donde Batiashvili encontró el mordiente ausente en su reciente grabación para Deutsche Grammophon.
Tras una brillante interpretación de Prokófiev, la violinista georgiana agradeció a la GMJO su implicación. Lo hizo invitando a su concertino, la violinista francesa Raphaelle Moreau –cuyo hermano Edgar es ya un consumado solista de violonchelo–, a tocar juntas como propina el Dúo nº 43, Pizzicato, de Bela Bartók. No hay duda del altísimo nivel que mantiene este conjunto juvenil que puso en marcha Claudio Abbado, en 1987, para preservar la riqueza musical europea separada por fronteras políticas tras dos guerras mundiales. Una riqueza cultural, que ejemplifica personal y musicalmente la figura de Mahler, y se mantiene más viva que nunca treinta y un años después. Y además con 23 jóvenes músicos españoles entre sus filas, el país que sigue aportando más integrantes en las pruebas celebradas todos los años.
JOVEN ORQUESTA GUSTAV MAHLER. Lisa Batiashvili, violín. Vladímir Yúrovski, dirección. Obras de Prokófiev y Shostakóvich. Ibermúsica. Temporada XLVIII. Auditorio Nacional de Madrid, 12 de abril.
Para verificar esa calidad de la GMJO, Vladímir Yúrovski (Moscú, 1972) ha optado por programar en esta gira de Pascua de 2018 la Octava sinfonía, de Shostakóvich. Se trata de una obra mucho más compleja y profunda que la famosa Séptima, con la que comparte un mismo tinte belicista. Fue estrenada, en noviembre de 1943, en el marco del 25 aniversario de la URSS y en un clima de optimismo creciente ante el cambio de rumbo de la Segunda Guerra Mundial. Por esa razón, Shostakóvich parte del modelo conceptual de una sinfonía de la victoria, como la Quinta, de Beethoven, e inicia su obra en do menor y la culmina en do mayor. Incluso se hace derivar todo el material temático de una célula de tres notas (do-si bemol-do), que abre la obra en un puntilloso fortísimo de la cuerda grave, y describe la forma de una “v”. Pero el compositor ruso cambia el relato. Y al final esa “v” termina invertida literalmente (“do-re-do”) en un tono humorístico y pastoral que celebra la vida. Por el camino se nos cuenta, con todo lujo de detalles sonoros, los traumas del desgarro que supone una guerra. Yúrovski delineó una versión impresionante de la sinfonía, pero que fue ganando con el paso de los minutos y los movimientos.
Le costó al director ruso encontrar el rumbo en el inmenso adagio inicial, que ocupa casi la mitad de toda la obra, y donde apostó más por la yuxtaposición de secciones que por la lógica interna de una forma sonata. Pero tenía una orquesta enérgica y entregada, que destacó en cada solo, como en el extenso lamento del corno inglés. Los tres movimientos cortos centrales, esa secuencia de tres marchas (heroica, burlesca y fúnebre) como las explica el musicólogo Daniel Zhitomirsky, fueron muy superiores. El allegretto tuvo su tono sardónico, el allegro non troppo encontró esa mecánica monstruosa de un imposible ostinato. Pero el clímax apocalíptico, que inicia el largo, fue el momento más impactante de la noche.
En adelante la obra no paró de elevarse. Yúrovski convirtió ese largo en una concentrada passacaglia que marcó el camino hacia la muerte, con esas sobrenaturales flautas en frullato. Pero después el allegretto final nos devolvió a la vida. Y lo hizo con ese final donde la “v” es de “vida” y no de “victoria”. El propio Shostakóvich lo explicó mejor que nadie: “La vida es hermosa. Todo lo que es oscuro e ignominioso desaparecerá. Todo lo que es bello triunfará". A la salida, llovía incesantemente por las calles de Madrid, pero seguía habiendo mucha gente sin ninguna prisa, como en 1935.
Preludio a medio siglo de Ibermúsica
La Fundación Ibermúsica presentó ayer jueves, 12 de abril, su 49ª temporada en el Club Matador de Madrid. Veintiocho conciertos con las mejores orquestas, directores y solistas, que incluyen novedades como la presencia del director Teodor Currentzis con su grupo MusicaAeterna o la Orchestra of the Age of Enlightement, junto a solistas como las violinistas Alina Ibragimova y Vilde Frang o la soprano Miah Persson, entre otras. Volverán directores habituales como Riccardo Chailly, Kent Nagano, Andris Nelsons, Vladímir Áshkenazi y Vladímir Yúrovski junto al pianista Yevgueni Kisin. Pero se trata, según reconoció su director-gerente, Llorenç Caballero, de un preludio a los cincuenta años que se celebrará en las dos temporadas siguientes, 2019-20 y 2020-21, con un desfile de las mejores orquestas y directores del mundo asociados siempre con Ibermúsica. Alfonso Aijón, el legendario fundador y director de Ibermúsica, destacó también la presencia por vez primera de tres directores españoles al frente de orquestas internacionales (Jaime Martín, Gustavo Gimeno y Juanjo Mena) en la próxima temporada.
Babelia
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