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Muere Jacobo Muñoz, pensador contemporáneo

Dirigió el ‘Diccionario Espasa de Filosofía’ y fue gran divulgador del pensamiento actual

Jacobo Muñoz (derecha) y José Luis Aranguren durante una conferencia en marzo de 1980.
Jacobo Muñoz (derecha) y José Luis Aranguren durante una conferencia en marzo de 1980.JOSÉ AMESTOY

Jacobo Muñoz Veiga (Valencia, 1942) murió ayer en Madrid. Se trasladó a Barcelona en 1968 y un año más tarde, por iniciativa de Emilio Lledó, se incorporó como profesor de Historia de la Filosofía a esa misma universidad. En poco tiempo se agrupó en aquel departamento un bloque de profesores que han tenido una influencia notable en el desarrollo filosófico posterior en España: a Lledó y a Muñoz se fueron añadiendo Paco Fernández-Buey, Eugenio Trías, José Manuel Bermudo, Miguel Ángel Granada, Miguel Candel y Manuel Cruz, entre otros. En 1973, Muñoz leyó su tesis doctoral sobre Wittgenstein y pronto inició también colaboraciones con el mundo editorial. Así, desde Ariel promocionaba y prologaba textos sobre Wittgenstein mientras dirigía en Grijalbo una colección que publicaría, entre otras, las obras de Georg Lukács.

Marchó a la Complutense como profesor, primero (1979), y catedrático, más tarde (1983), pero antes tuvo tiempo de fundar la editorial Materiales y la revista homónima, que fue un referente del pensamiento de izquierdas. El proyecto acabó mal, pero Muñoz era un pensador reflexivo y también excelente persona, de modo que ignoró las diferencias surgidas y pasó a Mientras Tanto (en cierto sentido sucesora de Materiales) diversos textos de Manuel Sacristán, con quien había mantenido una estrecha relación intelectual, para que pudieran ser publicados por el nuevo proyecto en el que él ya no estaba.

Hasta ese momento, Muñoz era un profesor muy bien valorado por sus alumnos, que mostraba un amplísimo conocimiento del pensamiento más actual, en sus diversas vertientes. Aunque escorado hacia el marxismo, nunca dejó de explicar con objetividad el resto de las corrientes, desde el pensamiento analítico a la hermenéutica. Sin embargo presentaba una obra dispersa en prólogos, estudios y traducciones y con un único título, eso sí referencia obligada para los estudiantes: Lecturas de filosofía contemporánea (1984). En él retomaba la distinción orteguiana entre contemporáneos y coetáneos. Los primeros son aquellos que conviven vital e intelectualmente; los segundos sólo coinciden en el tiempo. Jacobo Muñoz conoció a no pocos coetáneos en su paso por la universidad, pero se esforzó todo lo que pudo por convertirla en un centro de contemporáneos.

Esa falta de títulos se fue compensando con el tiempo tras convertirse en catedrático de Metafísica en Madrid. Entre sus últimas publicaciones figura el estudio introductorio a diversas obras de Karl Marx en la editorial Gredos (2012), obra que se añade a Figuras del desasosiego (2002), Filosofía de la Historia (2010) o Los valores del republicanismo (2014). Su última publicación figura en el volumen colectivo sobre Eugenio Trías, aparecido este mismo mes. En él analiza el impacto dentro y fuera de la academia de la obra de Trías.

Entre sus últimas aportaciones destaca, sin embargo, el Diccionario Espasa de Filosofía (2003), obra colectiva que dirigió y que incluye más de medio centenar de entradas redactadas por él mismo. En el prólogo sostiene la idea orteguiana de contemporaneidad porque, dice, no se puede “pensar y escribir (…) desde fuera del tiempo”. La obra debe ser entendida, sostenía, desde “el presente, como corresponde, en nuestra opinión, a la condición de contemporánea, en algún sentido profundo, de toda filosofía”. Se podría decir que era un erudito en el sentido literal del término, es decir, sabía mucho, pero su temperamento no era el de un acumulador de saberes sino el de quien emplea esos saberes en la comprensión y transformación del propio mundo.

Además del prólogo, Muñoz redactó las voces correspondientes a diversos autores: Habermas, Althusser, Gramsci, Platón, Aristóteles, Ortega, Zubiri, Lledó, Victoria Camps, Celia Amorós... Y no casualmente se encargó también del término “crítica”, en el que afirma: “Es propio del espíritu crítico no aceptar aserto alguno sin una previa indagación de su validez y sentido, bien desde la perspectiva de su contenido, bien desde la de su origen”.

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