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Gursky se viste de hormigón

El fotógrafo alemán inaugura la renovada Hayward Gallery, legendaria joya del brutalismo londinense

Pablo Guimón
Rhine II, 1999/2015, en la muestra.
Rhine II, 1999/2015, en la muestra. DANIEL LEAL-OLIVAS (AFP)

La elección de Andreas Gursky (Leipzig, 1955) para la reapertura de la Hayward Gallery, sometida a una respetuosa y sutil puesta al día que la ha mantenido dos años cerrada, no podía resultar más acertada. El laberíntico complejo brutalista de la orilla sur del Támesis que acoge la sala de exposiciones, es exactamente el tipo de lugar que uno esperaría encontrar en una de las piezas del cotizadísimo fotógrafo alemán.

Continente y contenido manejan un discurso semejante. Las geometrías y la frialdad de las fotografías de Gursky amplifican las geometrías y la frialdad de la estructura de hormigón. Y viceversa. “Este edificio es lo contrario a un cubo blanco. Teníamos planeada la exposición desde antes de cerrar para la reforma, pero me alegro de haber esperado, porque el edificio renovado realza las piezas”, resume el director de la sala, Ralph Rugoff.

“Me gusta tanto la arquitectura brutalista que no quería interferir demasiado en el espacio”, añade Gursky. “Quise mantener la mayor superficie posible de hormigón, que las escaleras fueran siempre visibles”.

Lo que se puede ver en la Hayward Gallery es una auténtica retrospectiva de cuatro décadas de carrera de un creador, clave en la introducción de la fotografía en el núcleo del arte contemporáneo en los años 90, que ha sido definido como un cronista del capitalismo global. Una etiqueta con la que el artista dice sentirse cómodo. “Leer los periódicos cada día, conocer los temas que nos preocupan es una parte de mi trabajo”, reconoce.

Los pasillos atiborrados de ofertas de un hipermercado estadounidense (99 cent, 1999). Las multitudes que bailan en una rave (May Day IV, 2000). Los mares de plástico de los invernaderos de Almería (El Ejido, 2017). Un hangar de distribución de Amazon (Amazon, 2016). Las pantallas repletas de vuelos del aeropuerto de Francfort (Frankfurt, 2007). Su trabajo procede de la curiosidad por cómo funciona el mundo y por la naturaleza colectiva del ser humano. Sus fotografías son testimonios de los espacios épicos que definen el presente.

Pero, claro, nada es lo que parece. O solo lo es en parte. Eso es clave en su discurso. Sus fotografías tiene mucho más de lo que el ojo ve. Todo está enfocado; las perspectivas, tocadas. Los cuatro cancilleres alemanes –Schröder, Schmidt, Merkel y Kohl- que contemplan de espaladas un cuadro de Barnett Newman nunca estuvieron allí. De la imagen del Rhin, que parece un rothko con sus franjas de colores horizontales y que se convirtió en 2011 en la fotografía más cara de la historia, se eliminaron digitalmente paseantes, árboles y hasta una central eléctrica entera. Es el río, pero no lo es.

Gursky es de esos pocos artistas a cuya obra el mundo real acaba pareciéndose. Igual que hay escenas de Hopper, hay paisajes de Gursky. Y la Hayward Gallery es uno de ellos.

La sala, que celebra este año su 50º aniversario, se encuentra incrustada en el enjambre de terrazas y escaleras de hormigón que es el Southbank Centre, complejo que luego completaría el National Theatre, construido a finales de los sesenta para revitalizar la margen menos lustrosa del río. La sala estaba considerada -en palabras de Rowan Moore, crítico de arquitectura de The Guardian- como la “niña problemática” de la escena artística londinense. Fea, agresiva, difícil de acceder y de recorrer, poco práctica para exhibir cuadros. Pero su determinación de servicio público y la calidad de sus exposiciones hicieron de ella un referente.

No es la primera vez que se trata de reformar el edificio, diseñado por un grupo de arquitectos jóvenes municipales, incluidos dos de los futuros creadores del influyente grupo Archigram. El propio Richard Rogers propuso en los noventa cubrirlo con una especie de paraguas de cristal. Paradójicamente, lo que se ha acabado haciendo es una intervención mínima.

Se ha lavado la cara del edificio, en el sentido más literal: una limpieza a fondo del hormigón. Se ha reparado el suelo, se ha sacado una cafetería y una sala extra y, acertadamente, se ha reparado del techo. Esas características pirámides de cristal, que las goteras obligaron a cegar con un cochambroso falso techo, dejan ahora entrar la luz natural y otorgan un desconocido vigor a las salas superiores.

Poco más. Los arquitectos del estudio Feilden Clegg Bradley han renunciado a rebajar la crudeza del edificio. Reino Unido, y el mundo de la arquitectura en general, ha aprendido en los últimos tiempos a mirar al movimiento brutalista con cariño. Y resulta que lo único que necesitaba la Hayward Gallery era precisamente eso: un poco de cariño.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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