La Costa Azul se vuelca con los estrenos de nuevos ballets
Los Ballets de Montecarlo y la Ópera de Niza ofrecen programas sugerentes desde clásicos olvidados a las nuevas creaciones
La Costa Azul se ha vestido de gran danza y de buen ballet estas navidades, con programas de calado que han llenado los teatros, desde Niza y Cannes a Montecarlo. En Niza, el ballet de la casa de ópera ha puesto en escena un programa combinado con La Sylphide, de Bournonville, remontada por la coreógrafa Dinna Bjorn, y el Romeo y Julieta, de Serge Lifar, remontado por Eric Vu An, con una supervisión plástica rigurosa aportada por Attilio Labis. Este Romeo y Julieta usa la música de Chaikovski y es muy interesante de ver. Se trata de una pieza de repertorio francés, ya prácticamente olvidada, que explota los recursos del pas de deux y que pone a prueba a los bailarines. Dirigió la Orquesta Filarmónica de Niza un solvente David Garforth, que con su enorme experiencia dominó los estilos y matizó los temas de los dos ballets.
En el enorme escenario del Palacio de Festivales de Cannes se está viendo estos días The Great Gatsby. Le Ballet (El Gran Gatsby. El ballet) una ambiciosa producción internacional protagonizada por Denis Matvienko y coreografiada por el norteamericano Dwight Rhoden, que merece su propia crónica y que abre un año en que Francis Scott Fitzgerald sonará con insistencia.
Pero lo más esperado en la Costa Azul sin dudas era la revisión definitiva que el coreógrafo y director de los Ballets de Montecarlo, Jean-Christophe Maillot, ha preparado de su obra La Mégère Apprivoisée (o lo que es lo mismo: La fierecilla domada, basada en Shakespeare) y que estará en cartel hasta el 5 de enero en el Forum Grimaldi de Montecarlo.
Maillot estrenó esta obra en el Teatro Bolshói de Moscú, el 4 de julio de 2014, recibió críticas positivas y la gran compañía moscovita la ha llevado de gira al extranjero, algo poco común en una institución que siempre viaja con sus señas fijas del gran repertorio académico y propio. La Mégère Apprivoisée es un buen ballet de oficio, pues se imbrica en la laboriosa y difícil corriente del nuevo ballet narrativo; también puede asegurarse que de todos los intentos de Maillot con la narración coréutica, esto es lo más logrado y redondo. Parte de ese éxito se asienta en la cuidada selección musical. Eso ya fue un trabajo enorme y complejo en torno a temas de Dimitri Shostakovich: oír toda esa música, y muchas más de las que aparecen en la columna sonora, y armar con lo seleccionado una línea melódica coherente sobre la que estabilizar un libreto y una línea coreútico-narrativa en dos actos.
Shostakovich dejó mucha música, alguna muy ligada a los tiempos que le tocaron vivir, otras asociando sonoridades que venían desde el jazz y el fox-trox a las trazas de la tradición de la propia escuela sinfónica rusa. Maillot lo hace funcionar, pues ahora la acción está mucho más incorporada y discurre con liquidez. Los protagonistas invitados en Mónaco han sido Ekaterina Krisanova como Katarina (o Catalina) y Vladislav Lantratov, como Petruchio. Si ya el monólogo final de Catalina en la pieza original shakesperiana suena discorde y políticamente muy incorrecto, hoy en día la obra entera tiene muchas cosas en contra, y eso debe ser sorteado con elegancia o asumido con gallardía. Maillot lo resuelve dentro de un histrión tenso y elaborado, de precisión actoral en la pantomima y de gusto delicado en lo bailable, usando de humor y virtuosismo a manos llenas y a partes iguales.
Krisanova ofrece enormes cualidades lenas de vitalidad y fuerza que hacen de su bravura todo un lenguaje activo; Lantratov es poderoso en escena, domina las situaciones dramáticas y ejerce de seductor. Cuando el Ballet del Teatro Bolshói de Moscú vino al Teatro Real de Madrid, Krisanova hizo una potente Aegina, y ahora, más madura, su nervio es llevado al límite de contención. Ellos son una pareja dinámica y encantadora, y su largo paso a dos del segundo acto, una pieza para recordar. Hay que citar a Asier Edeso como Grumio, a Simone Tribuna como Hortensio y, sobre todo, a Katrin Schrader como Bianca, capaces todos de bordar sus personajes de contrastes.
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