Leticia Moreno: un violín al servicio de Piazzolla y el tango
La intérprete madrileña emprende un viaje brillante al universo del argentino junto al colombiano Orozco-Estrada y a la London Philarmonic
Lo mismo que Bach elevó al olimpo la chacona o la zarabanda, Chopin los valses o las mazurcas, Schubert las melodías tabernarias y Bartók o Janacek las danzas al otro lado del Danubio o el río Moldava, a Astor Piazzolla le tocó hacer lo mismo en el siglo XX con el tango. Con él, ese desgarro sensual hecho carne en un baile de boliche ha pasado a formar parte del repertorio de las mejores orquestas sinfónicas.
Toda música que acaba paseándose con frac de vitola culta nace de lo estrictamente popular. Y en el caso de Piazolla, también se contagia de generación en generación. Tanto que los intérpretes más jóvenes lo hacen plenamente suyo, caso de Leticia Moreno. La violinista dedica su último disco con Deutsche Grammophon al argentino y confiesa: “Desde que he profundizado en él, me siento más libre. Nada encorsetada”.
Tampoco menos marcial. Porque Moreno lleva en la frente el mandato que le grabó su maestro, Mstislav Rostropóvich: “Has sido elegida para ser un soldado de la música”. Y cómo tal, también Moreno ha decidido cerrar ese círculo que unía además a Piazzolla con el chelista ruso. “Incluimos en el disco, junto a las Estaciones porteñas, Oblivion o Adiós Nonino, Le Grand Tango, la pieza que le dedicó”.
El plural es para Andrés Orozco-Estrada, director de orquesta colombiano con el que Leticia colabora a menudo. También para los músicos de la London Philarmonic Orchestra, que ensanchan hacia el territorio sinfónico el sonido del maestro. Y por supuesto para Remy Van Kesteren, Pablo Marinetti, José Gallardo y Janne Sasksala, expertos en el repertorio al que nos conducen Moreno y Orozco-Estrada y que son directos descendientes de las bandas que tocaron junto al creador argentino.
Generación Juventudes Musicales
Leticia Moreno es una de las banderas de una joven generación en la que ha tenido mucho que ver la labor de Juventudes Musicales de Madrid. De la organización dirigida por María Isabel Falabella, dedicada a la formación de intérpretes, han brotado decenas de talentos con las más de 700 becas que han proporcionado a lo largo de los últimos 35 años. Pero hay tres figuras que destacan en el violín. Aparte de Moreno, con una carrera cada vez más consolidada, quedan con gran proyección para el futuro Carla Marrero y María Dueñas. La primera, a sus 21 años ya lleva una trayectoria de éxitos y premios a espaldas desde su debut. María Dueñas, más joven aun, es una sólida promesa de 15 años.
Piazolla dijo en vida que se lo debía casi todo a tres maestros: Alberto Ginastera, Nadia Boulanger y la ciudad de Buenos Aires. Al primero, guiarle por la amplia senda latina y sus raíces. A la segunda, por convencerle para que no se desviara del camino cuando se empeñó en que quería ser otra cosa: “Céntrese en el tango”, le aconsejó. Y así fue como lo elevó a categoría universal. La tercera, la mágica y tormentosa Buenos Aires, vale para todo lo demás.
A Moreno, Piazzolla le ha contagiado esa libertad que algunos artistas piden a gritos justo antes de entrar en la madurez para conformar una voz propia. Moreno se desliza con desparpajo por esa cuerda floja. Hasta ahora ha despuntando mucho talento. En el futuro le espera esa puerta grande para demostrar su propio mundo, una visión. En este disco la da: “Todos conocen bien la música de Piazolla. Es directa, emotiva. Pero yo no imaginaba que estuviera compuesta de tantas capas y que la riqueza de una te llevara a otra mucho más jugosa”.
Confiesa que le sorprendió: “No estaba lista para tanto. Y con esto quiero decir, para que me cambiara tan profundamente”. Lo auscultó como una doctora. Su amplia propuesta de exploración a gusto de cada cual en las partituras. Su movimiento corporal en escena: “Cómo acentuaba al mover el bandoneón. No había nada superfluo en él. Cada gesto respondía a un mensaje, a una intención concreta”.
Parte lo rastreó en grabaciones, parte lo ha escuchado de sus colaboradores: “Con ellos he aprendido su lenguaje. El idioma de Piazzolla, lo mismo que Rostropóvich me enseñó el de Shostakóvich”, afirma. “Quería que me contagiaran las notas y también el acento”. Las coordenadas para seguir ese esbozo de melodías y armonías e improvisar sobre ellas sin miedo a tropezarse. Esa es la bendición y el peligro que entraña Piazzolla. Su libertad puede convertirse en una trampa si no lo afrontas con la humildad debida. Pero si lo logras, descubres un mundo del que no saldrás: “Fronteras abiertas. Ventanas por donde entra un aire tan fresco que te transforma”.
Leticia Moreno está convencida de que esa libertad le llegó a Piazzolla tarde y después de dar muchos tumbos: “Le cuesta mucho lograr ese estilo propio. Pero cuando lo encuentra, cristaliza en él todo ese camino”. Lo que halló de Buenos Aires a Nueva York y lo que le alimentó en Europa con Boulanger como maestra: “Esa cristalización entre el jazz y Bartók o Stravinski que sabiamente logra fundir en un estilo único”. Al servicio del tango.
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