Jim, Andy, Chiquito y el humor que no se explica
Nunca me reí con Chiquito. Pero, como mi falta de fe en la vida tras la muerte, es algo que jamás podría explicar
El humor no se entiende. Ni falta que hace. La explicación sobre la risa empeora su experiencia. Y, no nos confundamos, ninguna carcajada es mejor o peor que la tuya. Sí que existe, por supuesto, la comedia cerebral, la surrealista y la gamberra, pero la mejor, en cualquier caso, siempre será la que sale del estómago, la que no puedes contener. Venga con Chiquito, Jim Carrey o Andy Kaufman.
Lo confieso. Yo, por ejemplo, nunca me reí con Chiquito. Pero, como mi falta de fe en la vida tras la muerte, es algo que jamás podría explicar. Escapa de toda lógica. No discutiré, aun así, que el humorista fue único, influyente e inspirador y, sobre todo, que hacía reír de manera incontrolable. Lo gracioso no tiene explicación.
Tampoco lo tenía el humor deconstruido de Andy Kaufman. En el primer Saturday Night Live, este iconoclasta simplemente salió al escenario, encendió la música de Superratón y se lanzó a hacer playback de versos sueltos. Durante el resto de su performance se mantenía impávido. Aunque parezca increíble, era de lo más divertido del mítico episodio. También incómodo y desconcertante. No había nada igual.
Cuando Jim Carrey se metió en su cabeza en la brillante Man on the Moon, el actor, que también había fabricado su propio estilo de comedia, lo vio claro: tenía que convertirse en Kaufman incluso en su vida personal. El documental de Netflix Jim y Andy regresa ahora detrás de las cámaras para indagar en la mente de estos dos maestros del humor cuya voz nunca pudo ser copiada. Porque tras aquella experiencia nada volvió a ser igual. Esa mutación había dejado en la estrella de las muecas y los 10 millones un poso de melancolía que nunca se desprendería más de ese bondadoso Mr. Hyde que siempre buscaba agradar.
Al decir Carrey adiós a Kaufman, volvieron sus problemas. Hoy los recuerda y es imposible no sentirse cercano. Incluso si nosotros, simples mortales, nunca entenderemos del todo la velocidad a la que corre su mente, esa genial psicosis que lo acompaña en el humor, y también en la enfermedad.
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