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“El cine mexicano no puede crecer a expensas del dinero público”

Cuatro expertos de la industria cinematográfica mexicana debaten sobre el sector en el desayuno de redacción de EL PAÍS

Luis Pablo Beauregard
Jorge Sánchez, Tábata Vilar, Mónica Lozano y Ricardo Giraldo, participantes en el desayuno de redacción de EL PAÍS.
Jorge Sánchez, Tábata Vilar, Mónica Lozano y Ricardo Giraldo, participantes en el desayuno de redacción de EL PAÍS.Oswaldo Ramírez

El fenómeno de Coco, la película de Pixar, en México ha arrojado una nueva luz sobre los viejos problemas de la industria cinematográfica local. Disney ha dado un final feliz a 2017 para los exhibidores mexicanos con una película que parece mexicana, pero que no lo es. La cinta de Lee Unkrich se ha convertido en la más vista del país con 22 millones de espectadores y ha ayudado a rebasar los 15.000 millones de pesos (800 millones de dólares) de taquilla recaudados en 2016. Esto tras un verano flojo en el que las audiencias se cansaron de la enésima secuela de superhéroes y Rápidos y furiosos. “A partir de una investigación de Disney que tardó 6 años, que le metieron mucho trabajo y nos refleja a los mexicanos, resulta que eso es lo que salva el año. Las audiencias están hablando y quieren ver contenidos que nos identifiquen”, dijo Tábata Vilar, directora de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine), en el desayuno de redacción de EL PAÍS que debatió sobre el estado del sector en México.

México pasó de producir 26 cintas en 2000 a 162 en 2016 y 170 en 2017, la cifra más alta desde 1958

¿Qué requeriría el cine mexicano para hacer su propio Coco? En primer lugar un presupuesto como el que Pixar dio a esta historia sobre el Día de muertos, entre 150 y 200 millones de dólares. Eso sería suficiente para que los cineastas locales rodaran, en promedio, 150 películas. “No se puede competir con ellos a ese nivel”, considera Ricardo Giraldo, presidente de Cinema 23, una asociación que trata de vertebrar el cine de América Latina. “Al juntarnos podemos generar una fuerza común que nos permita ganar espacios donde Hollywood no. Es promover que el cine mexicano se una al cine que se está haciendo en la región para tener una mayor empuje hacia afuera”, asegura Giraldo. Cinema 23 entregará este miércoles los Premios Fénix a las películas iberoamericanas más destacadas.

Giraldo destaca el ejemplo de Chile como modelo a seguir en Latinoamérica. Un país que exhibe anualmente unos 30 largometrajes de ficción y unos 15 documentales. Los productores han financiado la iniciativa Cinema Chile, desligada del Gobierno, para que represente la cinematografía chilena en los festivales internacionales. “Han creado una comunidad de cine sólida, muy fuerte y solidaria… Cinco de esas 30 películas tienen un ruido brutal, eso es el 10% de tu producción”, asegura.

El reto de la profesionalización

El boom del cine mexicano, con directores ganadores del Oscar como Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, además de cineastas que han triunfado en competiciones europeas como Carlos Reygadas y Amat Escalante, han hecho también que se multipliquen las escuelas de cine en el país. La profesionalización de la industria, sin embargo, es uno de los pendientes más urgentes a desarrollar. "Hay un hueco muy importante en el desarrollo de planes de negocio y flujos de efectivo, por ejemplo", considera Vilar, de Canacine. "La inversión en desarrollo no existe ni en la parte privada ni en la parte pública. Si no existe eso no hay posibilidad de profesionalización", considera Lozano.

El Imcine ha tratado de atajar esta problemática con la organización del segundo Mercado, Industria, Cine y Audiovisual (Mica), un encuentro que se realizará en la Cineteca Nacional de la Ciudad de México del 7-10 de diciembre. El evento estará enfocado a la interacción creativa y al intercambio de experiencias entre profesionales del cine y las series de televisión de toda América. Serán presentados más de 30 proyectos de largometrajes y 12 ideas originales para televisión de México, Venezuela, Argentina y El Salvador.

Estas actividades contarán con la presencia de los actores Diego Luna, Alfredo Castro, el director Carlos Reygadas y el escritor Santiago Roncagliolo. También estarán presentes ejecutivos de Netflix, representantes de la Berlinale y de la Escuela Nacional de Cine de Dinamarca y The Film Agency, además de diversos consultores con experiencia en Europa desarrollando empresas multimedia, producción y distribución.

El caso de México es distinto. “No existe un modelo a seguir. Tenemos un Frankenstein que camina, pero que necesita oxígeno y nuevos senderos”, dice Jorge Sánchez, director del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine). El país está camino de romper por tercer año consecutivo su récord de producción instaurado en 1958. En 2016 se produjeron 162 largometrajes. Este año se llegará a las 170 películas. Es un importante salto respecto a las 26 cintas producidas a inicios de este siglo.

Esta robustez es gracias a los recursos públicos que se inyectan a la industria. El Estado es el gran financiero del cine mexicano asociándose, en los últimos años, a más de 450 proyectos. En 2016, el Gobierno apoyó el 58% de la producción con 45 millones de dólares. Siete de cada diez espectadores de películas mexicanas ven en los cines obras financiadas con los impuestos. “Necesitamos recuperar inversiones porque los presupuestos federales también son limitados. Esto no puede crecer a expensas del dinero público”, agrega Sánchez.

Una producción histórica que tiene muchos problemas encontrando espacios en las carteleras y atrayendo espectadores a las salas. México es el cuarto país que más va al cine por detrás de India, China y Estados Unidos. 317 millones de personas habían ido a una de las 6.700 salas del país hasta noviembre. Solo 20.8 millones de espectadores pagaron un boleto por una cinta mexicana, diez millones menos que en 2016. El cine mexicano ha generado únicamente el 7% de la taquilla total de 2017.

“El problema de la accesibilidad está muy presente. Ese es el eje de nuestra preocupación”, asegura Sánchez. El Imcine ha tratado de garantizar la presencia del cine mexicano en las plataformas digitales. Entre ellas Cinema México, presente en 700 puntos de acceso, en su mayoría bibliotecas públicas y en FilminLatino, donde el Gobierno se ha asociado con la iniciativa privada para ofrecer 1.600 títulos en lo que el funcionario considera “el mejor catálogo cinematográfico de América Latina”.

Buena parte del sector considera a los grandes exhibidores, las cadenas Cinépolis y Cinemex, como un escollo difícil de superar. Mónica Lozano, una experimentada productora con más de 40 títulos en su filmografía, cuenta su experiencia en la mesa de EL PAÍS. El año pasado produjo una coproducción con España sobre como Ramón Mercader preparó el asesinato de León Trotski en México. Cinépolis mostró interés en El elegido. “La oferta fue ínfima, no nos funcionaba. La mandamos directo a Netflix. Con la alternativa hicimos que se viera en 190 países a nivel global contra la posibilidad a exhibirla en 50 pantallas. La película merecía otro tipo de condiciones”, explica.

Lozano también ha estado detrás de cintas de mucho éxito. Entre ellas las comedias No se aceptan devoluciones, de Eugenio Derbez, y ¿Qué culpa tiene el niño?, de Gustavo Loza. Ambas están entre las más vistas en el último lustro con 15 millones y seis millones de espectadores, respectivamente. “Son inversiones de uno o dos millones de dólares en publicidad y copias para llegar a las pantallas. No todas las películas se pueden estrenar de esa manera”, asegura la productora. Estas comedias románticas con sabor a fórmula son excepciones a una regla. Ninguna de las 90 películas mexicanas estrenadas el año pasado fue exhibida en los 32 Estados del país. Solo nueve estuvieron en más de 1.000 pantallas.

Ninguno de los filmes locales estrenados en 2016 fue estrenado en los 32 Estados del país

Una película por debajo de 1.000 pantallas es carne del salvaje mercado de la oferta y la demanda. Los gerentes de los cines pueden programar una película casi de inmediato si hay gente haciendo fila en el cine. Lo único que deben hacer es “abrir la llave” mediante una señal satelital que permite a los proyectores pasar la cinta deseada. Esto es una amenaza para las películas independientes y de autor. “Debes de tener garantía de permanencia de las películas. Ya nadie te garantiza los horarios. Ya no se anuncian ni hay condiciones de esa exigencia”, asegura Lozano. La industria reconoce que podría corregir esto. “Los distribuidores podrían tener el poder de parar esto y decir que no darán más de un número específico de llaves”, dice Vilar, de Canacine.

Otro de los conflictos que enfrentan a los exhibidores con los sectores creativos es el pago del Virtual Print Fee (VPF), una cuota de 800 dólares por pantalla que los cines transfieren a los distribuidores por el uso del proyector. Esto encarece los gastos para las producciones. El cobro fue ideado inicialmente para actualizar la tecnología a proyectores digitales. Esa conversión ya se ha dado, pero los distribuidores y productores lo seguirán pagando por tres años más. El Gobierno ha tratado de mediar esto mediante una política pública que otorga un estímulo fiscal de hasta cuatro millones de pesos (214.000 dólares) para cada película para facilitar su distribución. “La idea es disminuir el riesgo para los distribuidores para cuando lanzan una película mexicana”, dice Jorge Sánchez.

“Los exhibidores quieren una amortización aceleradísima de las inversiones. Quieren vender más palomitas y publicidad. Es más efectivo tener Coco en 20 pantallas en todos los horarios que dar la oportunidad a otro tipo de contenidos”, señala Lozano. Pero los exhibidores quieren cambiar la conversación. “Hay que dejar de echarnos la culpa, eso no abona ni es productivo. Hay que buscar qué estamos haciendo mal cada una de las partes”, señala Vilar. Una de esas responsabilidades, apunta, está en los distribuidores. “Si no compran las películas, ¿cómo van a programarlas los exhibidores?”, cuestiona. En su pregunta va encerrada una crítica implícita a las temáticas abordadas por el cine mexicano, que hacen difícil la conexión con el público. “El género que más se hace en México es el autobiográfico, los realizadores cuentan mucho sus experiencias”, bromea la presidenta de Canacine. Esta es la tragicomedia del cine mexicano, una industria en cifras históricas que aún no halla fuerza suficiente para alzar la voz ante Hollywood.

“El cine mexicano debe estar en las salas comerciales”

El director del Imcine confiesa que le gustaría que no existiera su trabajo. Eso significaría que en todos los Estados existirían cinetecas y las salas comerciales ofrecerían una oferta “clara, coherente, interesante y amigable” de cine mexicano. Esto está aún lejos. Sánchez redobla esfuerzos. “Imcine debería ser un instituto del cine y audiovisual, pero estamos 20 ó 30 años atrasados”. A pesar de esto, Sánchez sigue sorprendiéndose de la potencia narrativa que halla en los rincones más recónditos durante las semanas de cine mexicano.

“Estamos repitiéndonos con la comedia fácil”

Lozano festeja las historias que han traído las múltiples plataformas y la explosión de producciones. “El contenido es rey. Eso es genial y antes no pasaba”. Sin embargo, también percibe cosas que no le gustan. “Estamos repitiéndonos con la comedia fácil, la comedia romántica y de situación porque es la que privilegia el inversionista y es donde recupera la inversión”. La productora de Amores Perros dice que hay que “dejar de hacer lo mismo, todo homogéneo y copiado”.

“Todo se puede con un esfuerzo conjunto”

En un país donde muchos ven al norte, Giraldo ve en otras direcciones. “No puedo pensar en una industria en México como la piensan los gringos”, dice. “Aquí hay que verlo de otra manera, de otra forma”. Es la imaginación la que ha permitido detonar grandes contenidos y diferenciar a la industria iberoamericana. Cinema 23 y Premios Fénix seguirán trabajando para conservar la diversidad y la pluralidad de tendencias en la región. “Todo cabe en un empuje conjunto, tanto las comedias románticas como el cine muy autoral”.

“El sector necesita más información”

La industria tiende la mano a los creadores. Dejar de verse como enemigos y comenzar a trabajar juntos. Hay que ver donde hay huecos y sumar esfuerzos. Vilar desea que el sector cinematográfico produzca más información cualitativa para saber la verdadera aportación a la economía nacional de todos los sectores de esta industria, entre ellas la distribución y exhibición como proveedores de empleos. “Podría hacerse un estudio sectorial para lograr información más amplia que nos dé argumentos de por qué invertir en esta industria más y mejor”.

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Sobre la firma

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.

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