Seducción
El talento de Sofia Coppola vuelve a brillar en la tela de araña que dibuja para su versión de ‘La seducción’
Durante el tercer año de la cruenta guerra civil estadounidense, en 1864, una inocente niña pasea canturreando mientras recoge setas que rebusca por los bordes de una amplia avenida arbolada, sita en el territorio confederal de Virginia, sin parecer importarle demasiado el tronar de la artillería y las descargas de una fusilería no tan lejanas. De repente, la niña se asusta al descubrir el cuerpo herido de un soldado de la Unión, que con serena calma le demanda ayuda.
Tras recobrarse de la impresión que le ha producido el inesperado hallazgo, le informa al soldado enemigo maltrecho, un cabo del 66º Regimiento de Nueva York llamado John McBurney, que lo único que ella puede hacer para ayudarle es llevarlo a la residencia de señoritas donde habita, dirigida por Martha Farnsworth, donde siguen allí, refugiadas, media docena de mujeres, la mayoría púberes e impúberes. Tras llegar a la impresionante mansión de estilo sureño, ahora un tanto destartalada por los eventos bélicos, esta pequeña comunidad femenina decide, casi sin debatir, no solo cumplir con el caritativo deber cristiano de acoger y curar al cabo, sino retrasar su entrega hasta que su recuperación le permita la opción de sobrevivir.
Este es el arranque del relato cinematográfico titulado en su versión castellana La seducción (2017) (The Beguiled), dirigido por Sofia Coppola, un brillante remake de un filme anterior de Don Siegel rodado en 1971, basado ambos en una novela de Thomas Cullinan, escrita en un estilo característico del llamado “gótico sureño”. Sin dar más detalles de la agobiante trama, lo que en ella se narra es la caída en la tela de araña femenina del apuesto cabo, que imprudentemente trata de salir del aprieto explotando la ansiedad erótica de este puñado de mujeres aisladas y desvalidas.
A mi juicio, el mérito de la reciente versión de Sofia Coppola, avezada exploradora de lo que Natalia Ginzburg denominó el “pozo oscuro” del alma femenina, es cargar las tintas de este patético intento de remontar hacia la superficie y mantenerse a flote de la mujer asediada, cualquiera que sea la adversidad que la recluye en esa negra sima.
Etimológicamente, el término castellano seducción deriva del latino seductio, que significa apartar; vamos, en el caso que nos ocupa, mantener a buen recaudo algo o alguien, no se sabe bien con qué intención. El seducido es, por tanto, quien se siente atrapado sin que, en principio, el captor o el cautivo entiendan la razón del porqué o el para qué de su caución, como lo demuestra el relato que comentamos.
Porque, ni es verdad que estas mujeres que creen cumplir con la virtud cristiana de socorrer a quien lo necesita lo hagan por ese motivo ni que el cabo herido se mueva entre ellas exclusivamente por el también noble deber del agradecimiento.
Y será este equívoco el que arrastre a todos al fondo de este pozo negro de los deseos encontrados de resolución indeclinablemente trágica. Sea como sea, el menor peso específico del macho depredador, comparado con la gravedad de la hembra fecundadora, le permite flotar mejor, como el corcho, en la superficie, incluso cuando es cadáver. En este creciente reino de las sombras, ¡cómo brilla el talento de Sofia Coppola otra vez!
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