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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Por qué José Luis Gómez es Miguel de Unamuno dos veces?

El actor y académico lleva al escenario de La Abadía la figura del escritor que apoyó y renegó de Franco

Juan Cruz
El actor José Luis Gómez, en una escena de 'Unamuno: venceréis pero no convenceréis'.
El actor José Luis Gómez, en una escena de 'Unamuno: venceréis pero no convenceréis'. SERGIO PARRA

Hasta ahora ha sido Azaña y lo que ha querido. Para hacer de Azaña se hizo Azaña, como si fuera su espejo. Y fue un mono concebido por Kafka y, en manos de Mario Camus o de Carlos Saura, ha sido los personajes que se le pusieron por delante.

Su recreación de Azaña fue, para este espectador, la más emocionante, hasta el momento. Pues se desdobló, en los años ochenta de nuestras vidas, en un hombre al que aún no le habían quitado las tiznaduras los españoles de panderetas tristes, afectados aún por los odios que dieron de sí la guerra y la cruel posguerra, en la que seguimos.

Azaña era entonces aún un amigo y un enemigo a partes iguales, un desconocido al que no le habían quitado las flechas de vudú del corazón. Y José Luis Gómez lo alzó de cuerpo entero en un montaje memorable que aún resuena en el María Guerrero.

Su atrevimiento con otro personaje de la época de nuestra peor memoria, Miguel de Unamuno, le vino por el cine, de la mano de Manuel Menchón, hace un trienio. Se fue a Fuerteventura, se vistió de negro y de blanco, como los campesinos de la isla, e hizo del más triste de los unamunos que fue don Miguel de Unamuno, el exiliado, el perseguido por una dictadura que mereció su burla y que lo castigó con la horrible venganza del destierro.

Otra vez José Luis Gómez se despojó de sí mismo, y fue plenamente el personaje que le encargaron. Y no es fácil que él se desprenda de sí mismo: es un hombre que entró en la edad difícil en que los hombres empiezan a necesitar gente a los lados pero mantiene su personalidad individual intacta. José Luis Gómez es José Luis Gómez, con sus singularidades expresas, en la vida y en la calle, en su carácter exigente, en busca de su mejor espejo. Pero allá arriba, cuando se sube allá arriba, es otro, un actor, uno de los grandes actores de Europa. Y en este montaje (Unamuno: Venceréis pero no convenceréis, hasta el 4 de marzo en La Abadía) en el que recupera a aquel Unamuno del cine, extraditado a las arenas canarias, no es solo un Unamuno sino también el otro Unamuno.

Hace dos veces de Unamuno en La Abadía: el actor que hace de Unamuno y Unamuno mismo, que le viene a visitar mientras él ensaya a hacer de Unamuno. El teatro es un genio magnífico, capaz, en dos segundos, de hacernos creer que lo imposible ha ocurrido. Y de pronto, en ese escenario en el que él está dos veces, de pronto ya José Luis Gómez es el actor que hace de Unamuno, con su botellita de agua, con sus papeles, sus chuletas, su memoria. Y Gómez es el otro. Y en seguida es verdaderamente Miguel de Unamuno, con la voz de Unamuno, con los gestos propios de Unamuno, con la exigencia egocéntrica del Unamuno que trata que el futuro, en el que está el actor, no le sea desleal con el corazón contradictorio de su autobiografía.

Es un juego que, leído, en la excelente dramaturgia textual de Pollux Hernúñez, parecería que jamás subiría sin heridas notables a un escenario. ¿Poner a Unamuno dos veces, coexistiendo allá arriba? Para hacer eso no solo hacen falta espejos, artilugios teatrales, comprensión de un público dispuesto al hermoso engaño al que te expone el teatro. Hace falta José Luis Gómez, a esta edad y en su mejor condición, la de cómico que ya ha transitado por otros caracteres haciéndonos creer que era Azaña, un mono o lo que hiciera falta. Y ahora es dos. Unamuno y Miguel de Unamuno. O tres: Unamuno, Miguel de Unamuno y José Luis Gómez.

El contagio unamuniano le viene de lejos, lo arrojó a los brazos del poeta en Fuerteventura, lo llevó al Paraninfo salmantino donde el exrector vivió su jornada más triste y ahora se ha hecho hombre y verdad en la transmisión eficaz de una personalidad que ha pasado a la historia como un símbolo que también inquieta al propio actor y a la persona que es el actor, un ciudadano español de este mismo instante duro: el hombre que se pregunta por qué el odio, por qué la guerra, por qué la maldad sustenta aún nuestra historia nacional, perturba nuestra conversación y nos prepara siempre, incluso cuando parecía que debía resonar la paz y paciencia, la educación y la razón, para padecer el miedo de no entendernos.

La función comienza, a propósito, con el actor (el Otro) recitando un triste eco de lo que pasaba en otro tiempo de España: “Un referéndum ha venido a ser esa votación del Estatuto de Cataluña, y la votación que se ha hecho en mi tierra vasca que se hará acaso en otros sitios”. Luego viene el real Unamuno, y desde el otro lado del espejo se somete a las preguntas del Otro, que quiere saber de las propias palabras de don Miguel qué tuvo que pasar para que defendiera a Franco, para que le atacara luego. Qué tuvo que pasar para que sucediera “aquel dolor y aquella vergüenza”. Unamuno le deja al actor, al fin, que sea Unamuno, es muy feliz el gesto (teatralmente) en que desde el otro lado don Miguel acepta a don José Luis como depositario de sus palabras.

Y hasta el final todo lo que queda dicho (y fue dicho por Unamuno) arrastra al espectador de hoy a hoy mismo, no al anteayer que parece residir ya en la historia. Y es este José Luis Gómez/ Miguel de Unamuno el que sobrecoge a la audiencia con la declaración final, con el estertor que entonces y ahora parecen darse la mano como delirios tristes que jamás terminan: “Esto es un infierno, el mundo se me viene encima… Creí que había remedio pero me he engañado”.

El aplauso que se escucha luego es para José Luis Gómez, él ha hecho el esfuerzo. Pero el esfuerzo es también de Miguel de Unamuno. Y se va uno de allí sintiendo que es verdad de ahora mismo todo lo que se dijo, que Gómez es el mensajero, pero que se ha entrañado tanto en esa figura que, cuando te vayas a tomar un vino en El Imperio, el bar de la esquina, va a aparecer cualquiera de los dos, don Miguel o el Otro, en busca de un cuarto ciudadano que hoy mismo estaría haciendo de Unamuno, interrogándose porque aún esa historia de dos que pelean, como en el cuadro de Goya, no acaba ya. Por qué demonios no acaba ya no solo en el escenario sino en la vida.

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