“Antes muerto que interpretar ‘Carmina Burana”
El pianista y director de orquesta húngaro Andras Schiff, de gira en España, no volverá a su país mientras el primer ministro Viktor Orbán se encuentre en el poder
Andras Schiff es un pianista de costumbres más o menos fijas. Aunque viva a caballo en tres países -Reino Unido, Italia y Suiza-, cada mañana lo primero que hace, a modo de gimnasia, es tocar alguna pieza de Bach. “Incluso antes de desayunar”, comenta. Le gustaría volver a tomar esa costumbre algún día en su Hungría natal. Pero no quiere arriesgarse a que los partidarios de ese ogro xenófobo y ultranacionalista llamado Viktor Orbán, primer ministro de su país, le corten las manos, como algunos le han amenazado si regresa.
En Madrid, esta semana, Schiff (Budapest, 1953) anda más tranquilo. Ha ido ya al Museo del Prado. “Es lo primero que hago al llegar, para ver a Goya, Velázquez y El Bosco”. Ha ensayado y ofrecido como director un concierto el jueves pasado frente a la Orquesta Freixenet y los estudiantes de la Escuela Reina Sofía como inauguración del nuevo curso. Y este martes 28 ofrece un recital en el ciclo Grandes Intérpretes de Scherzo –con entradas desde 10 euros para menores de 30 años- en el que abordará obras de Brahms, Beethoven y Bach.
Quien acuda, disfrutará de un pianista reflexivo y esencial, muy amigo de profundizar en la genética que funda el legado musical centroeuropeo. “Hoy las grandes orquestas no tocan a Mozart, Haydn y Beethoven. Tampoco a Bach, porque lo dejan a especialistas en barroco y eso es un gran inconveniente. Prefieren repertorios que requieren más de 100 músicos y hacer mucho ruido. Así se pierde la esencia y los buenos fundamentos que, para mí, se establecieron, sobre todo, en Viena”.
Son los compositores que ha elegido para el concierto con los jóvenes intérpretes de la Escuela Reina Sofía. Le gusta ponerse al frente de nuevos valores: “Te inyectan frescura y energía con esos ojos llenos de luz. A veces me pregunto por qué los músicos de las orquestas consagradas y profesionales, en cambio, te devuelven gestos de cansancio y hartazgo…”.
Acercarse a la voz humana
El ideal de cualquier intérprete, según Andras Schiff, “ya sea a través del piano, el violín, el violonchelo o cualquier instrumento, es acercarse a la voz humana”. Por eso le gusta acompañar repertorio de lied, para piano y canto. O abordar obras corales cuando dirige orquestas. “Aprendo mucho de ese repertorio y luego lo aplico a la hora de tocar el piano”. Lo hace para disfrutarlo y compartir con la gente. No le agrada ni le afecta esa concepción del músico en su torre de marfil. “Cuando estudio en mi habitación solo, trabajo. Cuando todo en público, disfruto. Creo que la acepción inglesa y de otros tantos idiomas, como el húngaro, del verbo jugar para decir interpretar, es absolutamente precisa en mi caso”.
Cree que se debe a algunas razones descifradas con el tiempo y su experiencia. “Yo tengo la suerte de elegir la música que interpreto. Ellos, no siempre. Imagínese, además, que les llega de vez en cuando algún director que arruina una obra maestra. O que les obligan a tocar piezas como Carmina Burana, de Carl Orff. Yo la detesto. Antes muerto que interpretar esa obra”.
No le ocurre con Bach, Beethoven, Haydn, Mozart o su compatriota Béla Bartók. “Hay músicos de los que no puedes abusar. Debes encontrar la dieta adecuada para cada uno. Lo mismo que no podrías tragarte un chuletón cada día, sí hay alimentos que debes incorporar. Bach, para mí, es eso. El músico que no falta en mi dieta diaria”.
Tampoco consume grasas saturadas de populismo. Y eso le ha costado sus disgustos en una Hungría contaminada por ellos en los últimos tiempos. La figura de Orban le repele. “No volveré a tocar ahí mientras siga en el poder. Los dirigentes de la UE en Bruselas fueron muy blandos con él. Perdieron una oportunidad de oro hace tiempo al no avisarle de que cómo miembros, los estados de la Unión, pertenecen a un club voluntariamente. Ese club tiene unas reglas y al que no le gusten se le debe enseñar dónde queda la puerta”.
Como músico y partidario de hermandades que derriben fronteras, Schiff anda inquieto. No solo por su país. Sino por la situación que atraviesa el mundo con pálpitos que engendran rechazo, nacionalismo y populismo. “Mire el Brexit”, comenta también en su condición de ciudadano británico. “Estamos regresando a la situación previa a la Primera Guerra Mundial”, asegura.
Es tan poco dado a la reivindicación de identidades que niega incluso que exista una escuela húngara de piano, cuyo referente, ara otros, ha sido siempre Franz Liszt. “Si lo miramos bien, Liszt no pudo agitar esa bandera. Nació allí, cierto, pero era de habla alemana y se sentía más a gusto en ese ámbito o en el italiano que en el húngaro. Para mí ha sido el más grande de la Historia. Fue su figura y su talento la que irradió una escuela, pero no deberíamos considerarla húngara, sino propia de él, que conectaba más con una manera de entender el mundo centroeuropea”, asegura Schiff.
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