Édouard Louis: “Vivimos rodeados de violencia, pero la llamamos vida”
El escritor francés publica ‘Historia de la violencia’, donde relata la violación que padeció en 2012 y, a la vez, cuestiona las categorías de víctima y verdugo
Édouard Louis (Amiens, 1992) es el último prodigio de la literatura francesa. Hace cuatro años, cuando sumaba solo 21, triunfó con un debut, Para acabar con Eddie Bellegueule, en el que narraba su infancia en un pueblo de la Picardía profunda, de esos donde el paro es estratosférico y el 60% de la población vota al Frente Nacional. Daba cuenta también las vejaciones a las que le sometió un entorno furiosamente homófobo, del que lograría escapar, pero no sin profundas heridas. Con su segunda novela, Historia de la violencia (Salamandra), que llega esta semana a las librerías españolas, Louis incide en una literatura del yo y donde el papel de la ficción es mínimo, muy influida por las tesis sobre la desigualdad del sociólogo Pierre Bourdieu. En el libro, Louis relata la estrangulación y la violación que sufrió en 2012 por parte de Reda, un joven argelino al que había conocido en la calle y con el que compartió una noche de pasión que terminó mal. Lo sorprendente es que Louis relata los hechos, pero luego los olvida, prefiriendo investigar las causas en la exclusión y el pasado familiar de su supuesto verdugo.
Pregunta. ¿Por qué quiso escribir un libro sobre la violencia?
Respuesta. Porque nuestro mundo está estructurado a partir de relaciones violentas. Al haber nacido pobre y gay, sentí muy pronto que la violencia era, para muchos individuos, como una acta de nacimiento. Nuestro día a día es fruto de la violencia, aunque esta esté poco representada en la literatura. Uno de los impulsos del libro fue acabar con el desfase entre el mundo y lo que la literatura dice de él. Cuando eso sucede, casi es mejor que la literatura desaparezca, porque deja de tener sentido…
P. ¿Usted se considera un ser violento?
R. Soy violento contra quienes han destruido la vida de mis padres, de Chirac a Macron pasando por Sarkozy y Hollande. La historia política de los últimos veinte años ha sido una guerra contra los más precarios. También ejerzo la violencia contra la literatura, que hoy está formada por un grupo de privilegiados que se limitan a contemplarse a sí mismos de forma congratulatoria. Cuando voy a una librería, el 95% de lo que veo no me gusta. Son libros que siguen haciendo funcionar el mundo, sin ponerlo en duda.
Soy violento contra quienes han destruido la vida de mis padres, de Chirac a Macron pasando por Sarkozy y Hollande
P. Su libro cuestiona categorías como víctima y verdugo. Se pregunta qué le habrá sucedido al segundo para terminar así.
R. En una situación de violencia sexual, hay un agresor y un agredido. Esa distinción está muy clara. Pero eso no impide que la violencia del agresor tenga unas causas. Cuando uno escribe sobre los pobres o los inmigrantes, se suele encontrar atrapado entre el discurso de la derecha, que consiste en decir que son violentos y alcohólicos, y el de una pseudoizquierda que idealiza a la clase obrera y se prohíbe criticarla, como en su día Genet o Pasolini. Yo digo otra cosa: esa clase dominada no hace más que reproducir la violencia que ha recibido. No se trata de justificar nada, pero sí de buscar causas que superan la escala de un solo individuo.
P. Pero usted va todavía más lejos: dice que ese verdugo podría haber sido usted.
R. Ambos tenemos experiencias sociales similares: la pobreza, la exclusión... Yo también robé de joven y varios miembros de mi familia han estado en la cárcel. Reda y yo éramos dos seres llenos de vergüenza, que nos cruzamos en un París burgués donde no encontramos nuestro sitio, lleno de cafés y teatros en los que no nos atrevemos a entrar. Yo podría haber sido ese chico, pero en un momento determinado nuestras trayectorias tomaron direcciones distintas. Solo intenté comprenderlo…
P. ¿Su motor es describir la realidad social de manera casi científica, como hizo Zola en el siglo XIX?
Todo el mundo me pregunta si escribir mis libros fue una catarsis. Yo respondo que no, porque no quiero librarme de esa violencia
R. Zola está algo devaluado en Francia, como todos los autores que uno aprende en el colegio, pero tiene una belleza y un poder infinitos. Introduce la cuestión de la verdad en la literatura, como hoy siguen haciendo autores como Svetlana Alexiévich, Karl Ove Knausgård o Ta-Nehisi Coates. El mundo ya tiene suficiente ficción. Hasta los Gobiernos crean ficción. Yo no me opongo programáticamente a la ficción, pero cuando empecé a escribir me dije que no podía permitírmela. Me acuerdo de que, cuando Le Clézio ganó el Nobel en 2008, vi un reportaje en la televisión donde explicaba cómo creaba sus novelas. Y recuerdo que me pregunté: ¿Y por qué no habla de nosotros? Mi padre está paralizado, mi madre no tiene derecho a trabajar por ser mujer y mi primo está en la cárcel, pero él prefiere inventarse personajes…”.
P. Tras la publicación de su primer libro, mucha gente afirmó que se lo había inventado todo. También con este segundo. ¿Esa verdad molesta tanto que se prefiere creer que todo es mentira?
R. Exacto. La escritora Christa Wolf dice que, cuando se habló por primera vez de los campos de concentración, la gente también creyó que era mentira. El mundo se protege girando la vista. Es como cuando ves a un sin techo por la calle y miras a otro lugar. Eso también pasa con mis libros: la reacción más común es decir que es imposible que cuenten la verdad.
P. En el libro hay dos registros lingüísticos: el suyo, culto, y el de su familia, coloquial.
No es grave ser un hombre blanco y heterosexual. El problema es que eso te vuelva ciego respecto a la realidad de los demás
R. Céline o Faulkner reflejaron una visión burguesa de la forma de hablar de los obreros. Es una fantasía bonita, pero que no tiene nada que ver con la realidad. Es como si la propia condición de la literatura excluyese ciertas formas de expresión. Cuando James Baldwin o Zora Neale Hurston hablan de la experiencia negra en sus libros, se oponen a eso. El caso de Hurston me influyó, porque se plantea esa exclusión a través del lenguaje, dando una forma literaria al vernáculo afroamericano. Yo he intentado hacer algo así. Si no muestras el lenguaje de esas personas, no estás mostrando su vida.
P. ¿Qué opina sobre el #MeToo y el nuevo despertar del feminismo? ¿Es el principio del fin del patriarcado?
R. No es grave ser un hombre blanco y heterosexual. Por ejemplo, Bourdieu lo fue y lo considero uno de los grandes pensadores de la humanidad. El problema es que eso te vuelva ciego respecto a la realidad de los demás. Está siendo una transformación que, como todos los cambios de envergadura, tiene muchas resistencias. Pero esa violencia demuestra que está produciéndose un cambio en la forma de hablar de la exclusión social. Ya no tiene nada que ver con la de hace solo 20 años.
La reacción más común ante mis libros es decir que es imposible que cuenten la verdad
P. ¿Por qué dudo antes de denunciar a su agresor?
R. No quería solucionar la violencia con más violencia. Hay gente que no quiere que su agresor vaya a la cárcel. Lo odian y no quieren volver a verlo en la vida, pero no creen en la idea del castigo. Preferirían resolverlo de otra forma, aunque al Estado le dé igual. En el sistema penal, el perdón está prohibido.
P. ¿Cómo se llega al perdón tras un caso tan grave como una violación?
R. Nunca diré que todo el mundo debe perdonar, porque entonces estaría proponiendo lo mismo que el Estado: la misma solución para todos. Tal vez la reparación sea una palabra más precisa. Y existen mil maneras de reparar. Hay víctimas que quieren hablar con sus agresores, otros exigen no verlos nunca más y los de más allá piden dinero. Lo que digo es que hay que poner a la víctima en el centro. Que cada uno encuentre su propia solución para atenuar su trauma. En algunos casos extremos, hay locos que necesitan una vigilancia más intensa, pero yo creo que la cárcel no elimina la violencia del mundo, sino que la hace crecer.
P. Termina su libro con una frase de Kertész. “Resultó que escribir sobre la felicidad era imposible”, dice la cita. “Resultó que, al escribir, buscaba el sufrimiento más agudo posible, en el límite de lo insoportable, porque el sufrimiento era la verdad”.
R. Todo el mundo me pregunta si escribir mis libros fue una catarsis. Yo respondo que no, porque no quiero librarme de esa violencia. El problema es que vivimos rodeados de tanta violencia que ya ni la percibimos e incluso la llamamos vida. Mi objetivo es hablar de esa violencia que no es enunciada en voz alta. En realidad, no soy pesimista. Solo intento ver lo que resulta problemático para intentar que mañana suponga un problema menor.
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Autor: Édouard Louis.
Editorial: Publicaciones y Ediciones Salamandra S.A (2018).
Formato: versión kindle y tapa blanda (192 páginas)
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