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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Memoria de un Quijote infatigable

Al crear sus mundos de ficción, llama la atención la minuciosidad con la que reconstruye el entorno

Gioconda Belli
Sergio Ramírez, el jueves en su residencia de Managua (Nicaragua).
Sergio Ramírez, el jueves en su residencia de Managua (Nicaragua).Jorge Torres (EFE)

¡Qué despertar el que hemos tenido este jueves en Nicaragua con el anuncio del Premio Cervantes para Sergio Ramírez, cuando aún celebrábamos el Premio Reina Sofía de Claribel Alegría! El zumbido de mi teléfono respondiendo a la actividad de las redes sociales me hizo saber lo que ya presentía: en la cima de su carrera, Sergio Ramírez ha ganado el Cervantes, el galardón, estoy segura, que más gusto le dará recibir, no solo por su amor a España, sino porque el famoso personaje de Cervantes, se parece mucho a él. Sergio no es un Quijote delgado; es alto, un poco desgarbado y con un rostro pensativo e impasible como el de un filósofo de la corte de Nezahualcoyotl, el cacique sabio de Texcoco, pero en su corazón hay un enmendador de entuertos, un arrojado luchador contra villanos y un fiel creyente en el valor salvador de las palabras y la fantasía.

La política y la literatura empezaron por eso tomadas de la mano de Sergio que se entregó al sueño de una Nicaragua libre, desde sus años universitarios cuando empezó a escribir sus cuentos y su primera novela: Tiempos de fulgor. Ya desde entonces su papel de promotor de la literatura emergió en la revista Ventana, que fue un hito para los jóvenes escritores de esa época. Su memoria Adiós Muchachos narra la historia de este Quijote y su papel en la revolución que botó a Somoza, su rol como Vice-Presidente y su desencanto posterior. Pero si Nicaragua perdió un político, las letras nicaragüenses y españolas ganaron con creces un escritor y un humanista que agarró su lanza en ristre y descubrió que el amor a la patria y a la humanidad tienen otras maneras de ser y contarse.

A menudo me pregunto cómo hace Sergio cuánto hace. Creo que Tulita, su esposa y Dulcinea, es su arma secreta, su cómplice magnífica. Con ella a la par este caballero andante es el infatigable creador no sólo de su literatura sino de las literaturas del futuro. El encuentro de escritores que Sergio ha venido realizando, Centroamérica Cuenta, se ha convertido en cinco ediciones en un sello de enorme prestigio que ha logrado acercar a Centroamérica con España y Latinoamérica. Los jóvenes tienen ahora un espacio para conocerse con otros de mayor trayectoria y enriquecerse mutuamente. En ellos, se incuba la literatura del futuro de nuestra región.

En esta versión del Quijote, la empatía ha sido la ruta de un compromiso vital, que demuestra que no hay desencanto que no pueda convertirse en oportunidad y victoria. Sergio viaja sin parar, da conferencias, escribe novelas y cuentos magistrales. Aparte de eso, uno se lo encuentra visitando al amigo enfermo o necesitado de apoyo, condoliéndose en los entierros de personas queridas, asistiendo a presentaciones de libros o en conversatorios para promover las obras de sus colegas.

Yo apenas conocía a Sergio cuando llegué en 1976, sola a Costa Rica, al exilio. Nadie fue más solidario conmigo desde el primer día. Los dos armábamos y escribíamos juntos el semanario Solidaridad que informaba sobre Nicaragua cuando apenas se organizaba la lucha. Fue Sergio quien llegó a buscarme a mi casa en San José, el día que la guardia somocista mató a Eduardo Contreras, con quien él sabía yo tenía una relación amorosa. Él me abrazó y me llevó consigo a su oficina para que no me quedara sola. Allí pasé la mañana, desolada, pero acompañada.

Pienso que este aspecto de Sergio, su empatía extraordinaria, es lo que lo ha hecho y lo hace un gran escritor. Al crear sus mundos de ficción, llama la atención en su literatura la minuciosidad con la que reconstruye el entorno en que se mueven sus personajes. Los pone a vivir en su época registrando hasta los más mínimos detalles: la música que escuchan, el jabón con que se duchan, las noticias que leen. Su amor por esa realidad llena de ficción que vivimos en América Latina lo ha hecho extraer de los archivos de nuestra realidad historias como las del envenenador Oliverio Castañeda en Castigo Divino, o esa aleación de Rubén Darío y Rigoberto López Pérez que se halla en Margarita está linda la mar.

Somos felices hoy en Nicaragua. Desde Rubén Darío la grandeza de nuestra literatura ilumina nuestras oscuridades.

Gioconda Belli es escritora nicaragüense.

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