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Dos cruceros y 300 lanchas rápidas

La edición madrileña tiene desde antiguo un pie en Barcelona y otro en América. En ella conviven los sellos de grandes grupos y los independientes

Javier Rodríguez Marcos
Juan Casamayor, con las maletas hechas para la FIL, 
que homenajea este año su labor editorial.
Juan Casamayor, con las maletas hechas para la FIL, 
que homenajea este año su labor editorial.Carlos rosillo

A dos minutos de la Gran Vía, en la calle de la Madera, tiene su sede Páginas de Espuma, que, como antes Gallimard, Feltrinelli o Herralde, este lunes recibe el gran homenaje de la FIL al mérito editorial. La mitad de esa sede, un piso de 250 metros cuadrados, es la casa de sus fundadores, Juan Casamayor y Encarnación Molina. En el despacho de Casamayor —lo usa más el hijo adolescente de ambos, aclaran— hay una foto de Encarnación con Luis García Montero y otra de Jaume Vallcorba solo. Las dos tienen una explicación. El nombre de la editorial salió de un verso de García Montero, profesor en Granada de la cofundadora. “Queríamos un sintagma tipo Lengua de Trapo, que fue una pionera en la edición independiente de los noventa”. Lo del fallecido Vallcorba, que en 2010 también recibió el reconocimiento de la FIL, se resume en media docena de adjetivos: pulcro, sutil, impecable, políglota, cosmopolita, insustituible. Los usa Casamayor para describir el trabajo del editor que en 1979 fundó Quaderns Crema y en 1999 Acantilado. “Ese mismo año nacimos nosotros y Minúscula”, cuenta. Fueron, en efecto, la avanzadilla de una eclosión de sellos independientes. Con 15 títulos publicados este año y cuatro personas en plantilla, Páginas de Espuma sirve de prototipo para un fenómeno consagrado en 2008 cuando el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural recayó en el casi recién nacido grupo Contexto (Libros del Asteroide, Barataria, Global Rhythm, Impedimenta, Nórdica, Periférica y Sexto Piso).

Madrid DF.

“Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”, dice un famoso poema de un madrileño famoso, Dámaso Alonso. Lo escribió en 1944, en plena posguerra. Según las estadísticas de 2016, Madrid es una ciudad de 3.165.541 habitantes que se convierten en algo más del doble si tenemos en cuenta la Comunidad de Madrid, ese particular Distrito Federal sin atributos. Según la Federación de Gremios de Editores de España, 294 editoriales forman parten del gremio local (el 39,89% del total de España), publicaron 32.285 títulos (el 39,6%), sostienen 6.743 puestos de trabajo (el 53,5%) y facturaron 981,42 millones de euros en el mercado interior (el 42,4% del total). Planeta no forma parte de esta estadística. Pese a que el grupo trasladó su sede social a Madrid a raíz de la incierta declaración de independencia de Cataluña, “a día de hoy no se ha recibido ninguna solicitud de ingreso en nuestra asociación”, aclara Carlos Ortega, secretario de los editores madrileños.

La reciente proliferación de pequeñas editoriales literarias ha matizado la idea de que Madrid era sobre todo la capital del libro de texto

La capital del libro (de texto).

Además de una Comisión de Libro Religioso y otra de Editores Científico Técnicos y Académicos, la Asociación de Editores de Madrid cuenta con una Comisión de Pequeñas Editoriales compuesta por cerca de 150 sellos. Más del 90% no superan los 600.000 euros de facturación. La continua aparición de pequeños editores es un fenómeno que corre en paralelo a su complementario: la concentración en dos grandes grupos. Dirigidos desde Barcelona, pero formados por sellos de todos los rincones de la lengua española, Penguin Random House y Planeta son conglomerados formados por nombres clásicos como —en el primer caso— Alfaguara, Taurus, Plaza, Lumen o Debate y —en el segundo— Espasa, Seix Barral, Destino, Emecé o Tusquets. “A mayor concentración, más huecos”, explica Ofelia Grande, directora de Siruela, una firma de tamaño medio con 17 trabajadores en plantilla y que publica entre 90 y 100 novedades al año. “Vender 1.500 ejemplares es un éxito para los pequeños y casi un fracaso para los grandes”. Grande explica que la multiplicación de sellos ha compensado la tradicional bipolaridad que situaba la literatura en Barcelona y los libros escolares en Madrid (Santillana, SM o la propia Anaya). No obstante, señala, “hay otra parte menos glamurosa, pero muy potente: la edición jurídica, la religiosa… Su fuerza cuenta mucho a la hora de negociar con el Gobierno una ley de propiedad intelectual, por ejemplo”.

Pequeños secretos.

Cuando se le pregunta a Juan Casamayor por el secreto del éxito de los sellos independientes, toma aire y recita: 1) el abaratamiento de los medios de producción gracias a la tecnología digital —“en los noventa era un parto pedirle a la imprenta una prueba de color para una portada”—; 2) el cambio en los hábitos de ocio y consumo y la “democratización” —“con cien comillas”— de la prescripción: “Las redes sociales son un canal directo con los lectores”; 3) el aumento de lectores: “Crece la demanda, crece la oferta”; 4) la crisis de los modelos de distribución: “Esto sonará árido, pero los pequeños editores no serían lo mismo sin la complicidad de [la distribuidora] UDL”. Él trabaja con Antonio Machado y Les Punxes.

Grandes superficies.

La complicidad de la que habla Casamayor se extiende a pequeñas librerías que mezclan los libros con el café o el vino y con una agenda cultural de presentaciones. La Buena Vida, Tipos Infames, Cervantes y Compañía o Rafael Alberti son buenos ejemplos en Madrid. Con todo, la parte del león de las ventas siguen repartiéndosela la Fnac, El Corte Inglés, la Casa del Libro y Amazon.

Editores de Troya.

Durante años, muchos de los caminos de la edición en España pasaron por Jaime Salinas, vinculado sucesivamente a Seix Barral, Alianza y Alfaguara. Son legendarios en esta última los comités de lectura en las oficinas de la avenida de América. De ellos formaban parte, en torno a una paella, Juan Benet, Carmen Martín Gaite, Luis Goytisolo o Javier Marías. La participación de los escritores de Madrid en las labores editoriales tiene hoy su continuidad en nombres como Jesús Munárriz (Hiperión), Elena Medel (La Bella Varsovia), Pilar Adón (Impedimenta), Luis Magrinyà (Alba), Manuel Rico (­Bartleby) o el propio Javier Marías (Reino de Redonda). Una variante peculiar la constituye Caballo de Troya dentro del grupo Penguin Random House. Dirigido inicialmente por Constantino Bértolo, histórico editor de Debate, desde 2015 su dirección recae anualmente en un novelista joven vinculado al grupo. Tras Elvira Navarro y Alberto Olmos, este año la editora invitada es Lara Moreno, a la que seguirá en 2018 Mercedes Cebrián. Seis títulos al año con una tirada de entre 500 y 800 ejemplares son la marca de un sello pequeño arropado por una estructura gigante. Suele decirse que los independientes funcionan como lectores para los grandes, y en el caso de Caballo de Troya es literal: “Todos hemos apostado por noveles”, explica Moreno. “Nadie ha querido publicar la obra menor de un consagrado”. ¿De dónde salen esas apuestas? “Facebook es una mira”, responde la autora de Piel de lobo, que además trabaja como profesora de escritura creativa. Otra mina. Si Caballo de Troya fue en los años de Bértolo la forma de introducir en España a un autor de culto como el uruguayo Mario Levrero, hoy forman parte de su catálogo un fenómeno como El comensal, de Gabriela Ybarra, y El estado natural de las cosas, con el que Alejandro Morellón acaba de ganar el Premio García Márquez de Cuentos.

Avenida de América.

A veces la dinámica entre grande y pequeño se da dentro de una misma editorial. Un sello de Madrid (Alfaguara) y otro de Barcelona (Literatura Random House), pertenecientes al mismo grupo, decidieron en 2015 lanzar Mapa de las Lenguas. Cada uno de ellos seleccionaría al año 12 títulos de entre los publicados por sus filiales latinoamericanas. “Autores muy conocidos en sus países, pero cuyos libros no han viajado tanto”, explica Pilar Reyes, directora de Alfaguara. Entre los más recientes están Cristina Rivera Garza, Daniel Guebel, María Moreno y Nona Fernández. Reyes conoce perfectamente las dos orillas: antes de instalarse en Madrid, dirigió la rama colombiana de la firma española. Con tiradas de entre 500 y 1.500 ejemplares colocados estratégicamente en librerías “sensibles”, el mapa, explica la editora, ha sido un éxito replicado ya en Argentina, Colombia y México. “Esa cosa abstracta llamada América Latina está empezando a conectar sus países entre sí”. Mientras la conexión se completa, reconoce, el circuito editorial sigue teniendo dos polos clave en Barcelona y Madrid. Como el viaje ha de ser de ida y vuelta, siguiendo la tradición de Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI, sellos argentinos y mexicanos como Adriana Hidalgo, Sexto Piso, Mardulce o La Caja Negra llevan ya tiempo instalados en España.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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