Enrique Ponce y López Simón, a hombros en la octava de Fallas
Corrida floja y de escaso trapío de Juan Pedro Domecq, con la que Perera se fue de vacío
Ponce, se dice que a petición propia, cogió la sustitución de Cayetano, convaleciente de una lesión. Y Ponce, idolatrado como nunca en su casa, volvió a salir por la puerta grande. Fallas redondas de Ponce, con dos tardes triunfales, aunque de distinto calado.
Tres horas justas de corrida: cuatro orejas, cinco avisos, dos toros devueltos por inválidos…un rosario de sucesos para que la corrida durara tan largo metraje. Una barbaridad. Pero la tauromaquia se viste así en esta era moderna, y a aguantarse tocan. De los seis titulares de Juan Pedro Domecq, dos, -segundo y tercero-, volvieron por donde habían salido. Motivo: su manifiesta invalidez ya desde su entrada en escena. En su lugar, uno del mismo hierro y otro de Parladé, este lidiado en sexto lugar y que fue, en presencia, el más toro de la corrida. Toro de gran alzada y bien armado.
Ninguno de los cinco del hierro titular que fueron arrastrados por las mulillas aportaron nuevas glorias a tan legendaria divisa. Y ya es casi una tradición que esta vacada fracase una y otra vez en Valencia, año a año. Pero la siguen anunciando. Y continuará. Tampoco fueron toros acorde con una plaza de primera; justos y desiguales de presencia, aunque con muchos kilos, que no significan trapío y seriedad. De fuerzas anduvieron bajo mínimos, pero santos por tanta nobleza y dulzura.
DOMECQ, PARLADÉ / PONCE, PERERA, SIMÓN
Toros de Juan Pedro Domecq, el 3º lidiado como sobrero, y uno de Toros de Parladé, 6º, también sobrero, de muy justo trapío, el segundo sobrero, más toro. Con las fuerzas justas y muy nobles.
Enrique Ponce: pinchazo hondo _aviso_ y tres descabellos (silencio); _aviso_ estocada sin puntilla (dos orejas).
Miguel Ángel Perera: estocada trasera _aviso_ (saludos); dos pinchazos _aviso_ otros tres y estocada baja (saludos).
López Simón: estocada al paso _aviso_ (oreja); estocada pasada (oreja).
Plaza de Valencia, 18 de marzo. 8º de Fallas. Casi lleno. Ponce sustituyó a Cayetano.
Ante tal situación, Ponce se recreó, sobre todo en el cuarto. Dulce y dócil varón este toro, flojo también. Pero en las manos del valenciano la muleta es como una vitamina que resucita a los moribundos. Ceremonioso, con pausas bien estudiadas y escenificadas, Ponce toreó con la suavidad aconsejada en estos casos, y el de Juan Pedro admitía todo sin rechistar. Lo más de esta faena fue el toreo sobre la mano izquierda: lentitud y compás. Una pieza de recreo, se diría de la faena. Las “poncinas” finales fueron rúbrica muy celebrada por un tendido rendido sin condiciones. Tan larga labor fue avisada antes de que Ponce entrara a matar, pero la estocada, rotunda, dejó al toro sin puntilla. Delirio.
El primero, el de menos peso de la corrida -531 kilos - pero el más gordo en apariencia, fue el que mejor atacó en varas. Muy picado, sin fijeza en banderillas, tomó la muleta a regañadientes y con la cara alta. Trató de consentir Ponce, pero la cosa no fue a más. Poca historia en este primero.
Devuelto el segundo, saltó el primer sobrero, del mismo hierro que el titular. Al aparecer en la arena algún grito de ¡toro, toro! surgió del tendido a la vista de su poca presencia, gritos que se volvieron a escuchar en otros momentos de la tarde. Toro muy flojo de todo este primer sobrero, con el que Perera se puso terco, pero sin sacar nada en claro. Hubo sensación de vacío en una faena reiterativa a toro moribundo. Al quinto lo recibió Perera por lances de rodillas. Manseó el toro en varas y los dos combinados por la espalda que recetó Perera al iniciar la faena fue lo más que sucedió. Obligado mucho por Perera en la corta distancia, el toro comenzó a quedarse corto a pesar de su incondicional obediencia al engaño. Al natural, siempre al hilo, trató Perera de llevarlo, pero sin calado en el tendido. Las cercanías finales, los circulares invertidos, también parecieron un juego final que no fue feliz porque con la espada se atascó el torero.
También devuelto el tercero, se corrió el turno y salió el que debió cerrar el festejo. De poca cara, feote, mal hecho de tipo. Pero otro astado tan obediente como flojo. López Simón se acopló pronto y montó una faena de actitud, de cierta personalidad, pero ninguna de las series cuajó completa. Pases sueltos y quietud resumen una labor que acabó con toro y torero en terrenos de toriles. Cerró la corrida el segundo sobrero, con el hierro de Parladé. Toro de gran alzada y bien armado, el más toro de la tarde. También, junto con el primero, el que más apretó en el caballo. López Simón apostó de entrada: cinco en redondo sobre la derecha, de rodillas y en el platillo, para abrir boca. El de Parladé, buen toro por su inocente bondad, dejó que López Simón se explicara a gusto. Forzado y esforzado el torero, la faena se desenvolvió con mucha suficiencia. No hubo destellos deslumbrantes, pero la actitud del torero ante toro cada vez más corto de viaje, se celebró casi como una fiesta. Con toro y torero sin molestarse el uno al otro, las manoletinas finales de frente pusieron colorido y colofón a un festejo que duró ¡tres horas justas! Una barbaridad.
Babelia
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