Muere el cantante francés Johnny Hallyday a los 74 años
El rockero francés ha fallecido en su casa de las afueras de París víctima de un cáncer de pulmón
Cayó el hombre de los excesos. Murió Jean-Philippe Smet, alias Johnny Hallyday, cantante y actor de 74 años, en Marnes-la-Coquette, Nos dejó en plena noche, víctima de un cáncer de pulmón. Según la viuda, Laeticia, lo hizo igual que el resto de su existencia: “con coraje y dignidad”. Se podría añadir que exprimió la vida hasta el máximo.
Resulta difícil explicar lo que representaba Johnny Hallyday (París, 1943): su carrera se desarrolló exclusivamente en los países francófonos. Imposible encontrar similitudes, ni siquiera a nivel global. ¿El Elvis francés? No, qué simpleza: triplicó la carrera del estadounidense (e hizo mejores películas). ¿El Tom Jones galo? Tampoco: sería un insulto a la voz del galés y Johnny no conoció sus altibajos: prácticamente, nunca dejó la Primera División. Digamos que fue el traductor de las modas anglosajonas al gusto del hexágono, comenzando con el rock & roll y siguiendo con los sonidos de los años sesenta, del soul al blues. Hasta que los franceses se enamoraron del personaje y decidieron quererle a muerte, tal como era, con toda su áspera grandeza y sus notables incoherencias. Le permitieron todas las desmesuras, incluyendo una ópera rock, llamada (atención) Hamlet-Hallyday.
Llegó en el momento justo, en una Francia saturada de guerras coloniales, con una generación dispuesta a pasar página. Su primer disco, un EP de cuatro canciones, coincidió prácticamente con el estreno de À bout de souffle, el primer largometraje de Jean-Luc Godard. Se benefició igualmente del despegue de Salut les copains, programa radiofónico (y luego, revista mensual) que inventó toda una galaxia de estrellas juveniles.
Aunque su padre tenía la nacionalidad belga, eligió ser francés: Johnny hizo la mili en Alemania y terminó como sargento. Demasiado intenso para el yeyé, sin embargo se casó con la reina del movimiento, Sylvie Vartan. Un matrimonio tormentoso, que desembocó en un intento de suicidio en 1966. A lo largo de su trayectoria hubo abundantes ocasiones para mostrarse patético: accidentes, separaciones, excesos alcohólicos, denuncias ante tribunales, la confesión del abuso de cocaína, estancias en Urgencias. Era su manera de escenificar el coste personal del estrellato.
Todo servía para su reconstrucción mediática. Si el beatnik Antoine le insultaba en Les élucubrations d’Antoine, él respondía con Cabellos largos, ideas cortas, donde arremetía contra el pacifismo de boquilla. Políticamente, se situaba a la derecha, con apoyos explícitos a Giscard d’Estaing, Chirac, Sarkozy. Cuando este último le decepcionó, incluso manifestó nostalgia por Pompidou, el heredero del general De Gaulle.
Tuvo sus enemigos, cierto. Serge Gainsbourg le acusó de siempre llegar tarde –“en piragua”- a las modas; podríamos recordar aquello de “dijo la sartén al cazo”. En épocas más recientes, fue objetivo predilecto de los Guiñoles de Canal + y también recibió los ataques de Charlie Hebdo, a partir del descubrimiento de sus irregularidades tributarias.
La moda del videoclip le permitió enriquecer su figura: podía ser el soldado que esperaba a la muerte escribiendo a su amada, el padre divorciado que suspiraba por su hijita, el gánster, el playboy, el camionero, el boxeador, el viajero por La Habana o Nueva York. Siempre se colaban hermosas modelos y haigas despampanantes.
Musicalmente, procuraba esforzarse por subir el nivel de sus producciones. Grabó en Londres, donde incorporó a músicos británicos en su banda de acompañamiento (los Blackburds), instrumentistas que luego triunfarían en Estados Unidos como parte de Foreigner. Se habituó a cruzar el Atlántico para trabajar en los estudios de Memphis, Nashville, Los Ángeles. Sin hacerse ilusiones de conquistar el mercado anglófono, donde no le entendían (un clásico de la prensa inglesa era el intento de descifrar el misterio de la popularidad de Hallyday). Cantó ocasionalmente en inglés, español, alemán, italiano, japonés… desganadas concesiones a la discográfica.
On a tous en nous quelque chose de Johnny Hallyday. Le public de fans et de fidèles qu'il s'était acquis est en larmes. Nous n'oublierons ni son nom, ni sa gueule, ni sa voix. Le voici au panthéon de la chanson où il rejoint les légendes du rock et du blues qu'il aimait tant.
— Emmanuel Macron (@EmmanuelMacron) December 6, 2017
Pronto se le quedó pequeño el Olympia y teatros similares: convirtió sus conciertos en grandes montajes escénicos para polideportivos y estadios. Espectáculos complejos, entre la ciencia-ficción y Mad Max, que atraían a centenares de miles de admiradores que luego compraban las grabaciones correspondientes en discos y DVD. En los buenos tiempos de la industria discográfica, las tiendas francesas reservaban un rincón destacado para la inmensidad de cajas, cofres y todo tipo de lanzamientos con la marca Hallyday.
Gracias a la legitimidad histórica que le daba el haber sido pionero del rock and roll, en las veladas del Golf Drouot parisiense, se convirtió en una leyenda en la que jóvenes compositores proyectaban sus fantasías. Recurrió a los servicios de Michel Berger, Jean-Jacques Goldman, Pascal Obispo. La música iba degenerando hacia un pop genérico, únicamente redimido por su entrega emocional y las resonancias autobiográficas. Era Johnny (con acento en la “y”). Cualquier discusión al respecto terminaba con el argumento irrebatible: “nadie sabía llevar como él las prendas vaqueras”.
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