Las galaxias y las lentejas
'Gótico cantábrico', Martín López-Vega, es un despliegue de elegía sin nostalgia, realismo sin prosaísmo y reflexión sin afectación
Cada tanto se produce el milagro y un poeta español posterior a la última generación canónica —la de los ochenta; la de, para entendernos, Luis García Montero, Ángeles Mora, Olvido García Valdés o Juan Carlos Mestre— publica un libro que reclama su lugar en la historia de la literatura reciente con una voz madura y con eso que llaman mundo propio. Si fue el caso de, entre otros, Esto es mi cuerpo, de Juan Antonio González Iglesias; Monstruos perfectos, de José Luis Piquero; Espejo negro, de Miriam Reyes, o Chatterton, de Elena Medel, ahora lo es el de Gótico cantábrico, de Martín López-Vega. Asturiano de Poo de Llanes y de 1975, López-Vega se estrenó como poeta en 1994 con Objeto robados, y en su último poemario —el undécimo— cobran todo el sentido las palabras que incluyó en su poética para la antología de José Luis García Martín La generación del 99: “La peor poesía es la que suscita la pregunta: ¿qué significa? Un buen poema, que nunca es una obviedad, sabe conducir a su lector a donde quiere fluidamente, aunque a veces el camino sea tortuoso”.
Mezclando sutileza y crudeza, Gótico cantábrico es un despliegue de elegía sin nostalgia, realismo sin prosaísmo y reflexión sin afectación. El título remite al famoso cuadro de Grant Wood American Gothic, y la austera pareja de granjeros estadounidenses que protagoniza la pintura se transmuta aquí en los bisabuelos del autor, cuyos retratos cierran el poemario. Por la corriente subterránea que comunica un universo rural con el otro transcurre la memoria de un tiempo “en el que la cocción / se media en oraciones (los percebes, un padrenuestro)”, vuelven los días de adolescente solitario y llega la serenidad de quien sabe —este es un libro sabio— disfrutar de los placeres del cuerpo y del espíritu pero no siente como dolor su falta. Poemas memorables sobre el viaje, la amistad y el amor conviven con estampas políticas nada complacientes (crítico con la Transición, crítico con el 15-M) y con incómodas estampas digamos biopolíticas.
En este sentido, los versos de ‘Poema de género’ dan bien el tono general: “Mi padre me lo enseñó todo / acerca de cómo no debe ser un hombre. / Mi abuelo me lo enseñó todo / acerca de cómo eran antes los hombres. / De modo que me fui haciendo hombre / sin saber cómo ser. / Sobre el asunto, los libros decían poco. / Lo que dejaban entrever las canciones / tampoco era muy convincente. / El arte decía: las mujeres, mejor desnudas, / mejor mudas, mejor incluso lisiadas. / Pregunte a mujeres que me enseñaban una teoría / y me respondían con una práctica diferente. / Si fuera cierto que errar / es el mejor modo de aprender / habría llegado a algún entendimiento. / Y sigo sin saber coser un botón / ni hacer el dobladillo, / pero del mismo modo que lo hacía mi abuela / (mi abuela desdentada / no por el hambre, sino por la ignorancia) / separo lentejas de piedras, / guiso las lentejas / y con las piedras hago caminos / por los que nunca volver”.
Martín López-Vega, que ha sido traductor, periodista, librero y profesor, es por su uso del verso y las imágenes, de la ironía y la emoción, una suerte de poeta polaco que escribe en español, o sea, un cosmopolita. En Extravagante tripulación, un volumen que reúne sus entrevistas a escritores, recoge una con Seamus Heaney en la que, a la pregunta por la síntesis ideal para escribir poesía, el Nobel irlandés responde: “La que vi en la casa que compartían Mandelstam y Ajmátova: la mezcla de la cocina y el cosmos”. Gótico cantábrico consigue con naturalidad que las dos cosas parezcan la misma.
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Autor: Martín López-Vega González .
Editorial: La Bella Varsovia (2017).
Formato: tapa blanda (124 páginas)
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