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Crítica | Amityville: el despertar
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Se alquila casa con historia

Película de serie B sin más ínfulas que las de ser eficaz durante hora y media escasa

Bella Thorne, en 'Amityville: el despertar'.
Bella Thorne, en 'Amityville: el despertar'.
Javier Ocaña

La casa sigue allí plantada, tan hermosa de día como escalofriante de noche, en el 112 de Ocean Avenue, en el pequeño pueblo de Amityville, en el estado de Nueva York. Y eso alimenta cualquier renacimiento, ya sea físico y real, o cinematográfico y de pura diversión. En aquella mansión un joven mató a toda su familia en 1974, instruido por extrañas voces en su cabeza, y de ese mismo hogar salieron por piernas sus siguientes moradores, al año siguiente, con acusaciones de encantamiento hacia la casa.

Y de allí surgió también tanto uno de los clásicos de casas fantasmagóricas de los años setenta, Terror en Amityville (Stuart Rosenberg, 1979), como un puñado de secuelas y nuevas versiones, a las que se une ahora Amityville: el despertar, digno reinicio de la serie, comandado esta vez por Franck Khalfoun, el director de Maniac, que además decide comenzar su película con un recordatorio de las imágenes policiales y periodísticas del suceso que dio lugar a las posteriores producciones cinematográficas. Información fascinante y aclaratoria para las nuevas generaciones de espectadores.

Khalfoun, también guionista, tiene el buen gusto de dotar a su relato de altas dosis de ironía autoparódica, introduciendo en una de las secuencias el hecho de que los nuevos inquilinos de la casa del terror pongan en su aparato de DVD la película original, como un jugoso retroalimento cinéfilo y malsano en tiempos de descreimiento. Y al terror puro le suma dos ingredientes que funcionan bien. Uno relativamente novedoso: la angustia juvenil y un cierto toque social los vídeos sexuales y su viralización por las redes sociales. Y otro inspirado en la película Insidious, aunque llevado al extremo de la perversidad: la crueldad de que al elemento más terrorífico se una la condición física del joven, enfermo perpetuo en cama, en estado vegetativo no consciente.

Película de serie B sin más ínfulas que las de ser eficaz durante hora y media escasa, Amityville: El despertar adolece, sin embargo, de un truco habitual en este tipo de acercamientos: como la casa provoca visiones que no existen, ello lleva a que cualquier cosa valga narrativamente, y eso es siempre un error. A lo que se une un clímax final cuya representación visual, sobre todo en lo referente a la habitación roja del sótano, está muy por debajo del resto de una película, de todos modos, con cierto vigor.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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