El buen humor
Es la demostración de que se puede criticar la realidad sin hacer daño a sus protagonistas
Consiguió dos cosas, aparte del éxito, al alcance solamente de los genios: que la realidad imitara a sus chistes y que los reflejados en ellos los celebraran también.
En un país de malhumorados, el buen humor de Antonio Fraguas Forges ha supuesto durante 50 años la demostración de que se puede criticar la realidad sin hacer daño a sus protagonistas. Quizá eso explica su supervivencia y a la vez la consideración que Forges tenía y tiene entre los españoles, entre los cuales será difícil encontrar a alguno al que su buen humor le ofendiera. Médicos, funcionarios, políticos, jueces, banqueros, personal de a pie y de a caballo, todos los retratados en sus viñetas en lugar de sentirse agredidos por ellas las celebraban con una sonrisa y las colgaban en sus despachos para sonreír otra vez al verlas. Y en las casas los chistes de Concha y Mariano, paradigmas de los españoles medios, adornan los frigoríficos y los lugares comunes sabedores sus dueños de que su vida es la que refleja Forges. Pocas personas han sabido entender a los españoles como el humorista que acaba de abandonarnos dejándonos una sensación de orfandad difícil de explicar pero fácil de entender. La viñeta de Forges de cada mañana podía ser un editorial o una broma, un buenos días de salutación o la crítica de la última noticia, pero siempre llevaba una sonrisa adherida a ella. Incluso en los peores días Forges logró que sus admiradores, que éramos millones, sonriéramos por unos segundos mientras nos hacía pensar.
Heredero de la mejor veta del humor español, esa que viene de La Codorniz y el Hermano Lobo y, antes, de las revistas satíricas de la República, pero cuyas raíces se hunden en la literatura (la del Lazarillo, la de Cervantes, la de Quevedo, la de Valle Inclán), Forges creó un mundo propio integrado por personajillos con los que sintetizó al personal, que diría él, y a través del cual contó el día a día de este país. De tanto hacerlo este comenzó a imitarlo hasta el punto de que ya no sabíamos si la gente en la calle hablaba como los personajes de Forges o eran estos los que copiaban a los de verdad. Y con lo que contaba sucedía igual. Después de años de contemplar sus viñetas uno ya no sabía si la realidad imitaba a sus chistes o estos salían de la realidad. Parece un chiste de Forges sentenciábamos de una situación que participaba en exceso de su filosofía. En cualquier caso, más allá de su ingenio y de su profesionalidad, más allá de su estilo como ilustrador (inconfundible, como el de todos los grandes) y del argot que inventó con el paso del tiempo a base de hacer hablar a los protagonistas de sus viñetas, lo más destacable de Forges fue para mí su talante, su buen humor blanco y nada ofensivo - lo que no significa complaciente - en un país en el que el mal humor es la norma como demuestra la realidad día tras día.
Termino con la frase que Forges me regaló generosamente para la reedición de un libro mío que a él le gustaba en especial cambiando el nombre del protagonista por el suyo, así como su profesión: "Loor a Antonio Fraguas Forges, mártir de la ilustración, afirmo".
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