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arte / proyectos

Sin créditos pero con capital

El proyecto 'Programa sin créditos' busca activar nuevas herramientas experimentales para reflexionar sobre educación artística

Oasis en el desierto.
Oasis en el desierto.María Platero

Vivimos en una época de aprendizajes abiertos y de cuestionamiento de la autoridad académica, y eso hace que proliferen todo tipo de ensayos para formular espacios que los canalicen. Espacios atípicos, porosos, disidentes. Desde ese lugar hay que leer el proyecto Programa sin créditos. Es una universidad pública fuera de la universidad pública. O al lado. La universidad en la calle. Está ligada a la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid y, aunque lleva en activo dos ediciones, el arranque hay que buscarlo tiempo atrás, en 2012.

En un momento en que la universidad pública estaba prácticamente en bancarrota, a punto de ser intervenida, Selina Blasco y Lila Insúa, ambas profesoras universitarias, se aferraban a la idea de replantearla desde otro lugar, lejos de la recompensa de los créditos y cerca del capital afectivo que hay tras todo intercambio. La idea era afectar a la enseñanza y el aprendizaje oficial de las llamabas bellas artes. Desde el Vicedecanato de Extensión Universitaria llevaban tiempo tratando de comunicar la facultad con el exterior, trabajando con una mezcla de malestar, optimismo y emoción que aparece siempre que uno se pone a pensar lo que se puede llegar a hacer. En ese contexto apareció por primera vez ese nombre, Programa sin créditos. En 2015, la idea dio el salto a un libro, Universidad sin créditos, y poco después vino la invitación de Javier Martín-Jiménez, asesor de artes plásticas en la Comunidad de Madrid, para llevar la teoría a la práctica.

Su puesta en marcha como laboratorio de investigación está generando múltiples reflexiones sobre cómo activar una programación experimental sobre una educación artística mucho más orgánica. Trabajan bajo dos parámetros claros, el conflicto como herramienta de trabajo y la celebración como forma de resistencia, y con varios objetivos: abrir espacios, estirar los tiempos y sacar a las personas de lugares prestablecidos. “Partimos de un conocimiento provisional, atento a lo insólito, lo inesperado, nada triunfal, muy esforzado, conflictivo y feliz a la vez, rodeado por la duda. Estudiar, aprender, repasar todo el rato, es lo que hacemos, e intentar poner en común nuestra experiencia en un ámbito en el que lo profesional se disuelve con lo vital, para bien y para mal”, añaden. El formato va desde el taller al laboratorio, pasando por sesiones de día o lecturas en red, que apuestan por temporalidades elásticas y dinámicas flexibles. El próximo Programa de encuentros ocupará la Sala El Águila los próximos días 23, 24 y 25 de noviembre.

Trabajan en torno a la idea de comunidad artística pero, ¿qué es exactamente y qué implica?

Hay comunidades artísticas que se asignan desde fuera y responden a clasificaciones que establecen órdenes que tienden a ser autoritarias, estáticas, muy pesadas en todos los sentidos. Son difíciles de modificar, pero a la vez, si se piensan desde la experiencia, son muy artificiales, y como todas sabemos bajo la apariencia de “lo normal” fomentan malestar, injusticia y dolor. Nosotras podemos hablar, quizás, desde nuestro lugar. Justo a la vez que el Programa sin créditos intentamos identificar comunidades existentes en la universidad, en nuestro caso en las facultades de bellas artes y en escuelas de arquitectura, diseño o comunicación audiovisual. Que estos lugares se identifiquen como comunidades artísticas de aprendizaje nos parece importante. Reconocernos de otras maneras puede llevar a reconfigurar la institución. Y aquí el plural es importante: como universitarias estamos en muchos más lugares que los que se nos asignan. Somos mujeres y madres, por citar dos ejemplos muy inmediatos. No queremos pensar en comunidades para generar espacios de exclusión frente a quienes no pertenecen a ellas, sino señalar lugares desde los que es posible activar aprendizajes que desborden los que se asocian tradicionalmente a la universidad.

¿Qué alcance tiene un proyecto como este?

Normalmente se piensa en términos de que llegue a mucha gente, y parte de nuestro trabajo tiene que ver con eso: con mostrar lo que hacemos, compartirlo todo lo que podemos, para que nadie que quiera se quede fuera. Hay una web, y organizamos, en cada curso del Programa, unos Encuentros sin créditos públicos, abiertos a las propuestas de todas las personas que se quieren presentar. Pero el alcance tiene que ser cambiar las cosas, ¿no? Nosotras lo que queremos es contagiar la universidad pública, que es la de todas, intentar, a pesar de lo difícil que es, que no haya barreras entre el adentro y el afuera.

Aprendizaje desde la Atalaya.
Aprendizaje desde la Atalaya.María Platero

¿Sabemos generar redes?

Mantener redes es fácil y difícil a la vez. Fácil porque estamos hiperconectadas, pero difícil porque para generar cosas en común hace falta tiempo y continuidad. Eso, que lo sabemos todas, y lo repetimos sin cesar, es un temazo. El tiempo.

El proyecto se enmarca dentro de la Sala de Arte Joven. ¿Qué papel tiene lo joven aquí?

Nunca pensamos en la edad como un valor independiente de nada. Por el Programa sin créditos han pasado personas de muchas edades distintas. Lo que no puede ser es que la edad sea un factor de poder ni de exclusión. Si nos ha parecido odioso que lo fuese lo mayor, ahora no vamos a pensar que es legítimo que lo sea lo joven.

Hablemos de la idea de celebración, en un contexto en el que abunda más la queja. ¿Qué lugares conquistan desde ella?

El Programa sin créditos lo estamos celebrando, por tratarse de un espacio intermedio que posibilita un tiempo y un lugar para un grupo de personas heterogéneo que recién acaban de terminar la carrera o bien lo hicieron hace años, reunirse con otros y continuar con una formación no reglada, que complementa la universitaria. Pensamos en artistas de referencia que tienen la celebración como una forma de resistencia, en Cuqui y María Jerez, en Playdramaturgia, en María Salgado o Poderío Vital, por poner solo algunos ejemplos sobre la mesa. Por supuesto también toda la gente que hemos invitado a impartir actividades en el programa. Nos situamos ahí, en una posición que deje a un lado el nihilismo y apueste por la máxima de “porque estamos cansados queremos decidir nuestro cansancio” y tal vez doblarlo, pero no como algo que nos viene dado desde fuera, con sus propias demandas.

¿Hasta dónde llega (o no) la formación en una Facultad de Bellas Artes?

Una facultad podría llegar muy lejos y a veces se consigue. El desafío es: ¿hasta qué punto podemos hacerlo cada uno en nuestras clases de forma aislada? ¿Cómo influyen las políticas universitarias y las decisiones que se toman a nivel administrativo en esa proyección que podría alcanzar la formación en Bellas Artes? Por poner un ejemplo, pensar la relación individuo-colectivo, como parte de la formación, implica una toma de decisiones a nivel curricular, ahí hay una apuesta que implica un posicionamiento político e ideológico que afectará a la manera en que los estudiantes reciban su formación. El sistema de créditos, la forma de organizar las clases y horas de taller, si las aulas son accesibles en cualquier momento para todos los estudiantes o se cuenta con horarios restringidos, etcétera. Son aspectos que van a impedir que se puedan realizar ciertas acciones, por ejemplo, acometer una actividad que implique tiempos de varias clases, imaginemos, un viaje para visitar documenta. Creemos que alcanzar una formación en Bellas Artes de calidad implica introducir altas dosis de flexibilidad y escucha… y para eso es necesario contemplar a todos los agentes interesados en este debate, porque la educación artística es una necesidad social. Ahí nos la jugamos.

Una de las mesas de debate.
Una de las mesas de debate.Gustavo Nieves

Entonces, ¿está caduca la universidad? ¿En qué puede mejorar?

Partimos de la base de que creemos y militamos en la Universidad Pública y nos parece que cualquier crítica, en nuestro caso, va orientada a la construcción de la Facultad que querríamos habitar. Somos profesoras en activo y los programas que podamos poner en marcha o las actividades que realizamos en colaboración con otras instituciones, son oportunidades para mejorar nuestra docencia y de forma optimista la Universidad a la que pertenecemos. Nos parecen muy cínicos algunos discursos que se lucran de la Universidad y al mismo tiempo la desechan como espacio de acción para privilegiar o “salvar” a fundaciones privadas. Porque creemos que podemos contribuir a la mejora de la Facultad de Bellas Artes es por lo que hemos emprendido muchas de las actividades de las que formamos parte, como el Programa sin créditos. La Universidad es un espacio de oportunidad, de excepción temporal pero no puede olvidar, en nuestro caso especialmente, que debe haber un intercambio con la sociedad y esa pregunta sería necesario colocarla en el centro. Para nosotras una experiencia como la de la uni en la calle es clave tanto para estudiantes como docentes, en el sentido de que introduce el contexto y a unos agentes que parecen ausentes en nuestra cotidianeidad académica y a los que necesitamos escuchar. Mejorar la enseñanza del arte pasa también por poner en jaque algunas de las jerarquías que desde el conocimiento todavía no se cuestionan sino que se potencian con todo un sistema que enaltece el capitalismo académico.

¿Salen los estudiantes con un contacto real del mundo del arte?

Los estudiantes es un concepto tan grande como los profesores, los profesionales, los artistas. Algunos de ellos tienen contacto con el mundo “real” porque han realizado diversas actividades que les han colocado en situación de conocer. En este sentido hay una responsabilidad que está en manos de los estudiantes. Como decía, en su libro póstumo de poemas Roberto Bolaño, “creo que en la formación de cada escritor hay una universidad desconocida que guía sus pasos y que evidentemente no tiene una locación fija, es una universidad móvil pero común a todos”. Ellos tienen que tomar las riendas de esta búsqueda, sin negar que la institución debe trabajar en acrecentar las redes dentro-fuera. También hay una serie de expectativas y condiciones en las que podríamos trabajar a nivel de imaginario social sobre qué supone ser un estudiante de arte.

Como que la prioridad es tener una galería, por ejemplo. ¿Sigue siendo la gran expectativa?

Para unos sí, por supuesto, es parte del imaginario, aunque no para todo el mundo. La cuestión es poder tener un repertorio mayor. Si no conoces otra cosa a lo mejor no se te ocurre que dentro del mundo del arte puedas optar por otras alternativas que ser “descubierto” por una galería o un mercado que maneja sus propios hilos. La facultad debe ofrecer al estudiante el conocimiento de cómo funcionan las galerías. Sin embargo, si están interesados en desarrollar otro tipo de proyectos, también deberían poder contar con las herramientas para hacerlo.

Pensando en un ampliar más horizontes en el mundo del arte, ¿sabemos opinar? ¿Decimos lo que realmente pensamos? ¿Hacemos autocrítica?

No siempre decimos lo que pensamos y a veces es mejor así. Es una cuestión de convivencia. Y a veces sí lo decimos, porque hay algo en juego. Hay que elegir las batallas o a veces nos elijen ellas. Intentamos hacer autocrítica, creemos que es más fácil cuando puedes hablar con otras, pero también hay algo en este sentido que tiene que ver con que nos faltan interlocutores. A veces estamos todos tan ocupados haciendo, que nos falta tiempo para debatir… si yo hago de “lector cuidadoso” de tu libro y tú del mío… podríamos tener un debate en profundidad que vaya más allá de felicitarnos mutuamente. Creemos que son necesarias este tipo de propuestas, las echamos de menos, aunque sean a nivel informal. Sin embargo, hay una cuestión de logística y de modos de vida que hace que casi nadie tenga tiempo, que haya una imposibilidad de dedicar el tiempo a cuestiones que realmente nos interesan y este mal del tiempo cautivo es compartido en la sociedad, hay algo en esta lógica neoliberal que habría que hackear. Es hora de pensar otros ritmos con los que producir interferencias.

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